Sin corazón y sin alas
¿Salir, o no salir? Se
preguntaba la sombra invariablemente; muchas veces aterrorizada,
otras con una esperanza atosigante; pero siempre, siempre, agobiada
por la convicción de que cualquiera que fuese la respuesta no
estaría más cerca de recuperar su antiguo temple.
Tras aquel demoledor
encuentro al que su ingenuidad la había enfrentado inerme, su
espíritu antes indoblegable se había abatido. En vez de reír,
temblaba. Ahora se arrastraba serpenteando al amparo de las rocas,
cuidadosa, sutil: buscando ocultarse de la luz, se mantenía alerta;
retrocediendo a la menor sospecha. Vagaba errática o se detenía
súbitamente. Un solo pensamiento la dominaba: Debía saber por
qué.
Quienes la habían visto antes, no parecían sorprendidos de su comportamiento. Al contrario, aplaudían su cautela cuando la sombra atemorizada se negaba a explorar sus antiguos dominios. Enfrentarse a la luz, o fundirse con ella, pensaban, era una misma cosa, desaparecer en la nada. Así, no había censura ni abierta ni callada.
Pero la sombra se culpaba y eso era más que suficiente. Sus majestuosas alas habían sido consumidas por un fuego inexplicable que todavía sentía arder en su interior. Y no sólo eso, sino que la llevaba a anhelar, y al mismo tiempo temer, un nuevo encuentro.
Si tan sólo supiera la causa... se decía. Aunque presentía que no serviría de nada saberlo. ¿Alguna vez podré acercármele sin peligro? Y alucinaba imaginando una posible coexistencia. Su natural no beligerante no la ponía en alerta contra la luz que avasalla y quema por instinto, aún cuando ya había sufrido esa experiencia. Y se culpaba por frágil, por atolondrada, por engreída. Buscaba fallas en su comportamiento, no en su esencia, y se reprendía con dureza.
En su interior sobrevivía la convicción, una especie de fe inmutable, de que si perseveraba en el deseo, éste se haría realidad. Pero el desconocido ¿por qué? le bloqueaba el camino. ¿Y aún si lograra salvar este obstáculo, se preguntaba la sombra, podré recuperar mi ser anterior, libre del miedo? Y temblaba. Si tan solo hubiera nacido diferente, agua, espuma, viento. Pero ¿sombra? ¿sombra?
Su linaje la abrumaba. y el deseo -y el temor- seguirían abrasándola.
Quienes la habían visto antes, no parecían sorprendidos de su comportamiento. Al contrario, aplaudían su cautela cuando la sombra atemorizada se negaba a explorar sus antiguos dominios. Enfrentarse a la luz, o fundirse con ella, pensaban, era una misma cosa, desaparecer en la nada. Así, no había censura ni abierta ni callada.
Pero la sombra se culpaba y eso era más que suficiente. Sus majestuosas alas habían sido consumidas por un fuego inexplicable que todavía sentía arder en su interior. Y no sólo eso, sino que la llevaba a anhelar, y al mismo tiempo temer, un nuevo encuentro.
Si tan sólo supiera la causa... se decía. Aunque presentía que no serviría de nada saberlo. ¿Alguna vez podré acercármele sin peligro? Y alucinaba imaginando una posible coexistencia. Su natural no beligerante no la ponía en alerta contra la luz que avasalla y quema por instinto, aún cuando ya había sufrido esa experiencia. Y se culpaba por frágil, por atolondrada, por engreída. Buscaba fallas en su comportamiento, no en su esencia, y se reprendía con dureza.
En su interior sobrevivía la convicción, una especie de fe inmutable, de que si perseveraba en el deseo, éste se haría realidad. Pero el desconocido ¿por qué? le bloqueaba el camino. ¿Y aún si lograra salvar este obstáculo, se preguntaba la sombra, podré recuperar mi ser anterior, libre del miedo? Y temblaba. Si tan solo hubiera nacido diferente, agua, espuma, viento. Pero ¿sombra? ¿sombra?
Su linaje la abrumaba. y el deseo -y el temor- seguirían abrasándola.
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