sábado, 2 de noviembre de 2013

De cristal


¿Podría resignarse a su ausencia definitiva? Y tener qué. Es la ley de la vida. Como todo lo que sube, baja, lo que vive muere. Ahora, súbitamente se encontraba viuda. El que fuera su príncipe azul, de quién se había enamorado al instante de verlo, y con quién había compartido tantas ilusiones, yacía en aparente sueño recibiendo los respetos y despedidas de cuantos lo conocieron.

Ella entendía. Pero su corazón se negaba a aceptar. La vida no podía arrebatarle porque sí, sin explicación ni esperanza, la mitad de su propio ser. Sabía que sobreviviría a su pérdida. Que su ausencia sería remplazada con los recuerdos y vivencias previas, que volvería a reír y a confiar, y que desde su interior, él seguiría formando parte de su vida…
Pero debía haber alguna forma para reunirlos, ella se aferraba a esa esperanza… Y ya que él no podía regresar, debía pensar en el reencuentro.
Al final de la celebración fúnebre pidió que la dejasen unos minutos a solas con el amado. Lo miró lentamente y le sonrió con ternura, le murmuró algo en secreto y dejó entre sus manos la zapatilla de cristal con la que una vez (y nuevamente) la reconociera… 

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