Simone y Jean-Paul
Sí, Simone y Jean-Paul.
Porque no me voy a referir a Beauvoir y Sartre. Personas de extraordinario intelecto y voluntad que decidieron emplear sus vidas en clarificar y defender una causa, junto a otros grandes pensadores de su tiempo y en medio de fuertes conflictos de la humanidad entera. Y que con sus perseverantes convicciones nos sedujeron, y convencieron de revisar, analizar y transformar las ideas imperantes en nuestro mundo.
Pero Simone y Jean Paul...
¡Ah! Un hombre y una mujer... Dos jóvenes estudiantes franceses de principios del siglo veinte que se conocen en el momento exacto en que sus mentes están abiertas a explorar la vida. Y hay que aceptar, que si no fue amor, fue deslumbramiento mutuo. Igual de misterioso e incontenible.
Las circunstancias los reunieron, pero ellos decidieron, tal vez como cualquier pareja de enamorados, hacer un pacto de eternidad.
Y así, Simone y Jean-Paul se dejarán llevar por la cordura de la juventud, y por los sueños de la poesía. (O de la filosofía.) Explicarán, para los demás, lo del amor esencial y los amores contingentes, pues para ellos la palabra amor es sinónimo de libertad. Libertad de ser, con valentía y honestidad, frente a ti mismo, pese a ti mismo y junto a tu pareja.
Pues aunque Simone y Jean-Paul nunca se casaron, en ningún momento desconocieron su relación. Evidente a lo largo de poco más de cincuenta años el apoyo mutuo en sus respectivas labores creativas, en sus causas políticas, en sus intervenciones culturales. Y por supuesto, en sus conflictos humanos. ¿Quién está exento de intrigas, engaños y desengaños? ¿de enfermedad, dolor, soledad, abandono? ¿de dudas, amores y amoríos...?
Pero la pregunta de los románticos incurables: ¿Encontraron el amor? ¿Fueron felices? ¿Tuvieron éxito? Porque ambos tuvieron muchos amores contingentes, incluso orgánicos... Y no tuvieron hijos biológicos, aunque ambos, a edades más bien tardías, adoptaron una mujer adulta como hija, cada uno. (Arlette Elkaim Sartre y Sylvie Le Bon de Beauvoir). Y además..., además..., podríamos agregar lo incidental: dejando de lado las relaciones orgánicas de Simone, que tal vez no indiquen una pasión trascendente, ella nunca se quitó el anillo que le regaló Nelson Algren, incluso pidió que la enterraran con él puesto.
Aquí de nuevo la interrogante: ¿Por qué la pareja nunca se casó, entre sí o con alguien más? Porque pudieron y no lo hicieron ¿es que no imaginaban la vida junto a otro y sin el otro? ¿se amaban tanto como para aceptarse respectivamente en libertad y sin condicionarse a dónde los llevarían esas decisiones personales, ese hacerse, inventarse continuo? O quisieron y no pudieron, como tantas parejas que continúan su unión por conveniencia, por comodidad, por cariño.
Tal parece que lo que alguna vez dijeron cada uno, sobre el otro, cuando en diferentes momentos de su vida fueron cuestionados, se mantuvo hasta el final:
Tal parece que lo que alguna vez dijeron cada uno, sobre el otro, cuando en diferentes momentos de su vida fueron cuestionados, se mantuvo hasta el final:
"Sartre respondía exactamente al deseo de mis quince años: era ese doble en quien yo encontraba, llevadas a la incandescencia, todas mis manías. Con él, siempre podría "compartirlo" todo. Cuando nos separamos a principios de agosto, yo sabía que nunca más saldría de mi vida..."
Y él, en 1977, al hablar del éxito en su relación con Simone se refirió como condición necesaria a: "hay que darse cuenta que las relaciones que usted tiene con el otro (Simone) son superiores a las que usted tendrá con todos los otros."
Como sea, Simone y Jean-Paul son, para la eternidad, un hombre y una mujer que demostraron ser tenaces, sobre su propia humanidad, y perseveraron en su pacto, sobre sus celos, sus decepciones, sus inconstancias y engaños.