jueves, 11 de enero de 2024

SCRIPTIOCONTINUA INDULTARLOIMPOSIBLE. Y los signos de puntuación

Los signos de puntuación 

¿Cómo quieres que te los explique?

Nunca me interesé por su historia, su origen; quién, o por qué, o cuándo empezó a usarlos. Pero, como quieres que te los explique, lo intentaré. ¿Has visto? La misma frase, en negritas las dos, pero no suena igual. También podría haber dicho: ¡Cómo! ¿Quieres que te los explique? Si por algún motivo me hubiera sorprendido tu petición. O si ya desesperada por mi falta de habilidad te reclamara: ¡Cómo quieres que te los explique...! En todos esos casos, para expresar comprensión, sorpresa, tolerancia, extrañeza, exasperación, recurrí a unos pocos signos de puntuación.

Los conocí de niña, cuando para practicar la escritura la maestra nos dictaba párrafos enteros incluyendo comas y puntos. Para enfatizar estos últimos ella hacía una pausa. Y los nombraba solos; no en grupos de dos o tres palabras como hacía con las demás. Decía: COMA, PUNTO o PUNTO Y APARTE. Sabíamos, sin que nos lo dijera, que iban pegados a la palabra que les antecedía (excepto si son de apertura: se pegan a la que preceden), pero sí nos indicaba, tras decir PUNTO, que la siguiente palabra iniciaba con mayúscula. El lápiz o la pluma se tropezaban con ellos y no advertíamos la función de este ejército de pequeños signos pues esas marcas entre las palabras importantes eran casi invisibles, silenciosas. Un poco como los Guardias del Vaticano o del Palacio de Buckingham, los ves firmes y atentos pero no son los protagonistas. Y al igual que ellos, estos signos sin voz propia de algún modo parecían mandar y había que tenerles respeto... Por eso, al leer en voz alta y toparnos con ellos, hacíamos pausa o cambiábamos la entonación imitando a la maestra; pero claro, sin nombrarlos. Eran como soldaditos encargados de mantener los textos disciplinados, ordenados, como seguramente el autor quiso expresarlos.

O algo así.

Porque escribir no es tan fácil como hablar. Al menos si se trata de que te entiendan correctamente. Las palabras se pueden poner una junto a la otra y no decir nada. O complicarlo todo. Como leer el directorio telefónico al revés: sólo serán palabras y palabras sin sentido, aunque sean importantes los nombres y los datos.

Pero si se recurre a los signos (lo que no es sencillo pues debes ponerte en el lugar de quien lee sin dejar de ser quien escribe) y si sabes descifrarlos, la comprensión es mejor y más rápida: verás que unen frases, ordenan ideas, agregan información, sustituyen expresiones, jerarquizan enunciados, evitan ambigüedades, señalan características, dan tono, enfatizan, cuestionan, limitan, generan expectativas o suspenso... En cualquier caso, aclaran y precisan dando contexto para que el lector interprete sin errores lo que el autor quiso decir: sus intenciones, y hasta sus emociones...

¡Ah! Y si faltaran los signos, o estuvieran puestos incorrectamente... Probablemente el caos; el desorden; la incomprensión; el equívoco irremediable.

Porque sí, una cosa es el lenguaje oral, con sus entonaciones y oportunidad de aclarar cualquier duda en el momento de la comunicación, y otra muy distinta el texto destinado a un receptor no presente cuya única posibilidad de adquirir conocimiento está en el documento que lee. (Y que supone bien escrito.)

De allí que sorprende, y no, que desde la antigüedad se buscaran formas de evitar las confusiones generadas por las pausas inevitables de quien leía en voz alta y de corrido.

Pues la lectura no era individual ni en silencio, la población no sabía leer ni escribir y la responsabilidad de transmitir y preservar conocimientos, relatos y creencias, para beneficio de sus contemporáneos o de otras generaciones y culturas, recaía no tanto en los eruditos, escribas, sacerdotes y gobernantes que las generaban sino en las bibliotecas que los resguardaban. Y en quienes los leían frente al público.

S C R I P T I O C O N T I N U A S E L E L L A M A A S I A U N T E X T O C O M O E S T E D O N D E L A S P A L A B R A S I B A N U N A A L L A D O D E L A O T R A S I N E S P A C I O S E N T R E E L L A S E N M A Y U S C U L A S Y S I N P U N T U A C I O N N I A C E N T O Y Q U E F U E U S A D O E N L O S M A N U S C R I T O S A N T I G U O S G R I E G O S Y H E B R E O S Y E N L A B I B L I A

Si tuvieras que leer en voz alta y de corrido el párrafo anterior ¿Dónde harías una pausa? ¿Dónde te detendrías para tomar aliento y sin traicionar el sentido del mensaje? Y si tuvieras que dejar que otra persona no familiarizada con el texto (que ya conoces de memoria) lo leyera en tu lugar ¿Cómo le indicarías, dentro del mismo escrito, para asegurarte que el auditorio lo entendiera adecuadamente?

Pues en la ciudad egipcia de Alejandría, doscientos años antes de Cristo, cuando se escribía en pergaminos sobre las piernas y el conocimiento se transmitía mayormente en forma oral o lectura en voz alta, Aristófanes de Bizancio vio que las pausas en la lectura oral de la scriptio continua creaban problemas de claridad. A veces el locutor cortaba una frase, una idea, o una palabra... ¡para tomar aliento! Para evitar esto Aristófanes usó un punto circular que colocaba en una de tres posiciones al finalizar cada palabra. Indicando el momento exacto y la duración de las pausas: un puntito bajo al terminar cada palabra; a la mitad de altura de la letra para pausa breve y, en la parte alta, para señalar pausa mayor y fin de oración. Lo que podríamos comparar con el uso actual de espacios para separar las palabras, o de comas y puntos.

Así surgió ese sistema inicial de puntuación empleado después por los monjes copistas durante la Edad Media y que la cultura occidental adoptaría durante varios siglos. Se iría revisando y modificando para adecuarlo a las circunstancias cambiantes: letras minúsculas, uso de hojas de papel para escribir, traducción de obras de un idioma a otro (del griego al latín), aparición de la imprenta. Y por supuesto a la evolución del lenguaje, que requería que los signos, además de indicar las pausas retóricas apoyaran la estructura gramatical, la sintaxis, los sintagmas. Hasta llegar a los que conocemos actualmente.

Pero volviendo al inicio, los signos de puntuación, aunque inadvertidos, son necesarios. Mal puestos pueden significar errores graves. Ejemplos hay muchos. Y razones para usarlos también. Como sería evitar que una frase admita distintas lecturas por no usar signos de puntuación.

¡Cómo! Quieres que... ¿te lo explique? ¿Otra vez?

Pues te pondré un ejemplo distinto. Donde el uso de la coma es asunto de vida o muerte. O eso cuentan. Dicen que la zarina, por razones que sólo ella conocía, alteró el telegrama en el que su esposo expresaba el destino final de un prisionero. Hay quienes afirman que fue el mismo zar quien finalmente se apiadó del sentenciado.

El texto inicial dice: INDULTARLO IMPOSIBLE, EJECUTARLO.

Pero gracias a la intervención de la zarina o a la piedad del zar y, claro, a la magia de la coma que “vale su peso en oro” como dice Bård Borch Michalsen en su libro “Signos de Civilización, cómo la puntuación cambió la historia, la sentencia final quedó así:

INDULTARLO, IMPOSIBLE EJECUTARLO.

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