La historia que Giafar contó a Haroun-Al-Raschid para salvar al esclavo Rian
Para
Bedredin-Hasán de diecinueve años e hijo de un visir, no habrá
forma creíble de explicar lo que le ocurrió esa noche: Por la
tarde, dormita sobre la tumba de su padre en Bassora; despierta
entrada la noche, en El Cairo, donde se casa y duerme con una
hermosísima mujer; amanece, casi doce horas después, medio desnudo,
en una tercera ciudad: Damasco... ¿Sueño, mentira, locura? Él
afirma que fue real.
Diez
años más tarde, otra incomprensible situación se presentará en su
vida: un grupo de vociferantes eunucos, de paso por el lugar,
irrumpirán en su pastelería acusándolo de ser un mal pastelero por
no poner pimienta a un pastel de crema, destrozarán todo, y lo
enjaularán, transportándolo veinte días sobre un camello, hasta
llegar a El Cairo, para colgarlo al amanecer...
A
menos que el Destino le reserve otra realidad...
En
Las Mil y una Noches, Scheznarda le cuenta a Schariar, que Giafar le
cuenta a Haroun-Al-Raschid -para salvar al esclavo Rian de un castigo
ejemplar-, esta historia de “Un visir de El Cairo, que tiene dos
hijos Chemsedin Mohamed y Nuredin-Alí”, que serán visires de El
Cairo y Bassora respectivamente y que en su juventud, antes de
distanciarse por un orgullo mal entendido, se comprometieron a casar
-uno con otra- a los hijos que tuvieran; marcando así el Destino de
la hija de Chemsedin y el de Bedredin-Hasán, hijo de Nuredin-Alí.
Enlace prácticamente imposible pues los hermanos, además de que
debían casarse y engendrar el mismo día y que las esposas debían a
su vez dar a luz en la misma fecha, no vuelven a comunicarse entre
sí, ignoran donde viven, o si tuvieron hijos...
Y
en este cuento, que nos hace recorrer el Imperio Persa, desde El
Cairo hasta Mesopotamia, atravesando el Éufrates para llegar a
Bassora, encontraremos a los omnipotentes sultanes que jugarán con
las vidas de sus súbditos: La misma historia (“juré casar a mi
hija con mi sobrino”), falsa en el caso de Nuredin-Alí, será
creída y recompensada por el sultán de Bassora; mientras que,
verdadera en el otro, para el sultán de El Cairo parecerá un
embuste y en castigo por ser rechazado como esposo de la hija del
visir Chemsedin ordenará la boda de ella con el más vil de sus
esclavos...
En
cuanto a los genios y a su fugaz intervención en este relato,
constataremos que les deleita la hermosura (de la doncella de El
Cairo y del infortunado joven de Bassora, que ni idea tienen de su
mutua existencia o de que están siendo observados) al grado de que
resuelven entorpecer la injusticia del sultán de El Cairo:
“-Tenéis
razón -respondió el Genio-; no podéis creer cuánto os agradezco
esa idea; burlemos la venganza del sultán de Egipto, consolemos a un
padre afligido, y hagamos a su hija tan dichosa como desgraciada se
está contemplando: vamos, pues, a echar el resto en el intento;
estoy persuadido de que por vuestra parte haréis otro tanto; yo me
encargo de llevarle a él al Cairo sin que se despierte, y dejo a
vuestro cargo el trasladarle a otra parte cuando hayamos ejecutado
nuestro proyecto.”
Y,
sin saberlo, colaboran a que el destino se cumpla, pues con su poder
sobrenatural manipulan la realidad y alteran el curso normal de la
acción; aunque, por otra parte, cuando cambia su foco de interés se
desentienden cruelmente de los conflictos que provoca su
entretenimiento: Juntan, casan y ¡separan! a la pareja de amantes en
menos de una noche. Y desaparecen de la historia...
Lo
sorprendente no es que los genios trasladen a Bedredin-Hasán a tres
lugares distintos en el curso de una noche; o que se cumpla la
promesa hecha por los padres de casarlos, aunque sean separados un
momento después. Lo sorprendente es la aceptación de esa cambiante
e inesperada realidad -de tan dudosa casi un sueño-, por parte tanto
de Bedredin-Hasán como de Reina de Hermosura, madre de Agib fruto de
esa breve relación y prueba de que no fue imaginaria. Ambos
continúan sus vidas los siguientes diez años, como si fuera normal
vivir un acontecimiento extraordinario un instante y, al siguiente,
redefinirse en un contexto menos excepcional, más difícil y
retador. Ella, afrontar un embarazo sin esposo y él, trabajar un
oficio para vivir en un lugar desconocido.
Y
ninguno de los dos hace algo para intentar su reencuentro. No suponen
que sea posible. Ni siquiera lo asumen como un deseo.
En
el relato hay muchas coincidencias que lo van a provocar: el diario
de Nuredin-Alí, que estaba en el turbante de Bedredin y Chemsedin
encontró la noche de la boda, les da la pista de dónde vivía para
buscarlo; la caravana se detiene en Damasco ida y vuelta; sin saber
que es su padre, Agib prueba los pasteles de Bedredin; éste usa la
receta de su madre, etc. etc.; pero ninguna, excepto la decisión de
Chemsedin de ir a Bassora en busca de su cuñada, tiene algo que ver
con una intención real de los protagonistas para que se dé.
Es
como si no quisieran confrontarse; prefieren aceptar el dolor, la
crueldad y el maltrato a arriesgarse a perder el recuerdo que
atesoran.
Sin
embargo, hay un momento, casi al final, en el que Bedredin-Hasán se
ve forzado a cuestionarlo. En esta ocasión no fueron los sultanes o
los genios los responsables de alterar la realidad, sino el tío
Chemsedin quien crea las condiciones para que el pasado resurja.
Pues, cuando encontraron accidentalmente a Bedredin en Damasco, fue
él quien ordenó a los eunucos aprehenderlo y enjaularlo sin darle
explicaciones de ningún tipo e incluso amenazarlo con colgarlo y, ya
en El Cairo, hizo que lo llevaran dormido a la habitación de Reina
de Hermosura, en la que todo estaba dispuesto según su plan; pues
quería ver la reacción de Bedredin, para confirmar que había sido
quien se había desposado con Reina de Hermosura.
Así,
la ilusión es perfecta y en lugar del cadalso, “cuando Bedredin
despierta, está en el mismo aposento donde pasó su noche de bodas,
junto a Reina de Hermosura, que aguarda amorosa... -¿Fue todo un
sueño? -se pregunta asombrado, pues hasta el mínimo detalle de
luces, muebles y su turbante sobre el diván, se corresponde con su
recuerdo de lo acontecido diez años atrás-. ¿Estoy dormido? ¿Estoy
despierto? ¿Estoy loco? Éstas son extrañezas que sobrepujan a mis
alcances...” -dirá.
Y,
como acepta como verdad la afirmación de Reina de Hermosura de que
no se ha ausentado en toda la noche de la habitación, se ve obligado
a cuestionar su realidad -que no su existencia-, con sencillez:
“-A
la verdad, me acuerdo de haber estado a vuestro lado; pero también
hago memoria de haber residido, desde entonces, diez años en
Damasco. Si efectivamente he pasado aquí esta noche, no puedo haber
estado ausente tanto tiempo. Estos dos actos son opuestos, y así,
por favor, decidme lo que debo conceptuar acerca de ellos, y si mi
casamiento es una ilusión, o si mi ausencia es un sueño”.
Ni
el casamiento fue una ilusión, ni su ausencia fue un sueño. Lo
comprobará horas más tarde cuando su tío y suegro aclare “el
engaño” en que todos, menos él, participaron desde que lo
encontraron. Aunque al final, la verdad no tendrá importancia, pues
su deseo se hizo realidad sin importar el precio que pagó por él.
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