El ángel Sudoku
Era apenas poco más que una sombra. De apariencia etérea y estatura no mayor a la promedio en un país como el nuestro. Difícilmente llamaría la atención entre las multitudes. Tampoco destacaba cuando hacía fila para sacar cita o mientras esperaba, sentada, su turno a la consulta.
El enorme hospital, intransigente e inaccesible para la mayoría de los dolientes, no la había detectado.
De haber interrogado a los guardias, no sólo negarían haberla visto entrar o salir sino que ninguno la hubiese recordado.
Probablemente ni siquiera las personas con las que conversaba.
Y es que era un ángel menor; de poderes limitados.
No es que hubiera caido en desgracia, no. Ni que le faltara vocación, experiencia o habilidad. Para nada. No era torpe, ni sus facultades decaían con la edad. Al menos, no todavía. Simplemente no le habían asignado misión...
Por el momento era como una especie de comodín, sin capacidad de decisión, ni de generar cambios. Y con apariencia de mujer.
Se había quedado atrás, inadvertidamente, durante el entrenamiento básico. Mientras el resto de sus congéneres continuaba el recorrido por la sala de cunas confiando en ser designados ángeles guardianes, ella se detuvo junto a un enfermo mayor.
El hombre miraba agobiado el montón de puertas cerradas. Tras una de ellas, tal vez, estaría la cura a su problema. Ya había cruzado muchas otras y conocía diversos pisos y dependencias de nombres intimidantes. En su rostro se podía leer el desaliento: ¿qué me aguarda al salir?
Tan abrumado estaba que no entendió la pregunta que ella le hizo... Pero siguió el juego de la conversación, por cortesía. (Él no sabía que ella era un ángel.) Y entre unas frases y otras, contó su historia.
-Una vida normal -pensó ella-, sin picos ni relieves. Dulce y terrible, como todas.
Y se volvió a buscar a su grupo, que avanzaba por el pasillo; pero repentinamente, y casi por instinto, se ocultó. Del consultorio habían llamado al paciente y él le sonreía al despedirse.
-Una sonrisa normal. -Pensó ella, decidida. Y caminó hacia los encamados, en dirección opuesta a la salida. Pues el hombre que cerraba la puerta tras sí, ahora lucía sereno y liberado de su conflicto.
Elsa Beatriz Garza
Elsa Beatriz Garza
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