Deja vu
Se veían radiantes. Festejaban su vigésimo aniversario de casados y todos los asistentes coincidían en que eran la pareja más bella y enamorada que recordaban.
Ella lucía hermosísima, como de costumbre. ¿Sería verdad que el tiempo no osaba tocarla? ¿De qué otra forma podría explicarse que sus ojos continuaran siendo la ventana a un mundo mágico, de inocencia e ilusión? Porque nada hacía pensar en la tragedia de su niñez: en su temprana orfandad, el subsiguiente matrimonio fallido de su padre, ni los demenciales celos de la segunda esposa que habían desembocado en varios intentos de matarla.
Bailaban el vals, la misma pieza de su boda, y recorrían el inmenso salón con la vitalidad de entonces. Ella tenía la mirada fija en el rostro de su marido, aparentemente atenta a lo que él le murmuraba. Se sentía volar en sus brazos: era como un cuento de hadas.
En uno de los giros, siguiendo un gesto involuntario de su esposo, la vio: La novia de su hijo, aguardaba junto a él el momento de unírseles al baile. Sonreía, inocente de lo que su belleza podría provocar. Era como ella veinte años atrás…
Entonces recordó el espejo, y las manzanas envenenadas…
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