Los Ramiros
Sucedió en una semidesértica población del norte del país. En un sitio de ésos de los que no dejan huella en nuestra memoria. Y que sin embargo, existen.
Como era su primera visita al lugar, llegó con varios días de anticipación a la fecha del evento en que participaría. Quería recorrer las calles, conocer la gente, descubrir algunos restaurantes usualmente negados a los turistas. Le gustaba identificarse con su público y creía lograrlo de ese modo. También leía el periódico local. Allí fue donde ese día, Ramiro Sierra encontró la nota en que se hablaba de Ramiro Sierra. Pero no era él. O al menos la información no era exacta en algunas cosas.
Se referían a su trayectoria como escritor, a su más reciente éxito, a las clases que impartía. Incluso mencionaban lugar y fecha de nacimiento. Hablaban de él, sin duda, aunque le atribuían cinco años menos, lo hacían oriundo de la costa, periodista deportivo, autor de un libro de entrevistas.
Estaban rotundamente equivocados. Incluso la fotografía que acompañaba el artículo no le hacía mucho favor: lucía demacrado, enflaquecido, con lentes, pelo largo recogido y ropa formal. Ni siquiera recordaba haberse tomado esa fotografía… Del lugar ¡ni hablar! Tal vez en casa de algún amigo.
Rechazó la idea de llamar al diario para pedirles que corrigieran la información incorrecta. Pero cambió de opinión cuando leyó el último renglón: Se mencionaba su presencia esa tarde en el salón de eventos de un importante hotel. El acontecimiento en cuestión, el verdadero, al que había sido invitado, se realizaría una semana después, comprobó en la carta invitación.
Se apresuró a llamar al hotel para aclarar lo de la fecha.
-¿Entonces la cancela? -Le decía el empleado un poco sorprendido. -¿Y quién vendrá en su lugar?
-No es cancelación, estoy rectificando, mi presentación será la próxima semana.
-¡Ah, entonces la pospone!
Colgó, aceptando; era mejor que seguir discutiendo sin sentido.
Por la mañana buscó la nota donde seguramente hablarían de la errata. En su lugar encontró una carta de queja. Ramiro Sierra se quejaba de un intento de sabotaje. Alguien había CANCELADO, vía teléfono, su presentación. El empleado del hotel argumentaba que había sido el propio conferencista quien había hecho la llamada. No había pasado a mayores. El público había asistido y escuchado la plática. Lamentaban únicamente que el refrigerio había sido improvisado, pero igualmente satisfactorio.
Hasta allí, podía tratarse de una coincidencia: alguien homónimo, con aficiones similares, en circunstancias parecidas. Medio improbable, pero no imposible. Decidió desentenderse del incidente y continuar con su proyecto de explorar fondas y restaurantes como tenía planeado: en el mayor anonimato. Pero antes de salir escribió una pequeña nota. La entregó al recepcionista, junto con la llave de su habitación.
-Por favor, encárguese de que lo inserten en el periódico.
Y dio por concluido ese episodio.
En dos o tres ocasiones creyó que era reconocido por alguno de los concurrentes al lugar en el que se encontraba. Le sonreían, saludaban y hasta se despedían con un: ¡Hasta luego!, o ¡que te vaya bien! al pasar junto a él con una mezcla de asombro e incredulidad bastante inusual. Una joven se detuvo a su lado por un segundo: ¡Todavía no te vas! le sonrió sorprendida. Para disculparse de inmediato: Me confundí, lo siento, tu avión sale el martes ¿verdad? Compré tu libro.
Esto le daba un color local insólito a su visita. ¿Quién podría imaginar que una población menor en cuanto a su presencia cultural en la nación tuviese conocimiento de su quehacer culinario? Sus libros, chispeantes, anecdóticos, se vendían bien, pero, más que por los consejos acertados, por los secretos que revelaba del mundo de la cocina de la alta sociedad capitalina. Era un chef con corazón de escritor, o viceversa. Y él disfrutaba enormemente su sino.
Entre sopas y guisos, dejó las reflexiones fuera. Hizo algunas preguntas pertinentes, visitó los mercados sobre ruedas, dónde mejor para saber lo que realmente comen los lugareños, y se alistó para el evento.
Llegar temprano como era su costumbre, fue en esta ocasión providencial. Tras sembrar el caos y amenazar con declarar la guerra, logró que el encargado preparara a tiempo el salón para el evento, que por alguna razón inexplicable ¡alguien había cancelado! Lo demás fue tan placentero como cualquier otra de sus participaciones. Después de los aplausos, la despedida cordial, los autógrafos.
-Para Ramiro Sierra, por favor.
Al principio no entendió: Ese hombre ¿le estaba regalando su propio libro? Cuando levantó la vista lo reconoció. ¿Ramiro Sierra? El otro Ramiro Sierra, desde su rostro demacrado, parecía preguntar ¿eres real?
Tras intercambiar unas palabras de sorpresa se explicaron: Ramiro Sierra, el periodista deportivo, igualmente de visita en la ciudad, extendió su estancia para coincidir con Ramiro Sierra, el escritor culinario que por poco le arruina su presentación y así averiguar quién era.
-Y como esta fecha era el único dato que tenía para localizarte… Pues aquí me tienes.
Pasaron el resto de la noche en el bar del hotel, repasando lo que cada uno había olvidado de su historia. Lo que habían dejado atrás necesariamente para poder darle toques de cordura a sus propias fantasías. Nunca se habían visto ni sospechaban su mutua existencia, pero al conversar libremente descubrieron más concordancias de lo que imaginaban. La historia de uno era la del otro:
-Mi padre era Ramiro Sierra.
-Actor.
-Nos abandonó cuando yo tenía cuatro años.
-Nunca volvimos a saber de él.
-Nosotros tampoco.
A una sorpresa seguía otra, las respuestas eran idénticas, parecían calcadas. La explicación se antojaba simple: Ramiro Sierra y el otro Ramiro Sierra eran hermanos. Si no fuera por un detalle, el padre de uno era negro y el del otro blanco.
-¿Y eso qué prueba? Allí tienes el caso de Michael Jackson...
Ambos se sintieron aliviados al descartar esa posible contradicción.
-¿Sabes si tu papá tenía alguna seña particular? –preguntó Ramiro Sierra. -Yo heredé su lunar –agregó. Y se desabotonó el cuello de la camisa para mostrar una marca en la piel que cubría parte del cuello y hombro.
-¿Cómo éste? –preguntó el otro Ramiro.
Esta coincidencia terminó por convencerlos.
-¡Lo sabía! Siempre presentí que tenía un hermano…
-¡Y yo!
Ya no tenían motivos para desconfiar de su parentesco. Lo inexplicable era cómo no se habían descubierto antes… Habían estado tantas veces en los mismos sitios, al mismo tiempo. Lugares y fechas eran exactos hasta los segundos.
-En el santuario, en México, el 12 de diciembre…
-Un 16 de septiembre, el desfile,
-El grito de independencia en Guanajuato, con compañeros de escuela…
-A pagar una manda con el Niño Fidencio…
-De paseo con la familia, una semana santa en Tampico…
Después de remover el pasado en todas direcciones quedaron totalmente satisfechos. E incrédulos.
-Pensé que yo estaba solo en el mundo…
-Y todo el tiempo estuvimos uno al lado del otro…
-Como si fuéramos la misma persona… -aventuró Ramiro Sierra.
-O su sombra.
Cambiaron, del tema del pasado, a las confidencias. Se entendieron perfectamente. La empatía iba más allá de aprobar lo que el otro había hecho, cada uno sabía que en las mismas circunstancias había pensado, sufrido y decidido lo mismo. Precisamente lo mismo. Era reconfortante comprobar que existía alguien que veía y sentía la vida desde tu misma perspectiva:
-El mismo tono azul del cielo… por ejemplo.
Ambos miraron en silencio el amanecer, que ya se perfilaba calurosa mañana, por el ventanal.
-¿Cuándo te vas?
-En unas horas.
-¡Igual que yo!
-¿Volveremos a vernos?
-Imagino que sí, a cada rato. Porque ahora que ya nos conocemos podremos reconocernos. Si en el pasado coincidimos, supongo que también recorreremos los mismos lugares en el futuro.
-Brindo por… -Ramiro Sierra se interrumpió. -¿Y eso qué significa? –quiso saber. -¿Qué quieres decir? ¿Qué estamos encadenados uno con otro? ¿Mis movimientos están supeditados a los tuyos? ¿O qué?
La noción de interdependencia lo alarmó. En realidad, ambos parecían desconcertados. Antes de ese momento no habían pensado en que el porvenir de cada uno pudiera estar ligado al del otro.
-No necesariamente…
-¿No? ¿Y por qué no, si hasta ahora ha sido así…?
-Porque no tiene que ser así, porque lo evitaremos. Nos mantendremos en contacto y cuidaremos de no coincidir. Buscaremos agendas diferentes, eventos, amistades, cambiaré el giro de mis actividades…
-Y con todo ese esfuerzo, permanente, que tú dices que vamos a hacer, qué vamos a demostrar: ¿que somos, o que no somos independientes uno del otro? Yo quiero hacer lo que me dé mi gana. ¡No lo que a ti se te antoje darme permiso!
No había vuelta de hoja. Hay argumentos que no se pueden refutar sin al menos haber descansado un par de horas y tomado un baño frío para despejarse.
-Vamos a mi cuarto, lo resolveremos mientras me arreglo para mi salida. –Invitó conciliador Ramiro Sierra. Sabía exactamente lo que pasaba por la mente del otro Ramiro porque percibía la situación de modo idéntico. Y, a pesar de las pocas horas de conocerlo, tenía la certeza de que llegarían a la misma decisión.
En el lobby se veía gran actividad. Desde el día anterior habían comenzado a llegar los participantes a una convención mundial de Boy Scouts. Los dos Ramiros recordaron esa valiosa etapa.
-¿Tú también? –quiso saber Ramiro.
-La de Japón. –confirmó el otro Ramiro.
-¡Inolvidable! –estuvieron de acuerdo los dos.
Al momento de recoger la llave de su habitación el empleado del mostrador le dijo:
-Lo están esperando, señor Sierra. En el salón Arándanos. Los tuve que pasar allí, como usted no llegaba…
-¿Me esperan? ¿Quién?
-Las personas que usted citó. Las del anuncio que me pidió que pusiera en el periódico… Éste, ¿lo recuerda?
Le mostró el recuadro impreso en el que convocaba a Ramiro Sierra a reunirse con él, si se encontraba en la ciudad y sentía curiosidad por conocer a su homónimo.
-Tiene razón, se me olvidó, pero ya no es necesario. Él es la persona que yo buscaba…
-Pero no, señor, le digo que lo están esperando. Síganme, por favor. –Los guiaba con seguridad.
-Aquí es. –Y abrió la puerta del saloncito en donde se hallaban reunidas unas once personas.
El primero que volteó a mirarlos era un hombre mayor, de tez amarilla y ojos rasgados, oriental, sin duda. Conversaba con un muchacho de cutis rojizo, no mayor de veinte años, indiscutiblemente de alguna región ártica.
Al entrar Ramiro Sierra, todos callaron.
-Pero ésta es una reunión de Scouts, -dijo el otro Ramiro, desconcertado por lo heterogéneo del grupo. Además de las diversas coloraciones de la piel, (creyó ver uno verde y otro moteado), no había dos personas que aparentaran tener la misma edad. El catálogo de edades variaba de los veinte a los ochenta años.
-No. Ellos son…
Pero no concluyó la idea que unos segundos antes le pareciera clara. Ambos acababan de descubrir a la mujer. Y ella también tenía, como ellos dos y todos los allí reunidos, el lunar que cubría parte del cuello y hombro.
2 de marzo de 2009
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