miércoles, 6 de junio de 2012

Cuando pedir un deseo es un cuento del absurdo

Una vez leí una historia sobre un hombre de baja estatura. Era una narración rusa, breve, de la literatura del absurdo. En esa época yo tenía buena memoria y podría haber dicho sin equivocarme que el autor era, digamos, Danil Jarms, quien había nacido en 1905 y muerto en 1942, e incluso podría agregar que perteneció a un grupo que se autonombraba Oberiu;  pero ahora ya no confío en mi memoria. Por tanto, olvidémonos del autor.
Sólo recuerdo, y probablemente no muy bien, que el protagonista era un hombre bajito.
Entiéndanme, no era "gente pequeña" como se acostumbra decir ahora, ni un pigmeo, ni nada no normal. Él simplemente no creció lo que la mayoría, en promedio, centímetro más, centímetro menos, tiene por costumbre crecer.
De allí en demás, debió ser, supongo, una persona normal. Con sus complejos y sus fantasías. Y sus secretas ilusiones. E igual que muchos que, al ver inalcanzable su secreto anhelo deciden que las uvas están verdes, el hombre bajito probablemente mandaría a un profundo rincón de su corazón el ansiado deseo.
Y padecería, como cualquiera, un apodo no muy ingenioso, e incluso debió aplaudír el chiste inventado a su costa de que para subir los escalones necesitaba escalera...
Probablemente, digo.
Porque, según la historia, era un hombre bajito al que se le apareció una bruja.
Ahí es nada: ¡una bruja! No un hada comprensiva, no. O un mago tolerante, ni un ángel piadoso. No. Tuvo que ser una bruja.
Maravilloso y sorprendente.
Una bruja que sin explicación alguna, pero de seguro con alguna intención muy brujeril, digamos, tras lanzarle una mirada de ésas que congelan, le lanzó la pregunta, o la orden, o lo que haya sido la frase aquella con la que ofreció cumplirle un deseo.
Y aquí la historia de absurdo deviene en la vida real, porque... dejando de lado que el protagonista de estatura no elevada creyera o no en las brujas, o que la susodicha fuese un ente verdaderamente poderoso capaz de concederle cualquier anhelo, ¿quién puede hacer algo más que enmudecer y llorar ante una situación como ésa? ¿Ante la posibilidad de transformar las injusticias de tu mundo; de sentir cómo afloran, alocados, sentimientos desconocidos; de descubrirse un extraño intentando negarse todo su pasado; y de tener que decidirse y responder en una fracción de segundo?
La bruja desapareció, claro, sin obtener una respuesta. Probablemente enojada porque no pudo realizar su misión. O tal vez satisfecha si logró su propósito. 
Por una vez, y a pesar del inconsolable llanto que acompañará por siempre al hombre bajito de la historia, quiero pensar que el punto a favor fue para él. Que le bastó ese brevísimo instante para liberarse de su esclavizadora fantasía... Y lloró, sí, terriblemente acongojado, al comprender que su deseo era que la bruja se hubiera aparecido antes... Muchos, muchos años antes.

Elsa Beatriz Garza

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