sábado, 27 de enero de 2024

De trenes, palabras y humo

A las palabras se las lleva el viento”, dicen. ¿Y al humo?

Sólo quería comparar dos vehículos: un tren y un texto escrito. Uno transporta carga y personas en vagones y el otro transmite conocimientos informativos y recreativos empleando párrafos. 

Iba a señalar las coincidencias entre las partes y la organización de ambos: Abren con un elemento de remolque: la máquina locomotora (impulsa y dirige al tren) y el párrafo introductorio (informa sobre los alcances y dirección del tema a exponer); a ellos les sigue el cuerpo de vagones (convoy) o de párrafos; y tras estos, el elemento de cierre: el cabús amarillo (antiguamente oficina y casa para los ferrocarrileros), y la conclusión, un párrafo (o capítulo), que retoma la idea central de todo lo expuesto y propuesto.

Describir los diferentes tipos de vagones: de pasajeros, cisterna, plataforma, tipo embudo, abierto por arriba (minerales), cerrado (mercancías), para congelados, jaula..., según lo que transporten. Y los tipos de párrafos, que de acuerdo con la intención discursiva pueden ser expositivos, argumentativos, enumerativos, narrativos, descriptivos, dialogados...

Tan simple como eso. Trenes: vagones. Textos escritos: párrafos.

¡Ah! Sin olvidar la unidad y coherencia. Ni los enlaces. Pues ¿cómo se unen entre sí los vagones, y cómo los párrafos? Enfatizar que son vitales en ambos, aunque parezcan insignificantes por sus dimensiones. Si el mecanismo de enganche o de acople (uno solo, en cualquier parte), fallara, descarrilaría el tren; y en el texto el mensaje se distorsionaría si fuese inadecuado alguno de los elementos de relación: unión, comparación, contraste, causa-efecto, ejemplo, síntesis, tiempo.

Esto iba a ser sobre trenes y palabras. Vagones y párrafos. Así que empecé con la pregunta: ¿En qué se parece un tren a un texto escrito?

Entonces, la adivinanza infantil que no supe responder, la de "en qué dirección va el humo de un tren eléctrico", se entrometió en mi vida. Y me llenó de humo la cabeza.

Sí. Ya no importaron otros posibles contenidos sobre el tren y los párrafos. Funcionamiento, logística, las necesidades de planeación, organización y demás etapas que también se requieren al redactar. Todo se fue a segundo plano; hasta los orígenes del tren de pasajeros (Manchester-Liverpool en 1829). La idea del humo que echa un tren de vapor en movimiento -pues los eléctricos no echan humo- me perseguía constantemente. ¿Qué dirección toma cuando choca de frente con el viento? ¿De qué depende? ¿Se lo lleva, como a las palabras? Ni idea.

Quería una respuesta accesible, No consultar un tratado de Física envuelto en leyes y ecuaciones y lleno de nombres y símbolos. Así es que intenté en varias páginas de curiosidades científicas. Ya no recuerdo si citaban la ley de acción y reacción o el ¡eureka! de Arquímedes, pero explicaban el efecto de posibles fuerzas externas (como la velocidad del viento y la del tren) actuando sobre los gases y las pequeñas partículas sólidas que forman el humo.

Quedaba clarísimo que si el tren y el viento fuesen en la misma dirección lo empujarían hacia adelante, sin importar magnitudes. Pero ¿qué pasa con el humo de un tren a vapor, expulsado a la misma velocidad que lleva el tren y con el viento en contra?

Dije antes que se me llenó la cabeza de humo. Sí. De haberme detenido a pensar un poco, me habría dado cuenta de que nunca, nunca, he visto al humo ir en contra del viento. Aunque yo no sepa por qué. Si en este caso hubiese alguna diferencia sería por las variables "velocidad y dirección" del humo, que no están presentes en el que sale de chimeneas ni fogatas, pero sí en el de un tren en movimiento.

Estaba tan obsesionada tratando de entender qué ocurre con el humo que para “verlo” con claridad puse agua caliente en una taza y observé lo que sucedía con él cuando la taza estaba quieta, cuando le soplaba y cuando la movía en línea recta.

Primer descalabro: lo que sale del agua caliente no es humo sino vapor. Ahora sé que el vapor es el gas que resulta de calentar un líquido; a diferencia del humo, que se forma al quemar con fuego una sustancia. De todas maneras, seguí con mi experimento, confiando en que el comportamiento fuera similar.

Y vi lo que siempre había visto: que el humo, vapor en este caso, sube en espiral. O se dispersa al ser empujado por el aire para inmediatamente recuperarse y volver a elevarse. Fue algo difícil apreciar lo que sucedía cuando movía la taza, pues al desplazarla de un lugar a otro cambian también las zonas iluminadas y el vapor como que no se deja ver en algunos sitios. Pero el vapor asciende al surgir de la taza. Siempre asciende. Parece flotar, pero no va en ninguna dirección; forma una estela que se va quedando atrás. Da la impresión de que se aleja, pero no; sólo flota y sube y finalmente deja de verse: termina mezclado con el aire.

Como ya no quise intentar lo de aplicar simultáneamente las dos fuerzas externas: soplar y mover la taza, pues me faltaban ojos, manos y luz, volví a los apuntes.

Me tardé mucho para entender esto: Al salir el humo caliente de la locomotora choca con el viento, lo penetra y se difunde en él. El viento, por su parte, lo detiene, pues tiende a parar todos los cuerpos que se encuentran en él, por lo que el humo retarda sensiblemente su movimiento, aunque continúa avanzando (y ascendiendo) con lentitud y por corta distancia: la que tardan sus partículas en dispersarse y mezclarse con el aire. Al tren también lo retardará el viento, pero sin detenerlo.

Entonces, si el humo expulsado sigue avanzando en la misma dirección que el tren ¿por qué vemos que va para atrás? Creo que le pasa lo mismo que al vapor cuando yo movía la taza: Se va quedando atrás, sin retroceder pues avanza mínimamente. Es el tren el que se aleja del humo a toda velocidad. Parece que... sólo parece.

jueves, 11 de enero de 2024

SCRIPTIOCONTINUA INDULTARLOIMPOSIBLE. Y los signos de puntuación

Los signos de puntuación 

¿Cómo quieres que te los explique?

Nunca me interesé por su historia, su origen; quién, o por qué, o cuándo empezó a usarlos. Pero, como quieres que te los explique, lo intentaré. ¿Has visto? La misma frase, en negritas las dos, pero no suena igual. También podría haber dicho: ¡Cómo! ¿Quieres que te los explique? Si por algún motivo me hubiera sorprendido tu petición. O si ya desesperada por mi falta de habilidad te reclamara: ¡Cómo quieres que te los explique...! En todos esos casos, para expresar comprensión, sorpresa, tolerancia, extrañeza, exasperación, recurrí a unos pocos signos de puntuación.

Los conocí de niña, cuando para practicar la escritura la maestra nos dictaba párrafos enteros incluyendo comas y puntos. Para enfatizar estos últimos ella hacía una pausa. Y los nombraba solos; no en grupos de dos o tres palabras como hacía con las demás. Decía: COMA, PUNTO o PUNTO Y APARTE. Sabíamos, sin que nos lo dijera, que iban pegados a la palabra que les antecedía (excepto si son de apertura: se pegan a la que preceden), pero sí nos indicaba, tras decir PUNTO, que la siguiente palabra iniciaba con mayúscula. El lápiz o la pluma se tropezaban con ellos y no advertíamos la función de este ejército de pequeños signos pues esas marcas entre las palabras importantes eran casi invisibles, silenciosas. Un poco como los Guardias del Vaticano o del Palacio de Buckingham, los ves firmes y atentos pero no son los protagonistas. Y al igual que ellos, estos signos sin voz propia de algún modo parecían mandar y había que tenerles respeto... Por eso, al leer en voz alta y toparnos con ellos, hacíamos pausa o cambiábamos la entonación imitando a la maestra; pero claro, sin nombrarlos. Eran como soldaditos encargados de mantener los textos disciplinados, ordenados, como seguramente el autor quiso expresarlos.

O algo así.

Porque escribir no es tan fácil como hablar. Al menos si se trata de que te entiendan correctamente. Las palabras se pueden poner una junto a la otra y no decir nada. O complicarlo todo. Como leer el directorio telefónico al revés: sólo serán palabras y palabras sin sentido, aunque sean importantes los nombres y los datos.

Pero si se recurre a los signos (lo que no es sencillo pues debes ponerte en el lugar de quien lee sin dejar de ser quien escribe) y si sabes descifrarlos, la comprensión es mejor y más rápida: verás que unen frases, ordenan ideas, agregan información, sustituyen expresiones, jerarquizan enunciados, evitan ambigüedades, señalan características, dan tono, enfatizan, cuestionan, limitan, generan expectativas o suspenso... En cualquier caso, aclaran y precisan dando contexto para que el lector interprete sin errores lo que el autor quiso decir: sus intenciones, y hasta sus emociones...

¡Ah! Y si faltaran los signos, o estuvieran puestos incorrectamente... Probablemente el caos; el desorden; la incomprensión; el equívoco irremediable.

Porque sí, una cosa es el lenguaje oral, con sus entonaciones y oportunidad de aclarar cualquier duda en el momento de la comunicación, y otra muy distinta el texto destinado a un receptor no presente cuya única posibilidad de adquirir conocimiento está en el documento que lee. (Y que supone bien escrito.)

De allí que sorprende, y no, que desde la antigüedad se buscaran formas de evitar las confusiones generadas por las pausas inevitables de quien leía en voz alta y de corrido.

Pues la lectura no era individual ni en silencio, la población no sabía leer ni escribir y la responsabilidad de transmitir y preservar conocimientos, relatos y creencias, para beneficio de sus contemporáneos o de otras generaciones y culturas, recaía no tanto en los eruditos, escribas, sacerdotes y gobernantes que las generaban sino en las bibliotecas que los resguardaban. Y en quienes los leían frente al público.

S C R I P T I O C O N T I N U A S E L E L L A M A A S I A U N T E X T O C O M O E S T E D O N D E L A S P A L A B R A S I B A N U N A A L L A D O D E L A O T R A S I N E S P A C I O S E N T R E E L L A S E N M A Y U S C U L A S Y S I N P U N T U A C I O N N I A C E N T O Y Q U E F U E U S A D O E N L O S M A N U S C R I T O S A N T I G U O S G R I E G O S Y H E B R E O S Y E N L A B I B L I A

Si tuvieras que leer en voz alta y de corrido el párrafo anterior ¿Dónde harías una pausa? ¿Dónde te detendrías para tomar aliento y sin traicionar el sentido del mensaje? Y si tuvieras que dejar que otra persona no familiarizada con el texto (que ya conoces de memoria) lo leyera en tu lugar ¿Cómo le indicarías, dentro del mismo escrito, para asegurarte que el auditorio lo entendiera adecuadamente?

Pues en la ciudad egipcia de Alejandría, doscientos años antes de Cristo, cuando se escribía en pergaminos sobre las piernas y el conocimiento se transmitía mayormente en forma oral o lectura en voz alta, Aristófanes de Bizancio vio que las pausas en la lectura oral de la scriptio continua creaban problemas de claridad. A veces el locutor cortaba una frase, una idea, o una palabra... ¡para tomar aliento! Para evitar esto Aristófanes usó un punto circular que colocaba en una de tres posiciones al finalizar cada palabra. Indicando el momento exacto y la duración de las pausas: un puntito bajo al terminar cada palabra; a la mitad de altura de la letra para pausa breve y, en la parte alta, para señalar pausa mayor y fin de oración. Lo que podríamos comparar con el uso actual de espacios para separar las palabras, o de comas y puntos.

Así surgió ese sistema inicial de puntuación empleado después por los monjes copistas durante la Edad Media y que la cultura occidental adoptaría durante varios siglos. Se iría revisando y modificando para adecuarlo a las circunstancias cambiantes: letras minúsculas, uso de hojas de papel para escribir, traducción de obras de un idioma a otro (del griego al latín), aparición de la imprenta. Y por supuesto a la evolución del lenguaje, que requería que los signos, además de indicar las pausas retóricas apoyaran la estructura gramatical, la sintaxis, los sintagmas. Hasta llegar a los que conocemos actualmente.

Pero volviendo al inicio, los signos de puntuación, aunque inadvertidos, son necesarios. Mal puestos pueden significar errores graves. Ejemplos hay muchos. Y razones para usarlos también. Como sería evitar que una frase admita distintas lecturas por no usar signos de puntuación.

¡Cómo! Quieres que... ¿te lo explique? ¿Otra vez?

Pues te pondré un ejemplo distinto. Donde el uso de la coma es asunto de vida o muerte. O eso cuentan. Dicen que la zarina, por razones que sólo ella conocía, alteró el telegrama en el que su esposo expresaba el destino final de un prisionero. Hay quienes afirman que fue el mismo zar quien finalmente se apiadó del sentenciado.

El texto inicial dice: INDULTARLO IMPOSIBLE, EJECUTARLO.

Pero gracias a la intervención de la zarina o a la piedad del zar y, claro, a la magia de la coma que “vale su peso en oro” como dice Bård Borch Michalsen en su libro “Signos de Civilización, cómo la puntuación cambió la historia, la sentencia final quedó así:

INDULTARLO, IMPOSIBLE EJECUTARLO.

lunes, 1 de enero de 2024

Manzana ¿Cuál manzana?

 Manzana.

¿Qué imagen o pensamiento te viene a la mente cuando digo -o escribo- MANZANA?

Antes de seguir con la manzana quisiera hacer una especie de símil. O sea, proponerte una comparación.

 En este caso se trata de una imagen con una figura de pie, muy simplificada, de espaldas, que parece una persona, un ser humano. Sin adentrarnos en cuestiones de género, para cuestiones del ejemplo diré que se trata de un hombre. A él me referiré así todo el tiempo.

Bien. Si junto a esa figura estuviera otra pequeña y lo tomara de la mano, podríamos pensar que "el hombre" es el padre. Si en lugar del niño el hombre estuviera acompañado por otra figura encorvada y con bastón quizá creeríamos que "el hombre" es el hijo. Si a la figura original la acompaña otra, similar en todo, propondríamos que entre ambos hay algún tipo de relación. Tal vez hermano o pareja.  

Si a la primera imagen del hombre le agregamos algún instrumento como una pala, o un estetoscopio, o libros, lo asociaríamos con trabajador, doctor, estudiante...  Nuestra idea se transforma y precisa, según los elementos agregados.

Volvamos a la manzana. A la palabra manzana. Al sintagma Manzana: "La manzana me gusta mucho", digo.

Cuando digo o escribo manzana (el sintagma manzana) ya que no puedes verla, no tengo la certeza de que pienses o imagines lo mismo que yo. ¿A qué manzana, o clase de manzana, me refiero? ¿Es roja o amarilla? ¿Es grande o pequeña? ¿La estoy comiendo? ¿Está mordida? ¿En el árbol? ¿Es mía, o tuya? ¿Está dulce o pasada? 

Si quiero que tú, como mi receptor, entiendas mi mensaje sin confusiones ni dudas, mi sintagma debe ser tan claro y específico como sea necesario. O sea, hay que ayudarlo a concretar o identificar la manzana de la que hablo, aliándolo con algunos sintagmas básicos del tipo determinativo (como serían estos: la manzana, una manzana, esta manzana, tu manzana, cualquier manzana, última manzana, cuál manzana, media manzana, aquella manzana...) o con sintagmas que se refieran a alguna característica o cualidad propia: manzana gala, manzana roja, dulce manzana... 

Y podemos usar tantos elementos como sean necesarios que cumplan la misma función de determinar, como en: a) La manzana del frutero, b) una manzana recién cosechada, c) las mejores manzanas de Galeana, d) la producción de manzanas de este año para exportar... e) "La manzana envenenada de Blancanieves" o f) la célebre "manzana de la discordia que según la mitología griega provocó la guerra de Troya".

Al escritor francés Gustavo Flaubert le obsesionaba la idea de transmitir con absoluta precisión sus mensajes. Solía decir: "Entre todas las expresiones, todas las formas, todos los giros, (existentes) sólo hay una expresión, un giro y una forma que expresen lo que yo quiero decir". Y exploraba una y otra posibilidad hasta encontrar la que le satisfacía.

Pero en mi mensaje original, sólo para que no quede duda y consciente de que no tengo el talento de Flaubert, quiero precisar que yo estoy hablando de que: 

"Las manzanas Gala de Saltillo, de la huerta de mi comadre Rosy me gustan mucho". ¡Son deliciosas!


Sintagmas

 Sintagma

Amo los sintagmas.

Pensar en ellos me entusiasma sobremanera. Aunque tal vez no hay razón para tanto. No sé qué tan difícil sea imaginar una palabra (porque fundamentalmente eso es lo que es un sintagma, una idea que se expresa con signo, o signos, lingüísticos) como un ladrillo que será la base para construir un muro.

No importan las dimensiones que alcance el muro, seguirá siendo muro, cumpliendo su función delimitante. Así el sintagma. Expresa con una o varias palabras una idea completa. Y no importa cuán grande sea la idea que se quiere expresar, ni cuántas palabras se necesiten para ello, será un sintagma. Formado por sintagmas, que se le unen para describir con precisión lo que el emisor desea. Y ninguno de los sintagmas pierde su identidad, pero al integrarse da más valor a la expresión.

Un sintagma: Cielo

otro sintagma: El cielo

uno más: El cielo azul

y seguimos

-El cielo azul sin nubes

-El cielo azul sin nubes de aquella tarde en que te conocí...

-Jamás podré olvidar el cielo azul sin nubes de aquella tarde en que te conocí 

Y podríamos seguir agregando sintagmas y sintagmas hasta que terminemos de expresar la idea por completo. 

Poniéndonos sentimentales podríamos agregar 

-Jamás podré olvidar el cielo azul sin nubes de aquella tarde en que te conocí pues contrastaba con tu mirar dorado lleno de promesas que la vida parecía ofrecerme en ese nuestro primer encuentro.

De acuerdo. Tal vez no es un muy buen sintagma. Es sólo un ejercicio para mostrar que mientras la idea se va plasmando no podemos poner punto. Sí podemos usar otros signos de puntuación: coma, comillas, incluso subrayados, negritas, cursiva. Pero el punto, ya sea Punto seguido o Punto y aparte o Punto final se va dejando para separar la idea, ya completa, de las otras ideas que completarían el texto que redactamos.

Entonces, Sintagma, es una palabra, sí. Pero también un conjunto de palabras que complementan, aportando información de lugar, tiempo, modo, circunstancias, acción, etc... Por lo tanto, la oración es un sintagma, y sí debe usarse el signo de punto, que será punto y seguido si a continuación hay otras oraciones que apoyan a la idea general. Todas esas oraciones (sintagmas, ladrillos) seguirán juntas, separadas solamente por el punto que las delimita mientras todas ellas se refieran al mismo tema. Y entonces a ese sintagma más extenso, lo llamamos párrafo. Y sí, se le pone punto. Pero es Punto y aparte. Acabamos de poner una pared de nuestro cuarto. Los demás párrafos de nuestro texto serán el resto de paredes que necesitamos elaborar para concluir nuestro trabajo. Y al punto que pongamos al último de los párrafos, porque ya dijimos todo lo que deseábamos expresar, le llamaremos Punto final.

Empezamos con un ladrillo (un sintagma), levantamos un muro, después otro y otro y terminamos con nuestra construcción tal como la habíamos planeado y diseñado. Cada elemento es individual, necesario y se integra al total de forma clave e imprescindible para lograr el resultado que se desea comunicar en el caso de los textos. 

Y antes de poner punto final debo decir:

Adoro los sintagmas.