"Arresto y Juicio" en Las Mil y una Noches (Segunda parte de Un feminicidio)
El relato de “Las tres manzanas” aparece entre los
primeros veinte cuentos de Las Mil y una Noches, según la versión y
traducción que se lea. Pero en las que me ha tocado leer, la
historia tiene pocas variaciones:
Inicia con un pobre pescador a quien el sultán, que acostumbra ser
muy generoso gratuitamente, en esta ocasión ofrece comprarle lo que
obtenga al arrojar otra vez sus redes a las aguas del Tigris. El
anciano, que lleva doce horas trabajando, acepta, pues recibirá cien
veces más de lo usual.
El resultado de la pesca: el cuerpo descuartizado de una mujer.
En la “Historia de la dama asesinada y del joven su marido”
nos enteraremos de que tenía veintitrés años, era madre de tres
varones y en los once años de matrimonio jamás dió motivo de queja
a su esposo; al que adoraba y era adorada por él.
Desafortunadamente, en ningún texto aparece su nombre. Ni el de su
esposo, que confiesa haberla asesinado en un arranque pasional; al
suponer que ella le había dado una de las tres manzanas a Rian,
pues este esclavo negro presumía que era un obsequio de su amante,
para ocultar que la había robado a uno de los niños.
Hasta aquí, no hay nada extraordinario, como no sea el hecho de que
el asesino, el marido, aparece oportunamente para salvar al visir de
una muerte inmerecida. Gracias precisamente al pregón del sultán
invitando a disfrutar de la ejecución del funcionario real...
¿Podríamos pensar en destino, como sugiere la historia? Tal vez la
suma de los acontecimientos en cierta dirección lo sean...
Aunque parece que Haroun-al-Raschid la traía contra Giafar. Pues
aunque tiene al criminal confeso, juzgó
que era más digno de compasión que delincuente:
“-La
acción de este joven -dijo- es disculpable ante Dios y tolerable
entre los hombres. El pícaro esclavo es el único causante de este
asesinato, y él debe ser castigado. Por lo tanto -añadió
encarándose con el gran Visir-, te doy tres días para buscarlo, y
si al cabo de ellos no me lo traes, sufrirás la muerte en su lugar”.
Y no sólo perdona al asesino, sino que para “consolar al joven
del dolor que tenía por haberse privado él mismo de una mujer a
quien tanto amaba, aquel Príncipe le dio en casamiento una de sus
esclavas, lo colmó de bienes y le tuvo en suma privanza hasta su
muerte…”
O sea, ¿cómo?
Nuevamente el visir está en manos del destino. Lo acepta con pesar
pero no intenta evadirlo: Ni escapar, ni la más mínima pesquisa.
“-Es imposible -decía-, que en una ciudad como Bagdad, en donde
hay un sinnúmero de esclavos negros, encuentre al buscado. A menos
que Dios me lo dé a conocer, como me descubrió al asesino, nada
puede salvarme.”
Al cabo de tres días, nuevamente, es arrestado. Y su fe, en esta
ocasión, tampoco es traicionada: Su pequeña hija de cinco años le
revela que compró una manzana a Rian, el esclavo...
Éste último confirma ante el sultán haberle robado la manzana a un
niño quien, para recuperarla, argumentó era un regalo de su padre a
su madre...
¿Y el juicio y reacción del sultán ante este sirviente abusivo,
ladrón y golpeador de un niño y cuya acción había sido la causa
de la muerte de una mujer inocente, (por no mencionar que Giafar
también estuvo a punto de morir como consecuencia del mismo hecho)
cuál es?
“Indecible
fue la extrañeza del Califa, y no pudo contenerse, prorrumpiendo en
carcajadas. Al fin, recobró un aspecto grave, y le dijo al Visir que
ya que su esclavo había causado semejante desmán, merecía un
castigo ejemplar”.
Bien, si el marido asesino había sido perdonado, alguien debería
pagar por el delito. Es lo justo, ¿no? Como en estas narraciones,
por comer ajo le cortaron los pulgares a un joven, y una mano a otro
por robar... ¿Cuál podría ser un castigo razonable, o ejemplar?
La historia no nos sacará de la duda.
El divertido Califa aceptará “indultar” al esclavo, dado que su
crimen no es irremisible, a cambio de que le relaten una historia que
resulte ser más preciosa que la recién sucedida...
“-Consiento
en ello -replicó el Califa-; pero os empeñáis en una ardua
empresa, y no creo que podáis salvar a vuestro esclavo, porque la
historia de las manzanas es muy extraordinaria.”
Haroun-al-Raschid no imaginaba que la historia “todavía más
peregrina” que Giafar le contaría sería la de “un Visir
del Cairo, llamado Nuredin-Alí, y de Bedredin-Hasán de Bassora”.
Con este último relato se cerrará la Historia de las tres
manzanas. Y el feminicidio estará resuelto, pero ¿en qué quedó
la exigencia de Haroun-al-Raschid de vengar “prontamente la
muerte de esta mujer con el suplicio de su asesino”?
Sea o no justo, quedó en uno de los más sorprendentes cuentos
orientales que pueblan la literatura universal.
Haroun-al-Raschid, personaje en la narración de Scheznarda,
considerará -al igual que su homólogo el califa Schariar a quien
ella se los relata-, que la “Historia de Nuredin-Alí y
Bedredin-Hasán” bien valía una vida.
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