miércoles, 16 de julio de 2014

Jerez, Zacatecas

31 de agosto de 2004
y sigo con la idea de la llave prohibida

Hoy, a las 9:50am fuimos a Jerez Zacatecas, lugar donde nació Ramón López Velarde. (RLV)
De aquí (el hotel) a allá, son como 57 km. Las callecitas para salir son muy angostas y de piedra. La carretera también es angosta, pero está en buenas condiciones. Es la carretera libre a Guadalajara y, lo primero que vimos, fueron los edificios de la Universidad de Zacatecas (aún en construcción). Continuando al oeste pasamos por La Escondida y después por Cieneguillas. A esa altura se encuentra la planta de la Coca Cola.
El paisaje que contemplamos durante todo el camino (casi 50 minutos) estaba cultivado en su mayoría. A trechos maíz, o duraznos o alfalfa. Atravesamos Malpaso y la carretera estaba a ambos lados bordeada por árboles y además seguían la ribera del río.
Finalmente llegamos a Jerez. Eran las 10:40 horas. Lo primero que observé, para mi sorpresa, fue a una mujer en bicicleta. Después vi a otra, y otra más. Eran señoras del lugar y como de mi edad. Me sorprendió, pero me gustó. Allí en Jerez muchísimas personas se transportan en bicicleta. Pensé en China y me gustó su “modernidad”. No creo que sea a causa de la pobreza porque en otros lugares “pobres” no usan bicicletas. No pregunté.
Bueno, llegamos al Museo casa de Ramón López Velarde. Una casa “provinciana” razonablemente amplia, de construcción sólida, con arcos, muros gruesos, rejas altas, techos con vigas de madera.
Debió ser un sitio agradable para vivir, aunque los patios interiores eran muy reducidos. Supongo que para aquélla época no era una casa muy grande aunque daba a la calle principal y tuviera un gran patio trasero. 
Aquí el croquis de la casa
 Casa Ramón López Velarde

Artemio compró allí un libro de $120.00 “Ramón López Velarde: La lumbre inmóvil de José Emilio Pacheco. Y yo recogí una pequeña flor del patio trasero. En realidad una diminuta florecita de una yerba. Y la puse dentro de una hoja en un libro (Ilusiones, R. Bach).
De allí fuimos a la iglesia donde RLV fue bautizado. La calle y el patio tienen naranjos con fruta, salimos casi a toda velocidad (aunque tuve tiempo para sumergir mi mano en la concha del agua bendita y persignar a Artemio). Y entramos a la iglesia principal, el Santuario de La Soledad, patrona de la ciudad. (Iglesia de arquitectura neoclásica construida en 1805). También salimos como perseguidos para dirigirnos a un jardín o plaza que daba frente al Teatro Hinojosa (1878), ahora en remodelación, pero en una esquina del mismo se encuentra un Museo de Arte e Historia. El encargado me mostró las tres salas que contienen piezas. A la entrada una maqueta construida por él, en vidrio, del teatro Hinojosa, el cual, según dijo, tuvo tres inauguraciones: la primera por el pueblo, otra por las autoridades y otra por Ángela Peralta.
Una de las salas tenía “cosas de indios”; otra, todo tipo de piezas de uso diario rural y en una vitrina una gran moneda de plata de 1500 d.C. Sorprendida le señalé que México había sido conquistado hacia 1521. Entonces él completó: es italiana, la figura es de una María no sé qué… Después me mostró las ropas de un sacerdote cuyo cuerpo es incorrupto y las de otro que confesaba en tiempos pasados.
Salí para alcanzar a mi cónyuge quien buscaba el Palacio Municipal. Así que preguntamos allí mismo, en una puerta al otro lado del teatro, donde se leía: Cronista de la ciudad.
El cronista resultó ser el señor Juan de Santiago Silva quien cortésmente nos indicó que dando vuelta a la manzana encontraríamos la Plaza principal y el dichoso palacio. Y a los comentarios de que visitábamos Jerez por ser la tierra de Eugenio del Hoyo Cabrera, una señora que resultó hija de un primo de Don Eugenio por el lado Cabrera nos dijo que Bernardo, sobrino de Eugenio podría informarnos, si acaso lo sabía, del lugar donde se encuentra en Zacatecas el callejón con el nombre de Eugenio del Hoyo; pero que en la comunidad La Gavia, cerca de Jerez rumbo a la labor Francisco García Salinas hay una biblioteca con el nombre de Eugenio del Hoyo Cabrera y que es la biblioteca más importante del municipio.
A paso veloz y sin detenernos, pues Reginaldo Troncoso, el chofer del taxi que nos había llevado podía no continuar dormido, llegamos a la Plaza, pequeña pero hermosa, además enrejada o, mejor dicho, rodeada, cercada, por rejas. Al Palacio municipal apenas le dirigimos una mirada. Ya lucía descomunales adornos patriotas pues septiembre empieza mañana.
Vimos por supuesto los portales Inguanzo y Humboldt. Y Artemio aprobó la cita: "A la patria chica (o a la provincia, cuna, origen) no hay que volver". Pues es terrible las transformaciones que puedes encontrar.
Apuramos un poco más el paso para regresar.
El taxi estaba como a tres cuadras y aunque no habíamos comprometido el tiempo, ya estaba por cumplirse la hora de nuestra estadía en tan linda ciudad zacatecana. De gente amable y esforzada. Pues olvidé mencionar a la señora de los marcos.
Frente al museo, al cual llegamos cerca de las once y encontramos cerrado, hay una casa que renta a diversos negocios. La dueña tiene un negocio de enmarcar y vive en la parte alta. Y actualmente tiene un lugar disponible, además de que junto a su casa hay otra, con un hermoso patio y nos la mostró desinteresadamente.
Regresamos por la iglesia; yo, con desesperación por adquirir algún recuerdo de Jerez, buscaba cualquier tienda, las había como mercerías. Una se llamaba la Rana Rosa. Pues veo que, como a una cuadra (atravesando la plaza) hay algo que dice "Antigüedades y artesanías". Sólo me interesaba lo de artesanías. Así que entré. Todos los objetos tenían el nombre Jerez: tazas, platos, santos, imanes; pero el negocio en oscuridad total y yo nublada la conciencia pues no garantizaba que Artemio hubiese escuchado mi “dame cinco minutos y te alcanzo”. Así que con desesperación irracional (¿hay desesperación racional?) seleccioné una tacita coqueta (como todas las de ese tipo, un tarrito con algún dibujo en sepia) y una especie de plato de pared: luna-sol-ciudad-jerez. Desprecié las plumas que costaban $15 pesos pero que ante mi interés revaloraron en “perdón, veinte” y pagué noventa y ocho. Me justifiqué mi compra pensando que Artemio $120 y yo $98, “aunque también son para él y para sus amigotes del kínder y, casi desfalleciente y jadeante, remedando a Ana en su relevo de los 400m me llegué al taxi donde sólo aguardaban mi presencia para salir.
El regreso también fue ameno. Allí fue cuando vi el río, los pequeños árboles de durazno, la presa, etc. Supimos del lienzo charro y de las tortas de chorizo de Malpaco y muchas cosas más. Casi sin darnos cuenta pasamos junto al Hotel Hacienda del Bosque, cerca de la Universidad de Zacatecas y de la de Durango en Zacatecas, en el Boulevard López Portillo.
Y entramos por Quebradilla, junto al IMSS. Seguimos frente a la Alameda y el Jardín de la Madre (misma calle, pero nombrada Torreón y después Juárez) y después subimos por Av. Hidalgo hasta el hotel.
Hermoso, maravilloso paseo.
Después de descansar un rato, Artemio compró el Reforma en $22.00. Como le faltaron $2.00 tuvimos que regresar a pagarlos. (Lo que no sé es cómo se lo vendieron en $20.00). Y fuimos a buscar dónde comer por la plaza, tras el Mercado González Ortega (no la Goitia) y que está, como todo Zacatecas, en remodelación-restauración.
Regresamos a leer, dormir, ver televisión, escribir y ahora vamos a cenar con Sergio Guajardo del Hoyo, nieto de nuestro inolvidable Eugenio. Y no sé a dónde.

¡Qué feliz soy!

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio