Jerez, Zacatecas
31 de agosto de 2004
“y sigo con la idea de la llave prohibida”
Hoy, a las 9:50am fuimos a Jerez
Zacatecas, lugar donde nació Ramón López Velarde. (RLV)
De aquí (el hotel) a allá, son
como 57 km. Las callecitas para salir son muy angostas y de piedra. La carretera
también es angosta, pero está en buenas condiciones. Es la carretera libre a
Guadalajara y, lo primero que vimos, fueron los edificios de la Universidad de
Zacatecas (aún en construcción). Continuando al oeste pasamos por La Escondida
y después por Cieneguillas. A esa altura se encuentra la planta de la Coca
Cola.
El paisaje que contemplamos
durante todo el camino (casi 50 minutos) estaba cultivado en su mayoría. A
trechos maíz, o duraznos o alfalfa. Atravesamos Malpaso y la carretera estaba a ambos lados bordeada por árboles y además seguían la ribera del río.
Finalmente llegamos a Jerez. Eran
las 10:40 horas. Lo primero que observé, para mi sorpresa, fue a una mujer en
bicicleta. Después vi a otra, y otra más. Eran señoras del lugar y como de mi
edad. Me sorprendió, pero me gustó. Allí en Jerez muchísimas personas se
transportan en bicicleta. Pensé en China y me gustó su “modernidad”. No creo
que sea a causa de la pobreza porque en otros lugares “pobres” no usan
bicicletas. No pregunté.
Bueno, llegamos al Museo casa de
Ramón López Velarde. Una casa “provinciana” razonablemente amplia, de
construcción sólida, con arcos, muros gruesos, rejas altas, techos con vigas de
madera.
Debió ser un sitio agradable para
vivir, aunque los patios interiores eran muy reducidos. Supongo que para
aquélla época no era una casa muy grande aunque daba a la calle principal y
tuviera un gran patio trasero.
Aquí el croquis de la casa
Artemio compró allí un libro de
$120.00 “Ramón López Velarde: La lumbre inmóvil de José Emilio
Pacheco. Y yo recogí una pequeña flor del patio trasero. En realidad una
diminuta florecita de una yerba. Y la puse dentro de una hoja en un libro
(Ilusiones, R. Bach).
De allí fuimos a la iglesia donde
RLV fue bautizado. La calle y el patio tienen naranjos con fruta, salimos casi
a toda velocidad (aunque tuve tiempo para sumergir mi mano en la concha del
agua bendita y persignar a Artemio). Y entramos a la iglesia principal, el Santuario
de La Soledad, patrona de la ciudad. (Iglesia de arquitectura neoclásica
construida en 1805). También salimos como perseguidos para dirigirnos a un
jardín o plaza que daba frente al Teatro Hinojosa (1878), ahora en
remodelación, pero en una esquina del mismo se encuentra un Museo de Arte e
Historia. El encargado me mostró las tres salas que contienen piezas. A la
entrada una maqueta construida por él, en vidrio, del teatro Hinojosa, el cual,
según dijo, tuvo tres inauguraciones: la primera por el pueblo, otra por las
autoridades y otra por Ángela Peralta.
Una de las salas tenía “cosas de
indios”; otra, todo tipo de piezas de uso diario rural y en una vitrina una gran
moneda de plata de 1500 d.C. Sorprendida le señalé que México había sido
conquistado hacia 1521. Entonces él completó: es italiana, la figura es de una María no sé qué… Después me mostró
las ropas de un sacerdote cuyo cuerpo es incorrupto y las de otro que confesaba
en tiempos pasados.
Salí para alcanzar a mi cónyuge
quien buscaba el Palacio Municipal. Así que preguntamos allí mismo, en una
puerta al otro lado del teatro, donde se leía: Cronista de la ciudad.
El cronista resultó ser el señor
Juan de Santiago Silva quien cortésmente nos indicó que dando vuelta a la
manzana encontraríamos la Plaza principal y el dichoso palacio. Y a los
comentarios de que visitábamos Jerez por ser la tierra de Eugenio del Hoyo
Cabrera, una señora que resultó hija de un primo de Don Eugenio por el lado
Cabrera nos dijo que Bernardo, sobrino de Eugenio podría informarnos, si acaso
lo sabía, del lugar donde se encuentra en Zacatecas el callejón con el nombre
de Eugenio del Hoyo; pero que en la comunidad La Gavia, cerca de Jerez rumbo a
la labor Francisco García Salinas hay una biblioteca con el nombre de Eugenio
del Hoyo Cabrera y que es la biblioteca más importante del municipio.
A paso veloz y sin detenernos,
pues Reginaldo Troncoso, el chofer del taxi que nos había llevado podía no
continuar dormido, llegamos a la Plaza, pequeña pero hermosa, además enrejada
o, mejor dicho, rodeada, cercada, por rejas. Al Palacio municipal apenas le
dirigimos una mirada. Ya lucía descomunales adornos patriotas pues septiembre
empieza mañana.
Vimos por supuesto los portales
Inguanzo y Humboldt. Y Artemio aprobó la cita: "A la patria chica (o a la
provincia, cuna, origen) no hay que volver". Pues es terrible las
transformaciones que puedes encontrar.
Apuramos un poco más el paso para
regresar.
El taxi estaba como a tres
cuadras y aunque no habíamos comprometido el tiempo, ya estaba por cumplirse la
hora de nuestra estadía en tan linda ciudad zacatecana. De gente amable y
esforzada. Pues olvidé mencionar a la señora de los marcos.
Frente al museo, al cual llegamos
cerca de las once y encontramos cerrado, hay una casa que renta a diversos
negocios. La dueña tiene un negocio de enmarcar y vive en la parte alta. Y
actualmente tiene un lugar disponible, además de que junto a su casa hay otra, con un hermoso
patio y nos la mostró desinteresadamente.
Regresamos por la iglesia; yo, con
desesperación por adquirir algún recuerdo de Jerez, buscaba cualquier tienda, las
había como mercerías. Una se llamaba la Rana Rosa. Pues veo que, como a una cuadra
(atravesando la plaza) hay algo que dice "Antigüedades y artesanías". Sólo me
interesaba lo de artesanías. Así que entré. Todos los objetos tenían el nombre
Jerez: tazas, platos, santos, imanes; pero el negocio en oscuridad total y yo
nublada la conciencia pues no garantizaba que Artemio hubiese escuchado mi “dame
cinco minutos y te alcanzo”. Así que con desesperación irracional (¿hay
desesperación racional?) seleccioné una tacita coqueta (como todas las de ese
tipo, un tarrito con algún dibujo en sepia) y una especie de plato de pared:
luna-sol-ciudad-jerez. Desprecié las plumas que costaban $15 pesos pero que
ante mi interés revaloraron en “perdón, veinte” y pagué noventa y ocho. Me
justifiqué mi compra pensando que Artemio $120 y yo $98, “aunque también son
para él y para sus amigotes del kínder y,
casi desfalleciente y jadeante, remedando a Ana en su relevo de los 400m me
llegué al taxi donde sólo aguardaban mi presencia para salir.
El regreso también fue ameno.
Allí fue cuando vi el río, los pequeños árboles de durazno, la presa, etc.
Supimos del lienzo charro y de las tortas de chorizo de Malpaco y muchas cosas
más. Casi sin darnos cuenta pasamos junto al Hotel Hacienda del Bosque, cerca
de la Universidad de Zacatecas y de la de Durango en Zacatecas, en el Boulevard
López Portillo.
Y entramos por Quebradilla, junto
al IMSS. Seguimos frente a la Alameda y el Jardín de la Madre (misma calle, pero
nombrada Torreón y después Juárez) y después subimos por Av. Hidalgo hasta el
hotel.
Hermoso, maravilloso paseo.
Después de descansar un rato,
Artemio compró el Reforma en $22.00. Como le faltaron $2.00 tuvimos que
regresar a pagarlos. (Lo que no sé es cómo se lo vendieron en $20.00). Y fuimos
a buscar dónde comer por la plaza, tras el Mercado González Ortega (no la
Goitia) y que está, como todo Zacatecas, en remodelación-restauración.
Regresamos a leer, dormir, ver
televisión, escribir y ahora vamos a cenar con Sergio Guajardo del Hoyo, nieto
de nuestro inolvidable Eugenio. Y no sé a dónde.
¡Qué feliz soy!
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