sábado, 11 de agosto de 2012

La buena suerte de "Pelle el Zonzo"

-La próxima vez lo haré así, mamá, -era la respuesta invariable del niño del cuento cuando su madre le indicaba cómo debió hacer las cosas para que salieran bien. 
Y en la siguiente oportunidad, Pelle cumplía su promesa. Hacía exactamente lo que se le había indicado, siguiendo cuidadosamente las instrucciones, pero sin advertir que la nueva oportunidad era diferente y que el tal consejo no era aplicable a la nueva situación.
La disposición de Pelle era ejemplar: siempre alegre y dispuesto, mandable, acomedido. De memoria increíble. Fue tal vez el antepasado de Forrest Gump, pues a las cualidades anteriores agregaba la falta de malicia y la inteligencia limitada, incapaz de hacerlo analizar las situaciones que vivía o de sintetizar sus conocimientos. 
Pero como el Forrest de la película, él también tuvo una madre ejemplar. 
Una madre que se negó a anclarse en las limitaciones del hijo y lo preparó para la vida. O que le abrió las puertas al mundo y lo arrojó en él, (que es casi igual), con la fervorosa confianza en que el hijo, el amado hijo, era tanto o más capaz que cualquier otro ser sobre el planeta para alcanzar el éxito. (Además de digno de merecerlo, por supuesto).
Y la fe no las traicionaría. Al menos no en el mundo de los relatos. 
Estas mujeres excepcionales arman a sus retoños con el arma más poderosa que existe: el amor de madre. ¿A quién le puede importar la opinión ajena, malintencionada, cruel, de seres que se saben despreciados por sus progenitores y que buscan sentirse aceptables por el procedimiento de humillar a los de condición diferente? No a un niño con una estima genuina. No a un niño amado. Aunque, o tal vez debido a eso mismo, tal niño no tenga la capacidad de discernir esperable en un chico normal.
De seguro las historias de Pelle corrían de boca en boca: ¿Ya supiste lo que hizo ahora? Sólo a Pelle se le podía ocurrir... ¡Ensartar una aguja en el heno, no en el sombrero! ¡... la mantequilla en el sombrero, jajaja!  
Y Pelle de seguro reía también junto con ellos relatando su última incompetencia o escuchando cuando otros la relataban y, a sabiendas de que volvería a equivocarse, concluían: ¡Pero fíjate bien a la próxima, Pelle...!  
Y la respuesta debió ser, sin duda: La próxima lo haré así...
 Pero la madre, ¡ah, maravillosa mujer! Imperturbable y amorosa. Sin importar cuántas y cuántas veces más su retoño equivocara el resultado, le recibía con cariñoso abrazo y  muestras de aliento. Si le veía el rostro chorreado, enlodado el pantalón o rotos los zapatos, en vez de un hastiado reproche, de seguro llenaría su corazón de cálido afecto; y como la madre de Tagore, también recordaría: que la luna llena aún con sus manchas de tinta es de lo más hermosa... 
La fe indoblegable de la madre de Pelle (o su, en ella sí, sobresaliente inteligencia) la hacía creer, aunque no se cegara ante las limitaciones del hijo, que su precioso vástago sería capaz de aprender los procedimientos correctos, si alguien  con paciencia y constancia se encargaba de enseñárselos. Y Pelle, -soñaba ella, -algún día llegará muy lejos
Y llegó (para sorpresa de la propia madre), en una carroza, acompañado por el rey y la princesa que sería su esposa... Porque Pelle era capaz de reírse de sí mismo y de aceptar con gentileza que no sabía, (igual que muchos mucho más listos que él), pero que podía aprender de cualquiera que tuviera el conocimiento. Y eso es más sabio, tal vez, o al menos más saludable.
Así que Pelle aprendió del rey y luego de su esposa, la princesa; y cuando fue su turno, fue un rey justo y sabio...
Pero no nos desviemos. Porque esta historia, de Pelle el zonzo, de reyes, princesas y campesinos, pero sin hadas, sólo es posible cuando hay una madre llena de amor y de fe capaz de infundir en un niño la fortaleza de la autoestima ¡como sólo puede hacerlo una madre de cuento!


E.B.G.T.

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