Ella, la otra, la primera
Ella, la otra, la primera, había comenzado el sueño.
-¡Aquí irá el árbol frondoso para el pequeño columpio y unas pajareras!
Y el jardinero había levantado cuidadosamente, bajo la supervisión de ella, el arriate que lo protegería. Y había plantado lo que por el momento parecía apenas una vara.
-¡Aquí, para los nietos! -Había reído la joven esposa, con la certeza de que su corazón sabría transformar aquel pequeño predio en un hogar.
Cuando yo llegué , ya no había árbol, ni columpio y aquello ni siquiera parecía habitable, mucho menos un hogar.
Pero bastaba caminar un poco por el patio embaldosado, para escuchar la muda brisa soplar entre las ramas y verla mecer el columpio danzarín.
Ella, la primera esposa, la difunta comenzó el sueño...
-¡Aquí, siémbrelo aquí ! Y no olvide el columpio. -Le señalo al joven jardinero que me acompaña y me mira con sorpresa.
Porque ambos sabemos que pasará mucho tiempo antes de que al pueblo abandonado vengan de visita los nietos.
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