viernes, 31 de enero de 2014

Simone y Jean-Paul

Sí, Simone y Jean-Paul. 
Porque no me voy a referir a Beauvoir y Sartre. Personas de extraordinario intelecto y voluntad que decidieron emplear sus vidas en clarificar y defender una causa, junto a otros grandes pensadores de su tiempo y en medio de fuertes conflictos de la humanidad entera. Y que con sus perseverantes convicciones nos sedujeron, y convencieron de revisar, analizar y transformar las ideas imperantes en nuestro mundo.
Pero Simone y Jean Paul...
¡Ah! Un hombre y una mujer... Dos jóvenes estudiantes franceses de principios del siglo veinte que se conocen en el momento exacto en que sus mentes están abiertas a explorar la vida. Y hay que aceptar, que si no fue amor, fue deslumbramiento mutuo. Igual de misterioso e incontenible.
Las circunstancias los reunieron, pero ellos decidieron, tal vez como cualquier pareja de enamorados, hacer un pacto de eternidad. 
Y así, Simone y Jean-Paul se dejarán llevar por la cordura de la juventud, y por los sueños de la poesía. (O de la filosofía.) Explicarán, para los demás, lo del amor esencial y los amores contingentes, pues para ellos la palabra amor es sinónimo de libertad. Libertad de ser, con valentía y honestidad, frente a ti mismo, pese a ti mismo y junto a tu pareja.
Pues aunque Simone y Jean-Paul nunca se casaron, en ningún momento desconocieron su relación. Evidente a lo largo de poco más de cincuenta años el apoyo mutuo en sus respectivas labores creativas, en sus causas políticas, en sus intervenciones culturales. Y por supuesto, en sus conflictos humanos. ¿Quién está exento de intrigas, engaños y desengaños? ¿de enfermedad, dolor, soledad, abandono? ¿de dudas, amores y amoríos...?
Pero la pregunta de los románticos incurables: ¿Encontraron el amor? ¿Fueron felices? ¿Tuvieron éxito? Porque ambos tuvieron muchos amores contingentes, incluso orgánicos... Y no tuvieron hijos biológicos, aunque ambos, a edades más bien tardías, adoptaron una mujer adulta como hija, cada uno. (Arlette Elkaim Sartre y Sylvie Le Bon de Beauvoir). Y además..., además..., podríamos agregar lo incidental: dejando de lado las relaciones orgánicas de Simone, que tal vez no indiquen una pasión trascendente, ella nunca se quitó el anillo que le regaló Nelson Algren, incluso pidió que la enterraran con él puesto. 
Aquí de nuevo la interrogante: ¿Por qué la pareja nunca se casó, entre sí o con alguien más? Porque pudieron y no lo hicieron ¿es que no imaginaban la vida junto a otro y sin el otro? ¿se amaban tanto como para aceptarse respectivamente en libertad y sin condicionarse a dónde los llevarían esas decisiones personales, ese hacerse, inventarse continuo? O quisieron y no pudieron, como tantas parejas que continúan su unión por conveniencia, por comodidad, por cariño.
Tal parece que lo que alguna vez dijeron cada uno, sobre el otro, cuando en diferentes momentos de su vida fueron cuestionados, se mantuvo hasta el final:
"Sartre respondía exactamente al deseo de mis quince años: era ese doble en quien yo encontraba, llevadas a la incandescencia, todas mis manías. Con él, siempre podría "compartirlo" todo. Cuando nos separamos a principios de agosto, yo sabía que nunca más saldría de mi vida..."
Y él, en 1977, al hablar del éxito en su relación con Simone se refirió como condición necesaria a: "hay que darse cuenta que las relaciones que usted tiene con el otro (Simone) son superiores a las que usted tendrá con todos los otros."
Como sea, Simone y Jean-Paul son, para la eternidad, un hombre y una mujer que demostraron ser tenaces, sobre su propia humanidad, y perseveraron en su pacto, sobre sus celos, sus decepciones, sus inconstancias y engaños. 

lunes, 27 de enero de 2014

Si crees en Santa

Mejor ni te metas a la red a investigar, si crees que Santa Claus era un obispo cristiano, blanco. Tampoco si piensas que el Taj Mahal, en India, fue construido como muestra de amor del rey mogol Sha Jahan a su fallecida esposa. O si crees que la afamada Elizabeth de Inglaterra fue una mujer, hija de Ana Bolena. Y estás convencido de que el rey Salomón es un personaje histórico poseedor de la sabiduría. Que Shakespeare escribió todas las tragedias, comedias y poesías que se le atribuyen. Al igual que Cervantes fue el autor del Quijote e inventó a Cide Hamete Benengeli...
Podrías llevarte una sorpresa complicada si te sientes seguro de lo que sabes, incluso si crees lo contrario de lo anterior... En cualquier caso, ¿qué creer?
Porque aunque aparentemente todo cambia, y lo aceptamos: aceptamos con naturalidad que el día se convierte en noche y la noche en madrugada, y ésta de nuevo en día... de un año de doce meses -en Etiopía de trece-. Y es sabido que según desde dónde se mire la historia, no sólo el héroe deja de serlo, también el oprimido ocupa el pedestal. Y comprendemos que el río en que pudiéramos bañarnos la segunda vez ya no sería el mismo de la vez primera, o que la Roma de antes del incendio y la del rostro actual son una sola y milenaria...  así y todo, de algunas cosas no esperamos cambios. 
No dudamos, no nos las cuestionamos. Y tal vez hace falta... o tal vez no. ¿Quién saldría ganando -¿o qué se perdería?- si, procurando darle credibilidad al personaje, al tenor de una comprensión seudorrealista de nuestra época, hacemos que Sherezada busque el amor en brazos diferentes a los del sultán Shariar?  
A veces, por accidente, descubrimos un secreto que nos desencanta. En otras, no descansamos hasta resolver la incógnita y la respuesta pudiera o no gustarnos. 
Pero allí están, lejos o cerca de nosotros: la imprecisión, la incertidumbre, la vaguedad; el engaño fortuito o ex profeso; el tiempo que lo cubre todo, lo corrompe, lo desvanece, lo transforma. Y nosotros procurando, con las mudables piezas de este rompecabezas, formar alguna imagen que nos dé sentido ¡antes de que todo lo que sabemos vuelva a cambiar!

sábado, 25 de enero de 2014

La extraña invitada de Simone

¿Por qué Francisca tenía tanto interés en Javiera?
Una mujer de treinta años. Exitosa profesionalmente. Feliz con la relación de pareja que desde hace ocho años tiene con Pedro. Orgullosa de sí misma.
Si quisiéramos encontrar dentro de la novela un motivo, una justificación expresa, para el interés manifiesto por Javiera, probablemente tendríamos que aceptar los débiles e ingenuos argumentos en que se apoya Francisca cada vez que surge alguna contrariedad en el trato mutuo, que podrían englobarse en "compasión".
Francisca se siente incapaz de decepcionar a Javiera, pues "ella me admira, me idolatra". También le mortifica pensar que la pobre chiquilla va a desperdiciar su  "potencial" -nunca descubierto- si vive lejos de París. Por lo cual, es imperioso que ella y Pedro se conviertan en sus benefactores. Con el inevitable compromiso de soportar sus caprichos, egoísmo, irritación, mal humor, volubilidad, demandas de atención, etc.
El juego del deseo se inicia. 
La joven, apática ante lo que le presentan pero con una vitalidad y energía sorprendente, es el cebo y el reto. Y todo deviene en celos que los intentos de seducción de Pedro, a quién Javiera mantiene a distancia, provocan en Francisca.
La admiración de Javiera ya no le es suficiente. Ahora, aunque no lo reconozca, anhela algo carnal. Y se lo oculta a sí misma bajo el disfraz de insatisfacción en la relación del trío, generada por Javiera al resistirse a corresponder a Pedro. Deseo que Francisca considera no sólo natural en él, sino inevitable y al que le sigue cuidadosamente la evolución. E incluso propicia. 
Cuando los celos debieran esfumarse (pues con la ansiada posesión, el interés y la tensión pasional desaparecen), surge el odio... y las justificaciones para el alejamiento, la venganza e incluso la supresión definitiva de quien ha llegado a ser, para Francisca, la imagen de su crimen en carne y hueso.

jueves, 23 de enero de 2014

La invitada de Simone

Tenía treinta años. Y para ella, eso significaba que era una mujer hecha y que ningún heroísmo, ningún acto absurdo podrían cambiar nada. 
Llama la atención esa certidumbre de Francisca.
Nunca duda, ni se cuestiona. Con respecto a sí misma, a quién es, lo que piensa, siente, desea, incluso sus propios cambios emocionales, los acepta sin censura. Ha sido como es, y es como debe ser. Pierde terreno cuando sospecha que entre Pedro, a quién siempre ha visto "a través de sí misma" y Javiera, con quien intentan un trío, pudiera existir una complicidad solapada. 
Le molesta advertir que su propia "complicidad" aparentemente abierta, indiscutible, su fortaleza y triunfo después de ocho años de pareja junto a Pedro, pueda ser relegada o pierda prioridad para él. 
Fue ella, Francisca, quién deslumbrada por Javiera la involucra en su relación con Pedro, bajo el pretexto de apoyarla en su formación. ¿Ignora que el poder de seducción de Javiera radica en que ambos fingen que no existe esa atracción orgánica y tratan de encubrirla tras un pacto de amor civilizado?
Amor en libertad, se dicen; pero con horarios y plazos. Libres para no amarse, o amarse a intervalos, o a decirse que se aman porque se permiten amores contingentes sin reprochárselos. 
Pero la invitada, la pequeña Javiera, la perla negra a quién ellos le atribuían una especie de perversidad, de necesidad de hacer el mal, hacerse daño y hacerse odiar, no sólo creó una fisura en el mundo de Francisca, sino que se convirtió en su "imagen criminal en carne y hueso".
De pronto, Francisca deja de ser para sí misma el centro de París, el corazón de su destino, y siente cómo se consuma el fracaso de su propia existencia. Nunca duda del amor de Pedro, a quién ahora ella le pone trampas, miente y oculta algunos pensamientos; él siempre está justificado. Ella es quién está fuera, sola, incorruptible. Manteniendo sus viejos valores por encima de sus celos. 
Cada vez más atribuye a Javiera algunas actitudes que ahora descubre en Pedro y acepta los cambios calladamente, como si no pudiera ejercer sobre ellos ningún poder. Se va transformando por esos aparentes abandonos, provocados por la situación creada por ella misma y para la que no tiene valor de cambiar. Sabe que su unión tiene un sentido y un precio y que merece luchar por ella, pero no está a la altura de la lucha. A él nunca le pide que saque de la jugada a Javiera, y a ésta la mantiene inocente y al margen de lo que ella piensa. Todo el tiempo permite que la relación crezca y finge que le interesa y le da placer. Incluso sirve de mediadora en los cada vez más frecuentes pleitos entre ellos, aunque con éxitos muy fugaces: Javiera parece caprichosa, voluble, vengativa, orgullosa; en ella nunca triunfa la ultima impresión. 
Finalmente, el odio, algo negro, amargo y poderoso, que todavía no conocía, florece sin impedimentos. Y por primera vez Francisca quiere lo que desea: anular una conciencia. La otra conciencia, la que le impide ser ella. Así que, por sobre la invitada, se escoge a sí misma.

viernes, 17 de enero de 2014

Monos infinitos tecleando

El teorema de los monos infinitos... ¿Qué dice o intentó decir este teorema? ¿Y a quién, cómo y por qué le interesaría comprobarlo?
Aunque en realidad se pretendía lo contrario, es decir que el resultado sería altamente improbable, este teorema, extrapolado de su contexto original y modificado por sucesivos añadidos, pasó a ser una afirmación categórica de que "estadísticamente" cualquier experimento aleatorio podrá producir un "determinado resultado" siempre que la experiencia se realice tantas veces como sea necesario. 
Y de allí se pasó a lo trivial y al absurdo. 
Omitiendo por supuesto el concepto central "infinito" necesario para lograr que se dé el resultado aleatorio deseado, nos quedamos con monos tecleando absurdos textos cuyo significado sólo será relevante cuando se correspondan con algun otro, determinado de antemano. Esto presupone, por supuesto, una lectura cuidadosa del material generado por los escribientes. Hecha por... ¿monos?
¿Y qué tal si de esta escritura aleatoria surgieran textos desconocidos, de belleza superior al modelo buscado? ¿Tendrían los lectores la capacidad de valorarlos? ¿Y tendría el texto el valor de una obra literaria? ¿Y a quién se le daría el crédito? ¿Cabría la posibilidad de que el mono autor hubiese dejado de teclear aleatoriamente y seguido alguna inspiración interior o escuchado el dictado de una musa?
¿Y qué tal si los monos se rebelan a su destino? ¿O escriben en su propio idioma, intraducible para nosotros?
Pero todo esto es irrelevante, ¿o no? 
Depende de a dónde se pretendan llevar las conclusiones. 
Y las conclusiones podrían ser también ¡infinitas! Si son monos reales, mecánicos, imaginarios o humanos. Si los humanos en realidad son monos. Si los textos son resultado de una aleatoridad absoluta, parcial, compuesta o combinada. Si hay una preexistencia de textos seleccionados que no tengan estructura lógica o dependan de una idea, o de un idioma concreto, de la posición de las teclas, de si los monos usan uno o mas dedos o las cuatro manos. De la capacidad de los lectores para descartar cualquier trabajo que se corresponda con alguna traducción y no con el original, o que no contenga el total de capítulos, o párrafos o utilice sinónimos...
Y esto sólo en el campo de la literatura.
¿Qué tal si a los monos se les dan infinitos lienzos, e infinitos pinceles y pinturas?
¿O pianos?
¿O infinitos ladrillos?