miércoles, 16 de julio de 2014

El caballito de los sueños

¿Y cómo es el caballito de los sueños, mami? -Preguntó Richie, el más pequeño de los hermanos.
Era un poco después de las ocho de la noche y los tres niños esperaban con ilusión el relato de su mamá.
Había ocasiones en que ella respondía simplemente: mañana, mañana les digo. Pero otras, entre risas y bromas, la voz de la madre llenaba la pequeña habitación con el relato de viajes sorprendentes y fantasías candorosas que abrigaban el corazón de los pequeños con mayor calidez que las mismas frazadas con que los cubría.
Ésa era una de las noches especiales. Después de cenar las quesadillas acompañadas con frijoles y de forzarlos a ponerse las pijamas que tanto protegían, según mamá, pero que para ellos equivalían a dormir con armadura, Amalia enrolló en la frazada a Richie hasta formar un taco perfectamente invulnerable al frío. No importarían los movimientos que durante el sueño hiciera el pequeño, no lograría descobijarse.
-Yo también quiero taco.-Demandó el mayor de los niños, con la seguridad de que su madre cumpliría inmediatamente su deseo.
Amalia envolvió a Daniel con ternura. Era su primogénito y casi inevitablemente su apoyo, su "brazo fuerte".
En la tercera cama, forzándose a una inmovilidad que no le era natural, Felipe aguardaba. Sólo sus ojos, alegres y traviesos, se movían, a sabiendas de que si sabía ser paciente, su turno, el último, sería el mejor.
Una vez envuelto en las cobijas la madre quedaría sentada junto a él. Y ése sería su triunfo, pues de entre el lío de mantas, él sacaría la mano y tomaría una de ella, reteniéndola, al tiempo que corearía los episodios de la historia de aquella noche.
-¿El caballito de los sueños? Pero si no existe... -Negó Amalia con sonrisa juguetona.
-Sí, sí existe.
-¿Es café como el caballo de tu tío Ramón?
- No, mamá, no. No es de ningún color... Es mágico y nadie puede verlo. Pero tiene alas y por las noches, mientras los niños duermen... pueden montar en él y viajar a tierras extrañas.
- ¡Ah! Ese caballito de los sueños...
Y una vez más, como en tantas otras noches, al conjuro de la voz de la madre, el imaginario corcel sobrevoló, con los niños sobre su lomo, los maravillosos mundos que pueblan los sueños.

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