viernes, 13 de octubre de 2017

La historia que Giafar contó a Haroun-Al-Raschid para salvar al esclavo Rian

Para Bedredin-Hasán de diecinueve años e hijo de un visir, no habrá forma creíble de explicar lo que le ocurrió esa noche: Por la tarde, dormita sobre la tumba de su padre en Bassora; despierta entrada la noche, en El Cairo, donde se casa y duerme con una hermosísima mujer; amanece, casi doce horas después, medio desnudo, en una tercera ciudad: Damasco... ¿Sueño, mentira, locura? Él afirma que fue real.
Diez años más tarde, otra incomprensible situación se presentará en su vida: un grupo de vociferantes eunucos, de paso por el lugar, irrumpirán en su pastelería acusándolo de ser un mal pastelero por no poner pimienta a un pastel de crema, destrozarán todo, y lo enjaularán, transportándolo veinte días sobre un camello, hasta llegar a El Cairo, para colgarlo al amanecer...
A menos que el Destino le reserve otra realidad...

En Las Mil y una Noches, Scheznarda le cuenta a Schariar, que Giafar le cuenta a Haroun-Al-Raschid -para salvar al esclavo Rian de un castigo ejemplar-, esta historia de “Un visir de El Cairo, que tiene dos hijos Chemsedin Mohamed y Nuredin-Alí”, que serán visires de El Cairo y Bassora respectivamente y que en su juventud, antes de distanciarse por un orgullo mal entendido, se comprometieron a casar -uno con otra- a los hijos que tuvieran; marcando así el Destino de la hija de Chemsedin y el de Bedredin-Hasán, hijo de Nuredin-Alí. Enlace prácticamente imposible pues los hermanos, además de que debían casarse y engendrar el mismo día y que las esposas debían a su vez dar a luz en la misma fecha, no vuelven a comunicarse entre sí, ignoran donde viven, o si tuvieron hijos...
Y en este cuento, que nos hace recorrer el Imperio Persa, desde El Cairo hasta Mesopotamia, atravesando el Éufrates para llegar a Bassora, encontraremos a los omnipotentes sultanes que jugarán con las vidas de sus súbditos: La misma historia (“juré casar a mi hija con mi sobrino”), falsa en el caso de Nuredin-Alí, será creída y recompensada por el sultán de Bassora; mientras que, verdadera en el otro, para el sultán de El Cairo parecerá un embuste y en castigo por ser rechazado como esposo de la hija del visir Chemsedin ordenará la boda de ella con el más vil de sus esclavos...
En cuanto a los genios y a su fugaz intervención en este relato, constataremos que les deleita la hermosura (de la doncella de El Cairo y del infortunado joven de Bassora, que ni idea tienen de su mutua existencia o de que están siendo observados) al grado de que resuelven entorpecer la injusticia del sultán de El Cairo:
-Tenéis razón -respondió el Genio-; no podéis creer cuánto os agradezco esa idea; burlemos la venganza del sultán de Egipto, consolemos a un padre afligido, y hagamos a su hija tan dichosa como desgraciada se está contemplando: vamos, pues, a echar el resto en el intento; estoy persuadido de que por vuestra parte haréis otro tanto; yo me encargo de llevarle a él al Cairo sin que se despierte, y dejo a vuestro cargo el trasladarle a otra parte cuando hayamos ejecutado nuestro proyecto.”
Y, sin saberlo, colaboran a que el destino se cumpla, pues con su poder sobrenatural manipulan la realidad y alteran el curso normal de la acción; aunque, por otra parte, cuando cambia su foco de interés se desentienden cruelmente de los conflictos que provoca su entretenimiento: Juntan, casan y ¡separan! a la pareja de amantes en menos de una noche. Y desaparecen de la historia...
Lo sorprendente no es que los genios trasladen a Bedredin-Hasán a tres lugares distintos en el curso de una noche; o que se cumpla la promesa hecha por los padres de casarlos, aunque sean separados un momento después. Lo sorprendente es la aceptación de esa cambiante e inesperada realidad -de tan dudosa casi un sueño-, por parte tanto de Bedredin-Hasán como de Reina de Hermosura, madre de Agib fruto de esa breve relación y prueba de que no fue imaginaria. Ambos continúan sus vidas los siguientes diez años, como si fuera normal vivir un acontecimiento extraordinario un instante y, al siguiente, redefinirse en un contexto menos excepcional, más difícil y retador. Ella, afrontar un embarazo sin esposo y él, trabajar un oficio para vivir en un lugar desconocido.
Y ninguno de los dos hace algo para intentar su reencuentro. No suponen que sea posible. Ni siquiera lo asumen como un deseo.
En el relato hay muchas coincidencias que lo van a provocar: el diario de Nuredin-Alí, que estaba en el turbante de Bedredin y Chemsedin encontró la noche de la boda, les da la pista de dónde vivía para buscarlo; la caravana se detiene en Damasco ida y vuelta; sin saber que es su padre, Agib prueba los pasteles de Bedredin; éste usa la receta de su madre, etc. etc.; pero ninguna, excepto la decisión de Chemsedin de ir a Bassora en busca de su cuñada, tiene algo que ver con una intención real de los protagonistas para que se dé.
Es como si no quisieran confrontarse; prefieren aceptar el dolor, la crueldad y el maltrato a arriesgarse a perder el recuerdo que atesoran.
Sin embargo, hay un momento, casi al final, en el que Bedredin-Hasán se ve forzado a cuestionarlo. En esta ocasión no fueron los sultanes o los genios los responsables de alterar la realidad, sino el tío Chemsedin quien crea las condiciones para que el pasado resurja. Pues, cuando encontraron accidentalmente a Bedredin en Damasco, fue él quien ordenó a los eunucos aprehenderlo y enjaularlo sin darle explicaciones de ningún tipo e incluso amenazarlo con colgarlo y, ya en El Cairo, hizo que lo llevaran dormido a la habitación de Reina de Hermosura, en la que todo estaba dispuesto según su plan; pues quería ver la reacción de Bedredin, para confirmar que había sido quien se había desposado con Reina de Hermosura.
Así, la ilusión es perfecta y en lugar del cadalso, “cuando Bedredin despierta, está en el mismo aposento donde pasó su noche de bodas, junto a Reina de Hermosura, que aguarda amorosa... -¿Fue todo un sueño? -se pregunta asombrado, pues hasta el mínimo detalle de luces, muebles y su turbante sobre el diván, se corresponde con su recuerdo de lo acontecido diez años atrás-. ¿Estoy dormido? ¿Estoy despierto? ¿Estoy loco? Éstas son extrañezas que sobrepujan a mis alcances...” -dirá.
Y, como acepta como verdad la afirmación de Reina de Hermosura de que no se ha ausentado en toda la noche de la habitación, se ve obligado a cuestionar su realidad -que no su existencia-, con sencillez:
-A la verdad, me acuerdo de haber estado a vuestro lado; pero también hago memoria de haber residido, desde entonces, diez años en Damasco. Si efectivamente he pasado aquí esta noche, no puedo haber estado ausente tanto tiempo. Estos dos actos son opuestos, y así, por favor, decidme lo que debo conceptuar acerca de ellos, y si mi casamiento es una ilusión, o si mi ausencia es un sueño”.
Ni el casamiento fue una ilusión, ni su ausencia fue un sueño. Lo comprobará horas más tarde cuando su tío y suegro aclare “el engaño” en que todos, menos él, participaron desde que lo encontraron. Aunque al final, la verdad no tendrá importancia, pues su deseo se hizo realidad sin importar el precio que pagó por él.

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