Anexo: Ideas y Humo
Y allá va el trenecito, echando humo, con su sonrisa alegre... Mientras la idea sorpresiva, intempestiva, también se esfuerza por brillar y seducir.
El humo y la idea estuvieron presentes todo el tiempo, mientras yo comparaba trenes y textos, vagones y párrafos. Y lo curioso es que ninguno de los dos estaba en lo planeado; me daba cuenta de que estorbaban, pero, literalmente, me llenaron la cabeza de humo y no pude alejarlos de mi composición.
No sé si esta mancuerna ideas-humo tenga algo más en común que esta fortuita asociación mía de indeseables. En todo caso ni unas ni otro son parte sustancial del proceso en torno al cual existen o pretenden existir. (Trenes y textos escritos). Se generan dentro de los mismos, sí, pero no son necesarios ni intencionales.
El humo surge en la fase de combustión; la idea intempestiva, durante la redacción.
El primero es un residuo que ni ayuda, ni entorpece el movimiento del tren. Al salir expulsado por la chimenea nos ofrece una imagen atractiva, con las volutas que se forman mientras se desvanece en el aire; pero se queda allí, contaminando.
La idea intempestiva interfiere en un proceso cuya finalidad es comunicar con claridad un mensaje. Es tremendamente deslumbrante, pero inadecuada; distrae y, más grave aún, no es fácil deshacerse de ella pues minimizamos el peligro que implica.
Vistos así, idea y humo, lejos de ser útiles, son engañosos, no deseables, nocivos.
Dado que el humo es visible y físicamente localizable, se puede actuar para controlarlo en los momentos de riesgo.
Con la idea intempestiva es distinto. Es un error difícil de evitar si nos dejamos seducir por ella o no la detectamos. Puede descarrilar totalmente nuestro trabajo; llevarlo en una dirección contraria a lo propuesto; o restarle fuerza al argumento principal. Incluso hasta anularlo.
¿Qué hacer para evitarlo?
Estar pendientes de su aparición. Identificarlas. Valorar con objetividad su pertinencia. Y descartarlas. No hay de otra.
Van a aparecer; siempre lo hacen: disfrazadas de nuevos ejemplos, o de argumentos convincentes y originales, o de información vital complementaria... Pero pueden ser irrelevantes, o no van al cuerpo del escrito, ni apoyan la tesis, sus aportaciones crean confusión o sugieren alcances no contemplados en el tema original...
Si restan lógica y el final no parece consecuente con el objetivo planteado, hay que sacarlas del escrito, aunque nos cueste la decisión. No hacerlo afectaría la unidad, claridad y coherencia del mensaje.
Lo principal es no desviarse. Ser fiel al tema original. Eso es lo fundamental.
¿Cuándo?
Siempre. Desde el principio y durante todo el proceso creativo hay que estar alerta a la aparición de estas ideas que con su seductor canto de sirenas podrían hacernos perder el rumbo.
Una vez identificado el propósito, a quién va dirigido, definido el tema (amplitud, ideas centrales), reunida la información relevante y organizada de manera lógica y coherente, se debe centrar todo el contenido en eso.
Por ello, a medida que se avanza en la composición se va puliendo, revisando y corrigiendo, sin perder de vista el punto de partida. Y rechazando esos elementos nuevos que aportan más al ego propio que al escrito.
O que nos traen recuerdos inoportunos de la niñez y quieren ser incluidos, con todo y cancioncita; como aquel comercial del Chocolate Express que patrocinaba los cuentos de “Cachirulo” (Teatro Fantástico de Enrique Alonso) donde el dibujo animado de un pintoresco trenecito, de seguro con cabús amarillo, echaba una columna de humo hacia atrás...
¡Ah! ¡Qué tiempos aquellos! Domingos por la noche, frente a la televisión, en los años sesenta, del siglo...
¿Ven lo que digo? En cosa de nada sigo con la tonadita: "Ahi viene el trenecito del chocolate... " Hay que estar atentos; siempre atentos.
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