El Mes de la Luna Adusta. Fragmento
Como todos los atardeceres, poco antes de que el crepúsculo soberbio deslumbrara el horizonte, Señomb, -el Señor de los Nombres- asomó al balcón.
Abajo, la multitud acostumbrada aguardaba expectante. ¿A quiénes les tocaría el honor de ser atendidos? ¿Cuántos regresarían a su hogar con la respuesta y cuántos obtendrían un enigma para llevarse a casa, a cuya luz intentarían descifrar la vieja oscuridad?
Esa tarde, como cualquier otra, igual que tantas y tantas anteriores, el Señor de los Nombres sonrió. O al menos eso sugería la mueca que se extendió por su rostro. Era la señal, y así lo entendió el avispado ayudante, pues sin esperar ninguna indicación le acercó la madeja de estambres de colores y el ánfora.
Un murmullo alegre corrió entre los solicitantes. Todos sabían lo que eso significaba aunque fuese la primera vez que participaban: La maraña de estambre sería lanzada al aire, y ellos debían atrapar algún trozo, lo suficientemente largo para atarlo alrededor del puño, sólo eso. Después esperarían, con la mano atada en alto, a que Señomb decidiera el color de la consulta.
Una tras otra, Señomb iría sacando del ánfora las hebras de colores. Quienes tuviesen las del color nombrado al último serían los elegidos de ese día.
Belén apenas alcanzaba la altura promedio por lo que no se sentía capaz de atrapar al vuelo el estambre. Tal vez no fuera tan buena idea haber realizado el viaje, se decía. Y miraba con nerviosismo y desesperación a su alrededor. ¿Necesitarían todos los allí reunidos de Señomb tanto como ella? Lo dudaba. Hizo un esfuerzo por recuperar su optimismo. El destino todavía podía depararle una sorpresa... Así había sido siempre... Bueno, hasta hacía poco, en realidad.
Mientras esperaban a que el rito iniciara, la angustia se apoderó de Belén. ¿Y si sus méritos no eran suficientes, ni su inquietud relevante? Se sentía agobiada y sin esperanza. Ella era la responsable de su situación actual, no podía negarlo. Había llegado hasta allí porque no podía estar en ninguna otra parte. Su hogar ya no era un hogar y para cuando su padre regresara con la nueva esposa, ya no la encontraría a ella. "Pero no es un capricho mío", se defendía mentalmente Belén. "La abuela me necesita, pero no sé dónde encontrarla".
El alboroto de la gente al intentar alcanzar las hebras de estambre la hizo reaccionar. No supo cómo pero un pedacito violeta quedó entre sus manos. "Violeta, violeta"-murmuraba mientras se lo ataba a la muñeca. Algo en su corazón le decía que tendría suerte...
La gente empezó a organizarse en grupos de acuerdo a su color. Algunos intercambiaban entre sí los colores, otros dividían el que les había tocado para compartir con alguien menos afortunado. Belén caminó hacia el sitio de los violeta. Era un grupo pequeño. Triste. Cansado. De rostros inmutables y miradas vencidas desde mucho tiempo antes.
Mientras esperaban a que el rito iniciara, la angustia se apoderó de Belén. ¿Y si sus méritos no eran suficientes, ni su inquietud relevante? Se sentía agobiada y sin esperanza. Ella era la responsable de su situación actual, no podía negarlo. Había llegado hasta allí porque no podía estar en ninguna otra parte. Su hogar ya no era un hogar y para cuando su padre regresara con la nueva esposa, ya no la encontraría a ella. "Pero no es un capricho mío", se defendía mentalmente Belén. "La abuela me necesita, pero no sé dónde encontrarla".
El alboroto de la gente al intentar alcanzar las hebras de estambre la hizo reaccionar. No supo cómo pero un pedacito violeta quedó entre sus manos. "Violeta, violeta"-murmuraba mientras se lo ataba a la muñeca. Algo en su corazón le decía que tendría suerte...
La gente empezó a organizarse en grupos de acuerdo a su color. Algunos intercambiaban entre sí los colores, otros dividían el que les había tocado para compartir con alguien menos afortunado. Belén caminó hacia el sitio de los violeta. Era un grupo pequeño. Triste. Cansado. De rostros inmutables y miradas vencidas desde mucho tiempo antes.
¿Dónde va la fila? quiso preguntar. Pero entendió que no había lugar para las bromas. Ella también enmudeció, como todos, esperanzada. Entonces fue cuando la vio.
Se movía con lentitud. Iba con la cabeza baja, buscando entre los pies de los demás algún pedacito de estambre sin dueño. Hablaba quedo, pedía disculpas y continuaba en su intento imposible. El centro de la plaza estaba vacío y era evidente que no encontraría lo que buscaba.
Ese día, no.
No tendría la oportunidad de una respuesta, ni de un enigma. ¡Qué lástima!
¿Y si le doy mi color... ? titubeó Belén al tiempo que Ella levantó el rostro como si la hubiera escuchado y volteó la cabeza en su dirección, como buscándola.
No tendría la oportunidad de una respuesta, ni de un enigma. ¡Qué lástima!
¿Y si le doy mi color... ? titubeó Belén al tiempo que Ella levantó el rostro como si la hubiera escuchado y volteó la cabeza en su dirección, como buscándola.
Belén sintió que el corazón se le detenía: los ojitos apagados se detuvieron en el vacío, suplicantes. Si había tenido apenas una idea, ahora tenía la certeza: apresuradamente se desanudó el cordoncito violeta y se lo ató a la desconocida.
Los nombres de los colores a descartar se empezaron a oír... Belén se apartó del grupo de violetas, ya no tenía caso continuar allí, cualquiera fuese el resultado. No habría ni respuesta ni enigma. Una vez más miró a la mujer a la que le había entregado su color: de corazón deseó que el violeta fuera el de las respuestas.
Una extraña sensación la recorrió. No era desagradable, pero tampoco una revelación. Simplemente supo que debía continuar el viaje interrumpido, pues regresar era imposible.
Una extraña sensación la recorrió. No era desagradable, pero tampoco una revelación. Simplemente supo que debía continuar el viaje interrumpido, pues regresar era imposible.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio