sábado, 11 de agosto de 2012

Diagnóstico

El ser supremo miró con dureza al ángel guardián.
-No veo ningún progreso en tu tarea. -reclamó.
-He hecho todo lo que estaba a mi alcance, -contestó intentando disculparse. -Le ayudé a resolver lo mejor posible... Digo, le acerqué recursos, amigos, y hasta alteré un poco los tiempos para que encontrara su camino...
Ambos miraron con compasión al mortal en cuestión. ¿Era normal? ¿Merecía la atención que en este momento le daban?
No tenía defectos físicos visibles, al menos ninguno notorio. Estatura y complexión promedio. Nada sobresaliente en su apariencia; nada que él creyera podría ser considerado envidiable para otros. A veces tartamudeaba, un poco, pero más parecía que arrastraba las letras en alguna palabra que una repetición específica de sonidos. En lo personal, podría decirse que se las arreglaba bastante bien. Podría...
Pero no era así.
Todo lo hacía mal de raíz. Todo. No lograba aprender nada. Y lo que aprendía, como dicen, ya no lo olvidaba; es decir, en lugar de ayudarlo le estorbaba. Si dominaba el arte de freír un huevo en un sartén normal, por ejemplo, llevaría la cuchara de latón y el aceite al sartén de teflón, a pesar de las indicaciones en contrario. Y sólo se daría cuenta cuando los utensilios de cocina estuvieran irremediablemente dañados.
Lo grave no era eso. Lo terrible consistía en que creía ser normal. Y por lo tanto, esperaba de sí mismo tener razón en lo que hacía. Con los consiguientes buenos resultados. Que, como ya se ha aclarado, no obtenía.
Ser normal, sin éxito, (o más bien, con fracaso) es la peor de las condenas inmerecidas. Y este pobre mortal no reunía suficientes cualidades para merecer este tipo de castigo.
Se arrastraba por la vida culpándose y caminando tercamente en dirección a la pared sin salida. Por su esfuerzo no quedaría, parecía querer demostrarles a quienes lo rebasaban en la carrera de los logros. Lo difícil era mantener en alto la autoestima...
Y allí era dónde la misión del ángel guardián se tambaleaba. Justo en este momento estaba siendo evaluado y cuestionado...
-¿Todo, todo?
Sabemos que no es común que el Señor Dios se meta en los asuntos humanos a detalle: traza las líneas generales y deja todo al libre albedrío. Pero este caso aparentemente reclamaba su atención.
Los ángeles tampoco tienen poder o responsabilidad sobre las acciones humanas; y a veces confunden lo de guardián y guía. 
El ángel repasó sus notas... Movía la cabeza con ligeros asentimientos o negaba murmurando por lo bajo.
-Hay algo que podría intentarse... No es precisamente una solución, pero podría funcionar.  Si agrupamos sus incompetencias bajo el nombre de un síndrome recién descubierto... 
Con entusiasmo repentino, el ángel organizó la estrategia: haría que  una investigación científica un tanto desordenada y olvidada cobrara actualidad. La difundirían en un carismático programa de televisión y el resto...
-¿Recuperará su autoestima y será feliz cuando se reconozca disfuncional? -Cuestiono la deidad.
- Eso ya no depende de mí, -sonrió el ángel con modestia, pues estaba convencido de que así sucedería. -Sólo me queda darle nombre al nuevo trastorno de conducta y esperar...


Elsa Beatriz Garza




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