sábado, 23 de abril de 2011

Pero, Señor Dios... ¡Mándame el instructivo!

La historia era verdadera. Incuestionable su veracidad. Todo mundo sabe que Salomón fue o sigue siendo el hombre más sabio de todos los tiempos. 
La catequista, con el rostro transfigurado por la emoción, y la voz llena de pasión, nos relataba el momento en el que el joven Salomón había escuchado el ofrecimiento de Dios, y en su ardiente anhelo de ser un fiel siervo había escogido, como don, el tesoro, a su entender, más valioso, y que no era el poder o la riqueza, ni siquiera el amor, tan cotizado en nuestros días; sin titubeos había optado por la sabiduría... (Creo que todo lo demás se le dio por añadidura o por casualidad, pero no viene al caso).
Y en nuestras jóvenes cabecitas, asombradas y felices, aceptábamos con gratitud, y sin cuestionamientos la semilla del conocimiento que germinaría con la vida.
Esa noche, como muchas otras, en el secreto de la penumbra de mi cuarto y con la certeza de que mis hermanas dormían profundamente, me puse de rodillas sobre mi cama. Junté las palmas de las manos a la altura del corazón y me atreví a solicitar un tesoro similar al que le había sido concedido al sabio ancestral...
Yo no sabía ni de razas o creencias discriminatorias, tampoco si la edad o el sexo fueran variables a descontar mi petición. Creía que mi oración sería escuchada.
Por ello tuve la audacia, o la ingenuidad. Y elevé mi plegaria. Tan auténtica como ambiciosa. Yo también renunciaba al poder y a la riqueza a cambio de la sabiduría...
La anhelada sabiduría, que el rey más sabio había comprendido que era más valiosa que cualquier otro don sobre la tierra... 
Algo me decía que nunca tendría que decidir entre quién era la verdadera madre de un niño por el recurso de amenazar con partir en canal al bebé en disputa...(Incluso el pensar en ese pronunciamiento me sigue horrorizando). Ahora entiendo que en realidad lo que Salomón descubrió no fue cuál era la madre genética sino la del verdadero espíritu maternal. Y que eso es en realidad más, más sabio.
La sabiduría es sin duda algo muy, muy valioso...A pesar del tiempo transcurrido, sigo convencida de ello.  Es como ser el único con lentes de tercera dimensión. Sólo tú percibes las diferencias... Pero, señor Dios, Entonces, ¿para qué sirve? ¿Para hacer pequeñas predicciones, anticiparte al dolor que viene, y que no puedes evitar? O tal vez, para encontrar, dentro de todo este caos, los caminos para crecer con amor, esperanza, gratitud, perdón...
 Pero entonces, si como supongo, porque no tengo riqueza ni poder, me concediste mi petición de la niñez, ¡mándame el instructivo! Porque, a veces el día a día se antoja totalmente inmanejable.


Elsa Beatriz Garza

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