domingo, 27 de octubre de 2019

Alonso Quijano: "Yo fui loco y ya soy cuerdo"

La primera vez que leí "el Quijote", me refiero al texto publicado en 1605 en la España en ese tiempo gobernada por la Casa de Austria, (los descendientes de Juana La Loca y de Felipe El Hermoso, es decir por la dinastía de los Habsburgo que iniciara con Carlos I de España y V de Alemania (nieto de los Reyes Católicos), y estuviera integrada después por Felipe II El Prudente; Felipe III El Piadoso; Felipe IV El Grande y Carlos II El Hechizado), lo único que sabía, o creía saber, era que esta obra era la más importante novela de todos los tiempos, escrita en el español del Siglo de Oro.

Trataba de Don Quijote de la Mancha, un personaje que me era familiar pues lo había visto representado en pinturas y figuras decorativas que sus dueños apreciaban con orgullo. Como si tener un objeto creado por algún artista de talento que se hubiese inspirado en el caballero manchego les significara la pertenencia a algún club intelectual elitista y no simplemente haber leído tan magnífica obra, ya no digo siquiera comprenderla.

El personaje en cuestión invariablemente aparecía como una figura extremadamente delgada, en armadura y con una lanza al estilo europeo, no americano; en ocasiones montado sobre un caballo igualmente fantástico por su aparente agotamiento, y acompañado o no -según visión del artista- por un hombre más bien grueso, bajito, de piernas cortas y rostro con aire de picardía. (Sancho Panza)

Algo me hacía creer que Alonso Quijano, la creación de Miguel de Cervantes Saavedra, representaba la esencia idealista del ser humano que yace en nuestro interior y es, en cierto modo, nuestra fortaleza. Eso me motivaba a leerla y anhelaba la oportunidad de conseguir el libro.

Había escuchado con preocupación, que la lectura se dificultaba por estar escrita en "castellano antiguo", pero en la secundaria habíamos leído fragmentos del Cid Campeador en un español que también torcía las s haciéndolas parecer f y usaba las f en palabras donde ahora usamos h muda, o indistintamente usaba la v como u -o viceversa, no recuerdo bien- e imaginaba que con esa información y un buen diccionario para las palabras muy raras lograría mi objetivo.

Creía conocer de memoria la oración con que inicia la novela: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..." así que me confundió mucho encontrar un montón de páginas previas con versos cortados, descripciones raras y agradecimientos a mecenas; y además enterarme de que no era un libro ¡sino dos! los que constituían la obra. El primero "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha" y el segundo, publicado diez años después, o sea en 1615, "El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha", por suerte "ambos libros" estaban incluidos en el libro que me prestaron en la biblioteca.

Debo reconocer que me pasé directo al verdadero inicio del libro y comencé a leer: "En un lugar de la Mancha..."

No he dicho todavía que yo no sabía que era La Mancha, ¿verdad? Pues ése era el menor de mis problemas... Había muchísimas cosas más de las que no tenía ni idea qué podrían ser: adarga, salpicón, sayas de velarte, calzas de velludo... sólo por mencionar algunas del primer párrafo. Salvé esos obstáculos con sencillez, determinación y, supongo, un poco de imaginación. Eso quiere decir que me pasé por alto párrafos y párrafos, y me detuve sólo en pasajes medianamente claros y comprensibles que se centraban principalmente en la acción. Aún así, allá por 1965, a los trece años, me sentía orgullosa de mi logro.

De esa primera lectura, en la que no llegué a apreciar las características de la obra, ni a advertir la autoría de Cide Hamete Benengeli o reflexionar en la profundidad de su contenido, recuerdo dos cosas fundamentalmente.

Una, la que me sostuvo todo el libro, fueron las sorprendentes historias intercaladas, que no le ocurren a don Quijote, como "El curioso impertinente", o "El capitán cautivo". Ésas tenían más sentido, me parecían más atractivas, que las proezas del "Caballero de la triste figura" como también se le llama. Le daban aire de realidad al resto del texto.

La segunda, la crueldad con que El Quijote es tratado en ambos libros. Crueldad incomprensible para mí en esa época y que aún ahora me resulta difícil de aceptar como recurso para provocar risa. Sufrí con sus aventuras, me indigné con los duques, lloré al no entender cómo, justo antes de morir, abomina de sus ideales de caballería y acepta que "yo fui loco y ya soy cuerdo" y que "ya no soy don Quijote de la Mancha sino Alonso Quijano a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno".

Como si fuera una hazaña...



1 comentarios:

A las 1 de noviembre de 2019, 8:43 , Blogger carlos ha dicho...

Gracias por compartir la hermosa experiencia.

 

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