lunes, 16 de octubre de 2017

El perenne interés de «Las mil y una noches» (Si lo leíste en la niñez...)

Rafael Cansinos Assens, el primer traductor al castellano del árabe original de «Las mil y una noches», dentro de su profundo, completo y erudito Estudio literario crítico de «Las mil y una noches», publicado en 1955 por la editorial Aguilar, dedica un apartado a El perenne interés de «Las mil y una noches».

En su análisis hace referencia a autores de todas las épocas, compara con obras de reconocimiento universal, profundiza en motivaciones y enfoques propios del ser humano. Comparto algunos fragmentos.

«Las mil y una noches» tiene un doble interés para los públicos. Son de una parte un libro para niños y mujeres, por lo que tienen de fabuloso y romántico, y de otra, un libro para adultos, capaces de pensar y desentrañar sentidos.”

“Ahora bien: esas lecturas determinan reflejos que luego reviven en el hombre adulto y mueven sus resortes psíquicos, determinando querencias y nostalgias. ...(Y que cuando) vuelve a tomarlo en sus manos (ya adulto) y leerlo, descubriendo en él bellezas y honduras que antes no sospechara.”

“Es de niños cuando conocemos y tomamos el gusto a esos argumentos...”

“En la edad en que aún no tenemos desarrollado el espíritu crítico aceptamos de buena fe y con fruición, todas esas bellas mentiras, que entonces no nos lo parecen, y las incorporamos a nuestra sangre, por así decirlo, como vitaminas, que ya seguirán actuando en nosotros y desarrollándose a medida de nuestro crecimiento.”

“Hay un sincronismo efectivo entre nuestro desarrollo mental y el valor que esas obras van adquiriendo en nuestra estimativa. Puede decirse que van creciendo y evolucionando con nosotros, por la base afectiva que asentaron en nuestra infancia.”

“Son las impresiones del niño las que determinan las simpatías de toda clase... ...del hombre futuro y hacen que todo lo que en esa edad aprendió por referencia y en síntesis... despierte luego el interés sentimental del joven y la curiosidad intelectual del hombre maduro.”

En la infancia nos impresionan naturalmente «Las mil y una noches» por lo que tienen de maravillosas; en la juventud, por lo que tienen de románticas, y sus apasionadas heroínas... ...se convierten en nuestras amadas ideales, que quisiéramos encontrar en la vida; y, finalmente, en la edad madura... en que el ansia de saber suple al anhelo de amar, y en que el hombre tiene ya una experiencia, volvemos a leer el libro y le encontramos un sentido nuevo, profundo, moral y filosófico, porque nosotros lo tenemos.”

“Es el mismo proceso que se da también en la especie entera, que pasa de la edad poética a la crítica -doblemente tal- y de los mitos a la mitología.”

“Viene luego la edad senil, que es otra edad de enamoramientos... ...con un amor intelectual.”

“… Ahora bien: todas esas manifestaciones de la evolución literaria incesante actualizan el interés de «Las mil y una noches» que, respecto a ellas, aparecen proféticas, dotadas de anticipaciones, de una carga de futuribles que les permiten sincronizarse con los gustos y preocupaciones del hombre moderno.”

“Tiene las dos caras, que a Donoso Cortés le maravillaban en la Biblia: una al pasado y otra al futuro; son un archivo de historias y profecías.”

“En ellas puede el estudioso encontrar vestigios de épocas antiquísimas, de instituciones ya abolidas, como el totem, el tabú, el matriarcado, el rapto nupcial, el sacrificio del primogénito, etcétera, etcétera; tradiciones de las civilizaciones primitivas -troglodita y lacustre- simbolizadas en las mujeres-sierpes y las mujeres-cisnes, y, en fin, de una multitud de costumbres sociales de las que solo se encuentra ya constancia escita en las obras de imaginación... En este sentido tienen también «Las mil y una noches» un valor de Biblia...”

“Pero como en la Biblia misma hay en ellas historias de un encanto poético, único, insuperable y perenne; tal que las de Anisu-l-Uchud (noches 249 a 258) y del príncipe Yasmin y la princesa Allosa (noches 818 a 821), que son de lo más bello y puro y delicado que haya podido crear el idealismo del hombre y todas las razas, y cuya lectura deleitará en todos los tiempos y a todas las razas del mundo.”


“Y no digamos nada de la carga de emoción patética de historia como la de Asis y Asisa (noches 104 a 120), de una fuerza tal que nunca dejará de actuar sobre la sensibilidad de los hombres, en tanto éstos lo sean...” 

viernes, 13 de octubre de 2017

La historia que Giafar contó a Haroun-Al-Raschid para salvar al esclavo Rian

Para Bedredin-Hasán de diecinueve años e hijo de un visir, no habrá forma creíble de explicar lo que le ocurrió esa noche: Por la tarde, dormita sobre la tumba de su padre en Bassora; despierta entrada la noche, en El Cairo, donde se casa y duerme con una hermosísima mujer; amanece, casi doce horas después, medio desnudo, en una tercera ciudad: Damasco... ¿Sueño, mentira, locura? Él afirma que fue real.
Diez años más tarde, otra incomprensible situación se presentará en su vida: un grupo de vociferantes eunucos, de paso por el lugar, irrumpirán en su pastelería acusándolo de ser un mal pastelero por no poner pimienta a un pastel de crema, destrozarán todo, y lo enjaularán, transportándolo veinte días sobre un camello, hasta llegar a El Cairo, para colgarlo al amanecer...
A menos que el Destino le reserve otra realidad...

En Las Mil y una Noches, Scheznarda le cuenta a Schariar, que Giafar le cuenta a Haroun-Al-Raschid -para salvar al esclavo Rian de un castigo ejemplar-, esta historia de “Un visir de El Cairo, que tiene dos hijos Chemsedin Mohamed y Nuredin-Alí”, que serán visires de El Cairo y Bassora respectivamente y que en su juventud, antes de distanciarse por un orgullo mal entendido, se comprometieron a casar -uno con otra- a los hijos que tuvieran; marcando así el Destino de la hija de Chemsedin y el de Bedredin-Hasán, hijo de Nuredin-Alí. Enlace prácticamente imposible pues los hermanos, además de que debían casarse y engendrar el mismo día y que las esposas debían a su vez dar a luz en la misma fecha, no vuelven a comunicarse entre sí, ignoran donde viven, o si tuvieron hijos...
Y en este cuento, que nos hace recorrer el Imperio Persa, desde El Cairo hasta Mesopotamia, atravesando el Éufrates para llegar a Bassora, encontraremos a los omnipotentes sultanes que jugarán con las vidas de sus súbditos: La misma historia (“juré casar a mi hija con mi sobrino”), falsa en el caso de Nuredin-Alí, será creída y recompensada por el sultán de Bassora; mientras que, verdadera en el otro, para el sultán de El Cairo parecerá un embuste y en castigo por ser rechazado como esposo de la hija del visir Chemsedin ordenará la boda de ella con el más vil de sus esclavos...
En cuanto a los genios y a su fugaz intervención en este relato, constataremos que les deleita la hermosura (de la doncella de El Cairo y del infortunado joven de Bassora, que ni idea tienen de su mutua existencia o de que están siendo observados) al grado de que resuelven entorpecer la injusticia del sultán de El Cairo:
-Tenéis razón -respondió el Genio-; no podéis creer cuánto os agradezco esa idea; burlemos la venganza del sultán de Egipto, consolemos a un padre afligido, y hagamos a su hija tan dichosa como desgraciada se está contemplando: vamos, pues, a echar el resto en el intento; estoy persuadido de que por vuestra parte haréis otro tanto; yo me encargo de llevarle a él al Cairo sin que se despierte, y dejo a vuestro cargo el trasladarle a otra parte cuando hayamos ejecutado nuestro proyecto.”
Y, sin saberlo, colaboran a que el destino se cumpla, pues con su poder sobrenatural manipulan la realidad y alteran el curso normal de la acción; aunque, por otra parte, cuando cambia su foco de interés se desentienden cruelmente de los conflictos que provoca su entretenimiento: Juntan, casan y ¡separan! a la pareja de amantes en menos de una noche. Y desaparecen de la historia...
Lo sorprendente no es que los genios trasladen a Bedredin-Hasán a tres lugares distintos en el curso de una noche; o que se cumpla la promesa hecha por los padres de casarlos, aunque sean separados un momento después. Lo sorprendente es la aceptación de esa cambiante e inesperada realidad -de tan dudosa casi un sueño-, por parte tanto de Bedredin-Hasán como de Reina de Hermosura, madre de Agib fruto de esa breve relación y prueba de que no fue imaginaria. Ambos continúan sus vidas los siguientes diez años, como si fuera normal vivir un acontecimiento extraordinario un instante y, al siguiente, redefinirse en un contexto menos excepcional, más difícil y retador. Ella, afrontar un embarazo sin esposo y él, trabajar un oficio para vivir en un lugar desconocido.
Y ninguno de los dos hace algo para intentar su reencuentro. No suponen que sea posible. Ni siquiera lo asumen como un deseo.
En el relato hay muchas coincidencias que lo van a provocar: el diario de Nuredin-Alí, que estaba en el turbante de Bedredin y Chemsedin encontró la noche de la boda, les da la pista de dónde vivía para buscarlo; la caravana se detiene en Damasco ida y vuelta; sin saber que es su padre, Agib prueba los pasteles de Bedredin; éste usa la receta de su madre, etc. etc.; pero ninguna, excepto la decisión de Chemsedin de ir a Bassora en busca de su cuñada, tiene algo que ver con una intención real de los protagonistas para que se dé.
Es como si no quisieran confrontarse; prefieren aceptar el dolor, la crueldad y el maltrato a arriesgarse a perder el recuerdo que atesoran.
Sin embargo, hay un momento, casi al final, en el que Bedredin-Hasán se ve forzado a cuestionarlo. En esta ocasión no fueron los sultanes o los genios los responsables de alterar la realidad, sino el tío Chemsedin quien crea las condiciones para que el pasado resurja. Pues, cuando encontraron accidentalmente a Bedredin en Damasco, fue él quien ordenó a los eunucos aprehenderlo y enjaularlo sin darle explicaciones de ningún tipo e incluso amenazarlo con colgarlo y, ya en El Cairo, hizo que lo llevaran dormido a la habitación de Reina de Hermosura, en la que todo estaba dispuesto según su plan; pues quería ver la reacción de Bedredin, para confirmar que había sido quien se había desposado con Reina de Hermosura.
Así, la ilusión es perfecta y en lugar del cadalso, “cuando Bedredin despierta, está en el mismo aposento donde pasó su noche de bodas, junto a Reina de Hermosura, que aguarda amorosa... -¿Fue todo un sueño? -se pregunta asombrado, pues hasta el mínimo detalle de luces, muebles y su turbante sobre el diván, se corresponde con su recuerdo de lo acontecido diez años atrás-. ¿Estoy dormido? ¿Estoy despierto? ¿Estoy loco? Éstas son extrañezas que sobrepujan a mis alcances...” -dirá.
Y, como acepta como verdad la afirmación de Reina de Hermosura de que no se ha ausentado en toda la noche de la habitación, se ve obligado a cuestionar su realidad -que no su existencia-, con sencillez:
-A la verdad, me acuerdo de haber estado a vuestro lado; pero también hago memoria de haber residido, desde entonces, diez años en Damasco. Si efectivamente he pasado aquí esta noche, no puedo haber estado ausente tanto tiempo. Estos dos actos son opuestos, y así, por favor, decidme lo que debo conceptuar acerca de ellos, y si mi casamiento es una ilusión, o si mi ausencia es un sueño”.
Ni el casamiento fue una ilusión, ni su ausencia fue un sueño. Lo comprobará horas más tarde cuando su tío y suegro aclare “el engaño” en que todos, menos él, participaron desde que lo encontraron. Aunque al final, la verdad no tendrá importancia, pues su deseo se hizo realidad sin importar el precio que pagó por él.

martes, 3 de octubre de 2017

"Arresto y Juicio" en Las Mil y una Noches (Segunda parte de Un feminicidio)

El relato de “Las tres manzanas” aparece entre los primeros veinte cuentos de Las Mil y una Noches, según la versión y traducción que se lea. Pero en las que me ha tocado leer, la historia tiene pocas variaciones:
Inicia con un pobre pescador a quien el sultán, que acostumbra ser muy generoso gratuitamente, en esta ocasión ofrece comprarle lo que obtenga al arrojar otra vez sus redes a las aguas del Tigris. El anciano, que lleva doce horas trabajando, acepta, pues recibirá cien veces más de lo usual.
El resultado de la pesca: el cuerpo descuartizado de una mujer.
En la “Historia de la dama asesinada y del joven su marido” nos enteraremos de que tenía veintitrés años, era madre de tres varones y en los once años de matrimonio jamás dió motivo de queja a su esposo; al que adoraba y era adorada por él. Desafortunadamente, en ningún texto aparece su nombre. Ni el de su esposo, que confiesa haberla asesinado en un arranque pasional; al suponer que ella le había dado una de las tres manzanas a Rian, pues este esclavo negro presumía que era un obsequio de su amante, para ocultar que la había robado a uno de los niños.
Hasta aquí, no hay nada extraordinario, como no sea el hecho de que el asesino, el marido, aparece oportunamente para salvar al visir de una muerte inmerecida. Gracias precisamente al pregón del sultán invitando a disfrutar de la ejecución del funcionario real... ¿Podríamos pensar en destino, como sugiere la historia? Tal vez la suma de los acontecimientos en cierta dirección lo sean...
Aunque parece que Haroun-al-Raschid la traía contra Giafar. Pues aunque tiene al criminal confeso, juzgó que era más digno de compasión que delincuente:
-La acción de este joven -dijo- es disculpable ante Dios y tolerable entre los hombres. El pícaro esclavo es el único causante de este asesinato, y él debe ser castigado. Por lo tanto -añadió encarándose con el gran Visir-, te doy tres días para buscarlo, y si al cabo de ellos no me lo traes, sufrirás la muerte en su lugar”.
Y no sólo perdona al asesino, sino que para “consolar al joven del dolor que tenía por haberse privado él mismo de una mujer a quien tanto amaba, aquel Príncipe le dio en casamiento una de sus esclavas, lo colmó de bienes y le tuvo en suma privanza hasta su muerte…”
O sea, ¿cómo?
Nuevamente el visir está en manos del destino. Lo acepta con pesar pero no intenta evadirlo: Ni escapar, ni la más mínima pesquisa.
-Es imposible -decía-, que en una ciudad como Bagdad, en donde hay un sinnúmero de esclavos negros, encuentre al buscado. A menos que Dios me lo dé a conocer, como me descubrió al asesino, nada puede salvarme.”
Al cabo de tres días, nuevamente, es arrestado. Y su fe, en esta ocasión, tampoco es traicionada: Su pequeña hija de cinco años le revela que compró una manzana a Rian, el esclavo...
Éste último confirma ante el sultán haberle robado la manzana a un niño quien, para recuperarla, argumentó era un regalo de su padre a su madre...
¿Y el juicio y reacción del sultán ante este sirviente abusivo, ladrón y golpeador de un niño y cuya acción había sido la causa de la muerte de una mujer inocente, (por no mencionar que Giafar también estuvo a punto de morir como consecuencia del mismo hecho) cuál es?
Indecible fue la extrañeza del Califa, y no pudo contenerse, prorrumpiendo en carcajadas. Al fin, recobró un aspecto grave, y le dijo al Visir que ya que su esclavo había causado semejante desmán, merecía un castigo ejemplar”.
Bien, si el marido asesino había sido perdonado, alguien debería pagar por el delito. Es lo justo, ¿no? Como en estas narraciones, por comer ajo le cortaron los pulgares a un joven, y una mano a otro por robar... ¿Cuál podría ser un castigo razonable, o ejemplar?
La historia no nos sacará de la duda.
El divertido Califa aceptará “indultar” al esclavo, dado que su crimen no es irremisible, a cambio de que le relaten una historia que resulte ser más preciosa que la recién sucedida...
-Consiento en ello -replicó el Califa-; pero os empeñáis en una ardua empresa, y no creo que podáis salvar a vuestro esclavo, porque la historia de las manzanas es muy extraordinaria.”
Haroun-al-Raschid no imaginaba que la historia “todavía más peregrina” que Giafar le contaría sería la de “un Visir del Cairo, llamado Nuredin-Alí, y de Bedredin-Hasán de Bassora”.
Con este último relato se cerrará la Historia de las tres manzanas. Y el feminicidio estará resuelto, pero ¿en qué quedó la exigencia de Haroun-al-Raschid de vengar “prontamente la muerte de esta mujer con el suplicio de su asesino”?
Sea o no justo, quedó en uno de los más sorprendentes cuentos orientales que pueblan la literatura universal.
Haroun-al-Raschid, personaje en la narración de Scheznarda, considerará -al igual que su homólogo el califa Schariar a quien ella se los relata-, que la “Historia de Nuredin-Alí y Bedredin-Hasán” bien valía una vida.