Importante capítulo de El Ingenioso Hidalgo de La Mancha
¿Será el año que inicia o la tecnología que ayuda a disfrutar en cualquier momento y con comodidad de cuantos libros estén pendientes de leer o releer?
Un libro que jamás defrauda es El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, del cual les paso al costo el capítulo VI del Segundo Libro. Tomado de http://www.spanisharts.com/books/quijote/2capitulo6.htm
Cervantes enfatiza que es "uno de los importantes capítulos de toda la historia" y al leerlo encontramos la valiente (o enajenada) defensa de la decisión del Quijote de volver a salir al mundo, frente a las objeciones de la sobrina y el ama que intentaban apartarlo de tales ideas.
El propio don Quijote se autodefine "caballero andante verdadero" además de "pobre" a quien, como tal, el único camino que le queda para demostrar su linaje es el de la "virtud" y no espera más recompensa que la "alabanza". Reconoce solo dos caminos para alcanzar la riqueza y el honor: las armas y las letras, de las cuales él tiene más de las primeras por lo cual, y dado que sus pensamientos caballerescos se llevan todos sus sentidos, es inevitable que él haga "lo que los cielos quieren, la fortuna ordena, la razón pide, y sobre todo, mi voluntad desea".
Por supuesto que todos los alegatos son discutibles, según la época y el punto de vista desde el que se les aborde, pero eso no le resta ni belleza ni sabiduría a esta maravillosa obra de la literatura española.
CAPÍTULO VI
De lo que le pasó a Don Quijote con su Sobrina y con su Ama, y es uno de los importantes capítulos de toda la historia.
En
tanto que Sancho Panza y su mujer Teresa Cascajo pasaron la
impertinente referida plática, no estaban ociosas la sobrina y el
ama de Don Quijote, que por mil señales iban coligiendo que su tío
y señor quería desgarrarse la vez tercera, y volver al ejercicio de
su, para ellas, mal andante caballería: procuraban por todas las
vías posibles apartarle de tan mal pensamiento, pero todo era
predicar en desierto y majar en hierro frío. Con todo esto, entre
otras muchas razones que con él pasaron, le dijo el ama: En verdad,
señor mío, que si vuesa merced no afirma el pie llano y se está
quedo en su casa, y se deja de andar por los montes y por los valles
como ánima en pena, buscando esas que dicen que se llaman aventuras,
a quien yo llamo desdichas, que me tengo de quejar en voz y en grita a Dios y al Rey, que pongan remedio en ello. A lo que respondió Don
Quijote: Ama, lo que Dios responderá a tus quejas yo no lo sé, ni
lo que ha de responder Su Majestad tampoco, y sólo sé que si yo
fuera rey, me escusara de responder a tanta infinidad de memoriales
impertinentes como cada día le dan; que uno de los mayores trabajos
que los reyes tienen, entre otros muchos, es el estar obligados a
escuchar a todos y a responder a todos; y así, no querría yo que
cosas mías le diesen pesadumbre. A lo que dijo el ama: Díganos,
señor: en la corte de Su Majestad, ¿no hay caballeros? Sí
-respondió Don Quijote-, y muchos; y es razón que los haya, para
adorno de la grandeza de los príncipes y para ostentación de la
majestad real. Pues, ¿no sería vuesa merced -replicó ella- uno de
los que a pie quedo sirviesen a su rey y señor, estándose en la
corte? Mira, amiga -respondió Don Quijote-: no todos los caballeros
pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser
caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo; y, aunque
todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros;
porque los cortesanos, sin salir de sus aposentos ni de los umbrales
de la corte, se pasean por todo el mundo, mirando un mapa, sin
costarles blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero
nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al
aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a
caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies; y no
solamente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en
todo trance y en toda ocasión los acometemos, sin mirar en niñerías,
ni en las leyes de los desafíos; si lleva, o no lleva, más corta la
lanza, o la espada; si trae sobre sí reliquias, o algún engaño
encubierto; si se ha de partir y hacer tajadas el sol, o no, con
otras ceremonias deste jaez, que se usan en los desafíos
particulares de persona a persona, que tú no sabes y yo sí. Y has
de saber más: que el buen caballero andante, aunque vea diez
gigantes que con las cabezas no sólo tocan, sino pasan las nubes, y
que a cada uno le sirven de piernas dos grandísimas torres, y que
los brazos semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada
ojo como una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno de
vidrio, no le han de espantar en manera alguna; antes con gentil
continente y con intrépido corazón los ha de acometer y embestir,
y, si fuere posible, vencerlos y desbaratarlos en un pequeño
instante, aunque viniesen armados de unas conchas de un cierto
pescado que dicen que son más duras que si fuesen de diamantes, y en
lugar de espadas trujesen cuchillos tajantes de damasquino acero, o
porras ferradas con puntas asimismo de acero, como yo las he visto
más de dos veces. Todo esto he dicho, ama mía, porque veas la
diferencia que hay de unos caballeros a otros; y sería razón que no
hubiese príncipe que no estimase en más esta segunda, o, por mejor
decir, primera especie de caballeros andantes, que, según leemos en
sus historias, tal ha habido entre ellos que ha sido la salud no sólo
de un reino, sino de muchos. ¡Ah, señor mío! -dijo a esta sazón
la sobrina-; advierta vuestra merced que todo eso que dice de los
caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no
las quemasen, merecían que a cada una se le echase un sambenito, o
alguna señal en que fuese conocida por infame y por gastadora de las
buenas costumbres. Por el Dios que me sustenta -dijo Don Quijote-,
que si no fueras mi sobrina derechamente, como hija de mi misma
hermana, que había de hacer un tal castigo en ti, por la blasfemia
que has dicho, que sonara por todo el mundo. ¿Cómo que es posible
que una rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas se
atreva a poner lengua y a censurar las historias de los caballeros
andantes? ¿Qué dijera el señor Amadís si lo tal oyera? Pero a
buen seguro que él te perdonara, porque fue el más humilde y cortés
caballero de su tiempo, y, demás, grande amparador de las doncellas;
mas, tal te pudiera haber oído que no te fuera bien dello, que no
todos son corteses ni bien mirados: algunos hay follones y
descomedidos. Ni todos los que se llaman caballeros lo son de todo en
todo: que unos son de oro, otros de alquimia, y todos parecen
caballeros, pero no todos pueden estar al toque de la piedra de la
verdad. Hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros, y
caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer hombres
bajos; aquéllos se levantan o con la ambición o con la virtud,
éstos se abajan o con la flojedad o con el vicio; y es menester
aprovecharnos del conocimiento discreto para distinguir estas dos
maneras de caballeros, tan parecidos en los nombres y tan distantes
en las acciones. ¡Válame Dios! -dijo la sobrina-. ¡Que sepa
vuestra merced tanto, señor tío, que, si fuese menester en una
necesidad, podría subir en un púlpito e irse a predicar por esas
calles, y que, con todo esto, dé en una ceguera tan grande y en una
sandez tan conocida, que se dé a entender que es valiente, siendo
viejo, que tiene fuerzas, estando enfermo, y que endereza tuertos,
estando por la edad agobiado, y, sobre todo, que es caballero, no lo
siendo; porque, aunque lo puedan ser los hidalgos, no lo son los
pobres! Tienes mucha razón, sobrina, en lo que dices -respondió Don
Quijote-, y cosas te pudiera yo decir cerca de los linajes, que te
admiraran; pero, por no mezclar lo divino con lo humano, no las digo.
Mirad, amigas: a cuatro suertes de linajes, y estadme atentas, se
pueden reducir todos los que hay en el mundo, que son estos: unos,
que tuvieron principios humildes, y se fueron extendiendo y dilatando
hasta llegar a una suma grandeza; otros que tuvieron principios
grandes, y los fueron conservando y los conservan y mantienen en el
ser que comenzaron; otros, que, aunque tuvieron principios grandes,
acabaron en punta, como pirámide, habiendo disminuido y aniquilado
su principio hasta parar en nonada, como lo es la punta de la
pirámide, que respecto de su base o asiento no es nada; otros hay, y
estos son los más, que ni tuvieron principio bueno ni razonable
medio, y así tendrán el fin, sin nombre, como el linaje de la gente
plebeya y ordinaria. De los primeros, que tuvieron principio humilde
y subieron a la grandeza que ahora conservan, te sirva de ejemplo la
Casa Otomana, que, de un humilde y bajo pastor que le dio principio,
está en la cumbre que le vemos. Del segundo linaje, que tuvo
principio en grandeza y la conserva sin aumentarla, serán ejemplo
muchos príncipes que por herencia lo son, y se conservan en ella,
sin aumentarla ni disminuirla, conteniéndose en los límites de sus
estados pacíficamente. De los que comenzaron grandes y acabaron en
punta hay millares de ejemplos, porque todos los Faraones y Tolomeos
de Egipto, los Césares de Roma, con toda la caterva, si es que se le
puede dar este nombre, de infinitos príncipes, monarcas, señores,
medos, asirios, persas, griegos y bárbaros, todos estos linajes y
señoríos han acabado en punta y en nonada, así ellos como los que
les dieron principio, pues no será posible hallar ahora ninguno de
sus descendientes, y si le hallásemos, sería en bajo y humilde
estado. Del linaje plebeyo no tengo que decir sino que sirve sólo de
acrecentar el número de los que viven, sin que merezcan otra fama ni
otro elogio sus grandezas. De todo lo dicho quiero que infiráis,
bobas mías, que es grande la confusión que hay entre los linajes, y
que solos aquellos parecen grandes y ilustres, que lo muestran en la
virtud y en la riqueza y liberalidad de sus dueños. Dije virtudes,
riquezas y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso, será
vicioso grande, y el rico no liberal será un avaro mendigo: que al
poseedor de las riquezas no le hace dichoso el tenerlas, sino el
gastarlas, y no el gastarlas como quiera, sino el saberlas bien
gastar. Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que
es caballero, sino el de la virtud, siendo afable, bien criado,
cortés, y comedido y oficioso; no soberbio, no arrogante, no
murmurador, y sobre todo caritativo, que con dos maravedís que con
ánimo alegre dé al pobre, se mostrará tan liberal como el que a
campana herida da limosna, y no habrá quien le vea adornado de las
referidas virtudes, que aunque no le conozca deje de juzgarle y
tenerle por de buena casta: y el no serlo sería milagro, y siempre
la alabanza fue premio de la virtud, y los virtuosos no pueden dejar
de ser alabados. Dos caminos hay, hijas, por donde pueden ir los
hombres a llegar a ser ricos y honrados: el uno es el de las letras,
otro el de las armas. Yo tengo mas armas que letras, y nací, según
me inclino a las armas, debajo de la influencia del planeta Marte;
así que casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo de
ir a pesar de todo el mundo; y será en balde cansaros en persuadirme
a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena, y la
razón pide, y sobre todo, mi voluntad desea; pues con saber, como
sé, los innumerables trabajos que son anejos a la andante
caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con
ella; y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino
del vicio ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son
diferentes, porque el del vicio dilatado y espacioso acaba en muerte,
y el de la virtud angosto y trabajoso acaba en vida, y no en vida que
se acaba, sino en la que no tendrá fin; y sé, como dice el gran
poeta castellano nuestro, que Por
estas asperezas se camina /De la inmortalidad al alto asiento,/ Do
nunca arriba quien de allí declina.
¡Ay,
desdichada de mí -dijo la sobrina-, que también mi señor es
poeta!. Todo lo sabe, todo lo alcanza: yo apostaré que si quisiera
ser albañil, que supiera fabricar una casa como una jaula.
Yo
te prometo, sobrina -respondió Don Quijote-, que si estos
pensamientos caballerescos no me llevasen tras sí todos los
sentidos, que no habría cosa que yo no hiciese, ni curiosidad que no
saliese de mis manos, especialmente jaulas y palillos de dientes. A
este tiempo, llamaron a la puerta, y, preguntando quién llamaba,
respondió Sancho Panza que él era; y, apenas le hubo conocido el
ama, cuando corrió a esconderse por no verle: tanto le aborrecía.
Abrióle la sobrina, salió a recebirle con los brazos abiertos su
señor Don Quijote, y encerráronse los dos en su aposento, donde
tuvieron otro coloquio, que no le hace ventaja el pasado.