miércoles, 28 de febrero de 2024

Prefijo. Con prefijo pre: antes de

Recuerdo haber leído en al menos dos ocasiones sobre seres que desde el momento de nacer, hablaban. Y no sólo correctamente, también tenían otras habilidades excepcionales.

Uno de ellos, es el mago Merlín. Personaje de la literatura británica que podría haber sido hijo de una princesa y de un íncubo. Un demonio que aprovechó una noche en que la princesa no rezó sus oraciones para seducirla. El otro ser que nació hasta con las armas en la mano (xiuhcoatl) pertenece a la cultura mexica: es Huitzilopochtli. Hijo también de una relación sobrenatural pues cuando su madre Coatlicue barría el templo encontró un ovillo de plumas que guardó en su seno y con eso quedó preñada.

Probablemente en la literatura o en la mitología universal existan algunos otros personajes con esta habilidad desde el nacimiento. Los demás tenemos que irla adquiriendo, estudiando y desarrollando para poder comunicarnos en la sociedad en la que vivamos.

Eso de hablar, y escribir bien, es algo relativo. Cada cultura tiene su propia evolución y origen de la lengua, sus normas gramaticales, su semántica, su morfología, su sintaxis, su ortografía, su fonética y por supuesto sus estudiosos en todas estas disciplinas del lenguaje.

¿Desde cuándo hablamos? Merlín y Huitzilopochtli se adelantaron más de dos años al momento en que lo hacen los niños. Aunque no es tiempo perdido por el bebé, al tiempo que se desarrolla va adquiriendo conocimientos tanto de gestos, como de sonidos, que asocia a significados; después intentará imitarlos en contextos o situaciones parecidas para satisfacer alguno de sus deseos: alimento, protección, afecto, seguridad, etc.

La parte difícil vendrá después, cuando salga del entorno familiar y descubra que hay todo un universo de morfemas y sintagmas al que debe recurrir para lograr comunicarse. Todo un reto. No es lo mismo hablar de frente con alguien y que te entienda correctamente, a hacerlo por escrito. Tampoco leer es fácil. Tal vez Merlín leía, era un mago, haría pócimas tomadas de algún libro; de Huitzilopochtli, dios guerrero, no sé nada y en su tiempo no escribían letra por letra las palabras: con dibujos transmitían ideas y sonidos en sus pictogramas. Tal vez, ambos, al nacer, ya sabían también leer y escribir...

¡Ah! Y se perdieron esas hermosas lecciones de la niñez donde no sólo tenías que penar, letra por letra hasta el punto, sino también identificar (ahí es nada), un elemento, que podía ser lápiz, manzana o Dios sabe qué. ¿Podrían reconocer el sujeto y el predicado sin recurrir a sus dotes superiores?

Posiblemente, porque sí supieron quiénes amenazaban a sus respectivas madres, a las que les aseguraron, de viva voz en el preciso momento del alumbramiento, que no tenían nada que temer: ellos se encargarían de defenderlas. Y así lo hicieron. Según los cronistas de ambas culturas.

¿Conocerían el dudoso placer de confundir las partes de las palabras para descifrar su significado? Si el prefijo "bi" significa "dos" qué significan: bífido, bicéfalo y bípedo en el siguiente enunciado:

Coatlicue es bicéfala bípeda: por cabeza tiene dos serpientes con lengua bífida, pero sólo dos pies”.

A pesar de no hablar español, de seguro entenderían que las palabras biberón, bigote, biblia, no tienen prefijo. Simplemente sus lexemas empiezan con la sílaba bi y no tienen nada que ver con cantidad. Como  es el caso en binomio, bilateral, bimestre, bilingüe...

Hasta me darían lástima Merlín y Huitzilopochtli... Probablemente tampoco inventaron palabras usando sufijos con el significado de “lugar donde hay, o se vende...” como frutería, panadería, gasolinería, librería, zapatería, dulcería. O que dan sentido de “persona que se dedica a...” como panadero, gasolinero, librero, zapatero, dulcero...

Ni intentaron descubrir el significado del sufijo en palabras como trancazo, zapatazo, mochilazo, escobazo, manazo, portazo; o en aterrizar, acuatizar, amarizar, alunizar...

Aunque las partículas con más información, las más valiosas, son los gramemas verbales. Son como las estrellas del equipo de basquetbol. Aparte de formar los verboides: infinitivo (ar, er, ir), gerundio (ando, endo) y participio (ado, ido, to, so, cho), los usamos para conjugar los verbos. Van después del lexema verbal, (que es el que determina la acción). Indican modo, tiempo, número y persona. Como en los tiempos simples del verbo amar en primera persona del singular: “Amo, amé, amaré, amaba, amaría (indicativo); Ame, amase, amare (subjuntivo); ¡Ama! (imperativo)”.

Conocer y dominar el idioma, desde el instante de nacer, debe tener sus ventajas. Aprenderlo, a lo largo de la vida, tendrá sus tropiezos y descalabros, pero también sus compensaciones. Tanto en los hallazgos, como en la aplicación de los mismos al hablar y redactar con más precisión y claridad.

Que es lo que pretendemos desde niños: expresar un pensamiento con el que buscamos obtener una respuesta concreta. “Satisfacer -dije antes-, alguno de sus deseos: alimento, protección, afecto, seguridad...”

sábado, 24 de febrero de 2024

Esto no es un lápiz. Ce nést pas un crayon

Allá por 1929, el pintor belga René Magritte exhibió su obra: “Ceci n´est pas une pipe”, que se traduciría como “Esto no es una pipa”. El título causó mucho ruido pues lo representado era precisamente una pipa. Parece que entre otras inquietudes trataba de cuestionar la relación entre lo pintado y la realidad.


Creo que esa misma necesidad de una mirada analítica, entre lo real y el símbolo convencional puede ser aplicable al lenguaje, al signo lingüístico, a la palabra.


De allí que diga: “Esto no es un lápiz” cuando quiero hablar de la “palabra” lápiz y no de aquellos Mirado con los que aprendí a escribir, y acababan mordisqueados y rasgando el papel cuando la goma de borrar casi se había terminado. ¡Aunque intentaras borrar con mucho cuidado...!


Si no es un lápiz...


Pues habrá que empezar por desmenuzar la palabra; buscar sus genes, sus moléculas, su esencia, su alma; comprender lo que cada una de sus partes aporta al significado. Porque cada partícula cuenta.


Sería más fácil desbaratar el lápiz, o cualquier otro instrumento que, como él, sirva para escribir, dibujar, pintar. Al desarmarlos en piezas, veremos semejanzas en lo que les da cuerpo: la forma, el tamaño, el material... Pero no en lo que los identifica como únicos: grafito, pigmentos de color, tipo de tinta; en eso son distintos. Y tomarán el nombre acorde a su diferencia: lápiz, pluma, bolígrafo, lapicero, marcador, crayón, color, bicolor...


Bueno..., no exactamente. El lápiz no tiene nada de “piedra”, sino grafito, como sabemos; y en la pluma es la tinta lo que la hace diferente. Cada quién bautiza al niño como quiere, o según el santoral del día... ¡Qué remedio! Desde el paleolítico nos ganan por mano... Para pintar usaban el polvo rojo de la piedra nombrada lapis hematites por los latinos, quienes se referían a él como lapis (piedra) varios siglos antes de que se escribiera con grafito. También en la antigüedad descubrieron cómo usar las plumas de las aves para escribir con tinta. Las cortaban con una navajita cortaplumas que posteriormente, siglo XIX, servirá para sacarles punta ¡a los lápices! Algo como las Gillette con filo en un sólo lado.


Entonces, la pluma estilográfica aunque tenga la misma raiz, no es una pluma, al grado de que ni asociamos las plumas de escribir con las de ave. Pero plumero y plumaje sí mantienen su significado etimológico en el lexema del que se derivan; igual que lápida, lapidario, lapidar lo hacen con lapis: piedra. En cambio, el morfema lápiz, por su etimología casi hermano gemelo de lápida, aportará su significado adquirido de “instrumento para escribir” a su familia léxica: lapicero, lapicera, lapicito, lapizar, lapizote, lapizucho, portalápices, afilalápices...


De vuelta al término “lápiz” es, como toda palabra, un morfema: “unidad mínima de comunicación con significado completo”. Igual que pluma y lapicero. Por tanto cada una está formada por partículas con significado: lexemas, gramemas, derivativos.


Si las “desarmamos”, vemos que las tres tienen lexema, o raíz; el significado base, el alma de la palabra. Pero los lexemas pueden ir solos como en lápiz; acompañados con gramemas nominales (o verbales) como en plum-a (o en lapiz-ar) y/o con derivativos (prefijos, sufijos); con estos últimos se forman las palabras derivadas: lapic-ero (o des-plum-ar). En cualquier caso seguirán siendo morfemas, con la misma esencia pero transformados, como podemos apreciar renglones arriba con la familia léxica de lápiz, que ajusta su escritura en cada palabra a las reglas de ortografía independientemente de la escritura y acentuación en el lexema matriz: lapis, lápiz, lapicero, lapizucho.


Llama la atención cómo entre las palabras, aparentemente iguales en su formación, también parece haber diferencias “clasistas”. ¿O será entre los objetos? ¿Pues de que otra forma se explica que se use la polisémica palabra pluma, y no lápiz, para referirse a un escritor de renombre, a un estilo de escritura, e incluso se fabriquen plumas de marca con el nombre de grandes personalidades? ¿O de las familias de Game of Thrones? 


Se acostumbra decir: pluma libre, pluma transgresora ¿y cuál adjetivo para el humilde lápiz con el que aprendimos a escribir? Un escueto: "Esto no es un lápiz: es un morfema..."


domingo, 11 de febrero de 2024

Persona Gramatical ¿Cuál eres tú?

Hace unos días cuando veía la película The Burial (Enterrando una ambición 2023) escuché con sorpresa lo que Gloria, la esposa del protagonista, le pedía: “Prométeme que no vas a hablar de ti en tercera persona”.

Se refería, sin ninguna duda, a la “tercera persona gramatical”. Pues cuando Willie Gary le refuta que él nunca lo hace, ella lo imita diciendo una de sus frases recurrentes: “Aquí llega Willie Gary en su avión Alas de Justicia...” Entonces él tiene que aceptar que sí, que a menudo se refiere a sí mismo en tercera persona.

Aunque el protagonista es abogado y esto presupone que él tenga un conocimiento más profundo del lenguaje escrito, me sorprendió lo acertado de la observación de Gloria; ya que, en efecto, como Willie Gary es el hablante (primera persona gramatical), debía expresarse con pronombre y verbo en primera persona: “Aquí llego yo, en mi avión Alas de Justicia...

En lugar de eso, toma distancia de sí mismo, se despersonaliza, y se asume como el asunto del que se habla. Por tanto, al ser él, Willie, el tema del mensaje, le corresponde el verbo en tercera persona del singular, con nombre completo.

Tal vez decir: Yo llego, no es tan impactante como Willie Gary llega.

O el motivo podría ser otro. Explicaciones habrá, sin duda, en la sicología o en el comportamiento humano. Los niños pequeños tienden a referirse a sí mismos por el apodo de cariño con que los padres les llaman: “Bebé tiene sueño...” dice el nene tallándose los ojitos. ¿Y quién no ha escuchado, en una reunión, que alguien al entrar dice “Ya llegó el alma de la fiesta” queriendo decir que es él quien pone el ambiente? En ambos ejemplos el emisor se refiere a sí mismo en tercera persona. Igual que Willie...

Lo cierto es que ni tú ni yo, personas en el mundo real, somos personas gramaticales. Emisores, escritores, locutores, tal vez; incluso receptores, lectores, público, según sea el canal de la comunicación; hasta podríamos ser parte del mensaje; pero no personas gramaticales. Éstas pertenecen al ámbito de la lengua, de la Gramática, del lenguaje oral o escrito. Representan, en una oración, a quien realiza la acción del verbo: o sea al sujeto. (De qué o quién se habla) Pero también revelan quiénes son los participantes del acto comunicativo y desde qué posicionamiento se enuncian: el que habla, a quién se habla y de lo que se habla.

Yo hablante: ¿hablo de mí, hablante?, ¿hablo de ti, oyente, contigo?, ¿hablo de algo o alguien más?

En español las personas gramaticales son tres en singular y tres en plural. Ligadas con los pronombres personales que les son inherentes: Yo, tú, él, nosotros... Y con el verbo en concordancia con ellas; al grado de que con el sólo verbo podemos identificarlas.

Con el tema de la película he mencionado dos de las tres personas gramaticales. Como ejemplo de la segunda persona gramatical, la que me falta, que identifica a quién se habla, voy a usar el enunciado: “Prométeme que no vas a hablar de ti en tercera persona”. Independientemente de que Gloria antepusiera el pronombre , o el vocativo Willie a su petición, por las dos formas verbales, “prométeme y vas”, sabemos que el sujeto de la oración es el oyente, a quién el hablante se dirige: la segunda persona gramatical.

No está de más recordar que emisor y hablante no necesariamente son la misma persona. Como tampoco lo son receptor y oyente. Aunque sí pudieran coincidir, en algunos casos: el escritor en su autobiografía, o el destinatario de una carta amorosa.

No fue así en este ejemplo: Allá por los años sesenta del siglo veinte, en el Monterrey de mi infancia, era común ver frases religiosas o ingeniosas pintadas en las defensas de camiones de trabajo o transporte, por lo general fatigados por el uso. Frases como: “Ayúdame, Virgencita”, “Dios es mi guía”, “Viejos... los cerros”, “Es mejor que andar a pie”.

Yo estaba en primaria y mientras papá me llevaba al colegio se las leía en voz alta. Me sentía orgullosa de entenderlas. Los mensajes eran claros, el emisor posiblemente el conductor, y el receptor -receptores, más bien-, todos quienes nos cruzábamos en su camino y pudiésemos leerlos.

Pero cuando leí ¡Se los dije...! escrito con grandes letras blancas en varios camiones materialistas, no supe interpretarlo. Eran una serie de interrogantes sin resolver: ¿Quién dijo? ¿Qué cosa dijo? ¿A quiénes se las dijo? Era obvio que no a mí. Y que los choferes no eran los autores.

Intenté completar la oración usando los pronombres de personas gramaticales que conocía: ¡Yo se los dije..., les dije algo, a vosotros, a ustedes, a ellos! Pero igual no tenía sentido. ¡Todo lo que yo tenía era una oración con un hablante en primera persona gramatical!

No podía ponerle rostro o nombre al emisor, tampoco descifrar el mensaje, y el posible receptor quedaba incógnito.

La explicación circuló como leyenda urbana: Un joven había jurado a su escéptica familia que les recordaría su falta de fe en sus aptitudes como empresario pintando en cada vehículo que le perteneciera esa frase. “¡Se los dije...!”

Ahora sé que las Personas Gramaticales sirven para redactar un texto con claridad y también para entender correctamente lo que lees. Pero hubiera ayudado entonces saber que el texto es el mensaje escrito.


miércoles, 7 de febrero de 2024

Anexo: Ideas y Humo

Y allá va el trenecito, echando humo, con su sonrisa alegre... Mientras la idea sorpresiva, intempestiva, también se esfuerza por brillar y seducir.

El humo y la idea estuvieron presentes todo el tiempo, mientras yo comparaba trenes y textos, vagones y párrafos. Y lo curioso es que ninguno de los dos estaba en lo planeado; me daba cuenta de que estorbaban, pero, literalmente, me llenaron la cabeza de humo y no pude alejarlos de mi composición.

No sé si esta mancuerna ideas-humo tenga algo más en común que esta fortuita asociación mía de indeseables. En todo caso ni unas ni otro son parte sustancial del proceso en torno al cual existen o pretenden existir. (Trenes y textos escritos). Se generan dentro de los mismos, sí, pero no son necesarios ni intencionales.

El humo surge en la fase de combustión; la idea intempestiva, durante la redacción.

El primero es un residuo que ni ayuda, ni entorpece el movimiento del tren. Al salir expulsado por la chimenea nos ofrece una imagen atractiva, con las volutas que se forman mientras se desvanece en el aire; pero se queda allí, contaminando.

La idea intempestiva interfiere en un proceso cuya finalidad es comunicar con claridad un mensaje. Es tremendamente deslumbrante, pero inadecuada; distrae y, más grave aún, no es fácil deshacerse de ella pues minimizamos el peligro que implica.

Vistos así, idea y humo, lejos de ser útiles, son engañosos, no deseables, nocivos.

Dado que el humo es visible y físicamente localizable, se puede actuar para controlarlo en los momentos de riesgo.

Con la idea intempestiva es distinto. Es un error difícil de evitar si nos dejamos seducir por ella o no la detectamos. Puede descarrilar totalmente nuestro trabajo; llevarlo en una dirección contraria a lo propuesto; o restarle fuerza al argumento principal. Incluso hasta anularlo.

¿Qué hacer para evitarlo?

Estar pendientes de su aparición. Identificarlas. Valorar con objetividad su pertinencia. Y descartarlas. No hay de otra.

Van a aparecer; siempre lo hacen: disfrazadas de nuevos ejemplos, o de argumentos convincentes y originales, o de información vital complementaria... Pero pueden ser irrelevantes, o no van al cuerpo del escrito, ni apoyan la tesis, sus aportaciones crean confusión o sugieren alcances no contemplados en el tema original...

Si restan lógica y el final no parece consecuente con el objetivo planteado, hay que sacarlas del escrito, aunque nos cueste la decisión. No hacerlo afectaría la unidad, claridad y coherencia del mensaje.

Lo principal es no desviarse. Ser fiel al tema original. Eso es lo fundamental.

¿Cuándo?

Siempre. Desde el principio y durante todo el proceso creativo hay que estar alerta a la aparición de estas ideas que con su seductor canto de sirenas podrían hacernos perder el rumbo.

Una vez identificado el propósito, a quién va dirigido, definido el tema (amplitud, ideas centrales), reunida la información relevante y organizada de manera lógica y coherente, se debe centrar todo el contenido en eso.

Por ello, a medida que se avanza en la composición se va puliendo, revisando y corrigiendo, sin perder de vista el punto de partida. Y rechazando esos elementos nuevos que aportan más al ego propio que al escrito.

O que nos traen recuerdos inoportunos de la niñez y quieren ser incluidos, con todo y cancioncita; como aquel comercial del Chocolate Express que patrocinaba los cuentos de “Cachirulo” (Teatro Fantástico de Enrique Alonso) donde el dibujo animado de un pintoresco trenecito, de seguro con cabús amarillo, echaba una columna de humo hacia atrás...

¡Ah! ¡Qué tiempos aquellos! Domingos por la noche, frente a la televisión, en los años sesenta, del siglo...

¿Ven lo que digo? En cosa de nada sigo con la tonadita: "Ahi viene el trenecito del chocolate... " Hay que estar atentos; siempre atentos.