sábado, 30 de septiembre de 2017

Un feminicidio en "Las Mil y una Noches" (Las tres manzanas)

La historia empieza cuando, al anochecer, un pobre pescador, una vez más echa las redes al agua del río Tigris...
Saca un pesado cofre, cerrado, y al abrirlo, en palacio, ante la presencia del Califa...
“hallaron un gran cesto de hojas de palmera cerrado y cosido con hilo de lana encarnada. Para satisfacer la impaciencia del Califa, no se tomaron la molestia de descoserlo; cortaron prontamente el hilo con un cuchillo y sacaron del cesto un lío envuelto en una mala alfombra y atado con cuerdas. Desatadas éstas y desenvuelto el lío, se horrorizaron con la vista de un cuerpo de mujer, más blanco que la nieve y sajado a trozos”.
O sea, que en la antigua Bagdad también la gente se deshacía de algún cadáver comprometedor echándolo al río.
El hallazgo, como es de suponer, horroriza al gobernante.
Entonces, como ahora, quienes gobiernan saben que la sensación de seguridad de la población (o en su defecto, la aplicación de justicia), es importante para mantener la paz social.
Haroun-al-Raschid, el califa, reacciona con ira. Exige a su visir Giafar que localice al culpable “inmediatamente”, para ejecutarlo.
Y responzabiliza a Giafar y a cuarenta de sus “Barmecidas” de hallarlo en un plazo máximo de tres días. O, de lo contrario, todos ellos morirán como consecuencia de su incompetencia.
¿Podrían, los equipos de investigación criminal de aquellos tiempos, localizar al criminal?
Giafar no lo cree probable.
¿Cómo podré yo hallar al asesino en una ciudad tan populosa como Bagdad, cuando probablemente habrá cometido este crimen sin testigos, y quizá ya está fuera de la población?
Y se da por muerto.
Aunque en la historia se insinúa que hubo algunos esfuerzos por descubrir al responsable, no se habla de las pesquisas para identificar a la mujer descuartizada. Tampoco de interrogatorios a la población. Sus técnicas probablemente no eran muy eficaces, además de que les faltaran agentes y tiempo.
El caso es que el visir, entonces, se plantea la única salida posible para evitar su propia ejecución:
Otro en mi lugar sacaría de la cárcel a un desdichado y le mandaría dar muerte para contentar al Califa.” Y salvarse él y sus familiares de lo que parece una injusticia, pues ejecutar a más de cuarenta por no proteger a la población parece un poco exagerado... para estos tiempos.
Sólo que Giafar no quiere “manchar mi conciencia con este delito, y prefiero morir a salvarme en tales condiciones”.
¡Bravo por Giafar! Y se sienta a esperar que el destino actúe por él a su favor, si así está escrito.
Al tercer día, lo inevitable: él y cuarenta Barmecidas son arrestados y conducidos a la plaza delante del palacio donde será la ejecución pública. A la que el Califa ha dado la mayor publicidad posible, pues mandó un pregonero por todos los barrios de la ciudad invitando a la misma: “El que quiera tener el gusto de ver ahorcar al gran visir Giafar acuda a la plaza... ” ¡Y vaya que hubo audiencia!
Lo importante para Haroun-al-Raschid, por lo visto, era que el pueblo viera que alguien debía pagar por los crímenes: el culpable o el incompetente.
Bien, el descubrimiento de este feminicido atroz, se narra en el cuento “Las tres manzanas”, y está incluído en los relatos de “Las Mil y una Noches”. Pero el desarrollo y desenlace se encuentran en estas otras dos historias: la Historia de la dama asesinada y del joven su marido, y la Historia de Nuredin-Ali y Bedredin Hasán.
A medida que nos vamos enterando de los detalles del crimen y de su causa, se nos hace evidente que dejarse llevar por la pasión es peligroso; también que un acto de “bulling” puede ser más grave de lo que aparenta. Varios personajes nos demuestran su convicción moral y su absoluta aceptación del destino inevitable que ha trazado sus vidas ¿caprichosamente? O, al menos, sin sentido comprensible para el hombre justo que sufre castigos por causas que no ha provocado.
En este feminicidio miliunanochesco, poco a poco y en gran parte por azar, aparecerán los verdaderos responsables del crimen. Y se procederá a hacer justicia con una lógica muy distante a la nuestra.
A pesar de que yo también, como el Califa, soy admiradora de las historias extraordinarias que los protagonistas relataron para justificar sus acciones e intentar salvar sus vidas, no alcanzo a entender cómo Haroun-al-Raschid hizo justicia a la dama asesinada.

Entonces y ahora ¿el conocimiento de la verdad es a lo más a que se puede aspirar?

Mis “ Las Mil y una Noches” Cuentos orientales de Antoine Galland

He tratado de entender mi interés o fascinación por ese libro de cuentos orientales de origen indio, persa o árabe conocido, o eso parece, mundialmente como "Las Mil y una Noches". Y, por más que me esfuerzo, no logro definirlo.
Siempre regreso al pasado, en imágenes. 
Tenía yo cuatro años la Navidad en que nuestra tía Berta, la menor de las hermanas de mamá, nos lo regaló. Yo no sabía leer, pero el volumen tenía en la portada una hermosísima ilustración que insinuaba un mundo desconocido, mágico, misterioso.
¿Cuándo conocí alguna de las historias? ¿La leí yo, o me la contaron? No lo recuerdo. Sé que Aladino, Ali-Babá y Simbad, son personajes tan familiares como Caperucita Roja, Blancanieves o Peter Pan. Historias que solíamos escuchar en programa radiofónico los domingos al anochecer.
¿Magia y misterio porque en "Las Mil y una Noches" hay genios, hadas, reyes de otros países, caballos -alfombras o cajas- voladores, aves gigantescas, monstruos de un sólo ojo devoradores de hombres, seres transformados en animales, artefactos poderosos, encantamientos?
Podría ser la explicación. Pero no me basta. Para entonces las historias de Pegaso, Polifemo, Ulises, las de Ester y Judit hebreas, que igualmente me maravillaban, me eran familiares. Al igual que muchas otras del Génesis.
¿Serían las láminas, 65 grabados y 7 cromotipias de Eduardo Vicente (1909-1968), que la Editorial Sopena incluyó en el libro?
Quiero creer que sí, pues son bellísimas, delicadas, sugestivas, y se corresponden con la esencia de cada cuento. Aunque debo reconocer que no las veía con detenimiento. Eran una especie de anticipo de lo que sucedería en el interior de cada historia. A excepción de la de la portada, no recuerdo ninguna en particular pero, invariablemente, son la primera asociación que hago cuando se trata de "Las Mil y una Noches". (O cuando pienso en magia).
Este ejemplar era un libro seductor desde cualquier punto. Múltiples historias, de distintos tipos, pues en algunas no aparecían seres sobrenaturales ni magia. El vocabulario, preciso y con una edición bien cuidada, me hacían volar sobre mundos imaginarios...
En la versión de Galland traducida por Pedro Pedraza y Páez y publicada en 1955 por Editorial Ramón Sopena, encontré un tesoro de textos que leí y releí en mi niñez, con inagotable entusiasmo y alegría, pero del que sólo recuerdo algunos relatos. O, en algunos casos, sólo me son familiares los nombres de los cuentos.
Las tres manzanas, El médico Dubán, El pescador y el genio, El tercer anciano y la princesa Scirina, La historia de Nuredín-Alí y Bedredín-Hasán junto con la de “El pájaro que habla, el árbol que canta y el agua de oro” son relatos que conservo casi completos.
Otros, como el del jorobadito, los del barbero y sus seis hermanos y el joven cojo, el del príncipe Amed y el hada, quedan en eso. Sé que al releerlos los iré recordando. 
Por supuesto que los más sorprendentes e imposibles de olvidar son los de Aladino y Alí Babá. Pero esos no cuentan: ahora sabemos que son cuentos “huérfanos”, provenientes también de la tradición oral de oriente, pero que fueron incluidos por aportación conjunta de Antoine Galland, el primer traductor occidental, y el sacerdote maronita sirio Hanna Diab. 
Hay algunas anécdotas que no sé a qué historia corresponden, como la de los esposos que fingen cada uno haber enviudado para recibir apoyo del sultán y la sultana, respectivamente. 
Y otro cuento, para mí imprescindible al hablar de "Las Mil y una Noches", es el de Ali-Cojía, mercader de Bagdad donde los niños son los protagonistas.
De algunos más sólo sobreviven en mi memoria, algún hecho aislado como, por ejemplo, el del joven al que le cortan los pulgares por comer ajo, al que le cortan una mano por ladrón, los que quedan tuertos o sufren alguna desgracia... y, por supuesto el sentimiento de aceptación del destino como procedente de Dios (en realidad Alá), y de la voluntad del Califa. 
Estos últimos también sufrían los altibajos de la vida y las catástrofes de la naturaleza, aunque por lo general recuperaban después su gloria y poderío anteriores.
Inexplicables para mí eran, en aquella época e incluso ahora, las decisiones de estos diversos califas, que recompensaban a sus favoritos casándolos con alguna dama sin antes consultarla a ella.
Nombraban visires por simple simpatía del momento (en un caso el elegido es un mono), o los mandaban matar con la misma ligereza. Y no entro en el tema de cómo trataban a la mujer... muchas de las cuales sólo podían sobrevivir gracias a sus conocimientos de magia. 
Todo el tiempo me he referido a mi primer libro de Las Mil y una Noches... de Galland, (su traducción al francés en 1704, fue la que lo dio a conocer, a pesar de existir al menos algún manuscrito árabe del siglo XIII y de que existiera en tradición oral desde el siglo VI d.C.).
Años después he podido leer algunas de estas historias en otras traducciones al español: directas del árabe como la de Cansinos Assens, o del francés de Mardrus, y del alemán de Weil, (por sólo citar algunas de las traducciones clásicas de los siglos XIX y XX, La de Burton, que Borges leyó en inglés, no la conozco), y con algo de pena debo reconocer que superan en contenidos y recursos literarios a mi amado ejemplar.
No obstante, me quedo con dos historias miliunanochescas: la historia de Nuredín-Alí y Bedredín-Hasán junto con la de “El pájaro que habla, el árbol que canta y el agua de oro” como las que compendian y justifican mi fascinación. 
¿Nada que ver con la realidad? 
Entonces pienso en Borges...
O tal vez todo.

lunes, 18 de septiembre de 2017

The Red Tent (2014), La mirada femenina de Génesis-34

The Red Tent, el film de 2014 de Roger Young, traducido como La tienda roja, está basado en el libro del mismo nombre de Anita Diamant, publicado en 1997 y "bestseller" mundial.
Diná, hija de Jacob y Lía, es la protagonista y narradora de su propia historia que está incluída en la Biblia, en el capítulo 34 del Génesis. Y que se centra en la venganza que toman sus hermanos Simón y Leví, no sólo del príncipe Siquem que la pidió en matrimonio tras violarla, sino también de Hemor "el heveo", su padre, y de todos los hombres de la ciudad que aceptaron ser circuncidados como condición para que la boda se realizase y fueron asesinados pues el pacto era doloso.
La "tienda roja" es un concepto que el imaginario popular puede asociar libremente con la condición femenina en cualquier cultura premoderna, o incluso moderna, que excluye a la mujer por impura durante sus sangrados menstruales y partos.
Aunque la acción de la película no se desarrolla dentro de la "tienda roja", Diná nos muestra claramente la importancia en la vida de la mujer judía de ese "lugar sagrado donde las mujeres iban a sangrar", parían y se transmitían de madre a hija el saber ancestral femenino; allí no sólo aprendían lo necesario para la supervivencia en tierras áridas y desoladas que su condición de seminómadas les imponía, tales como cómo preparar los alimentos, manejar el huso, encontrar las plantas adecuadas para curar... La tienda roja era, principalmente, el lugar donde las historias y leyendas tomaban vida, allí podían adorar sus ídolos, hablar de sus amores, compartir secretos, consejos, sueños, miedos y esperanzas, cantaban, bailaban y se nutrían emocionalmente en esos días en que no podían mostrarse a los ojos de los hombres.
El motivo por el que Diná cuenta su historia es porque no quiere ser recordada como un simple pie de página, pues "la palabra pasó a la custodia de los hombres" (que se preocupan por hechos simples como comer, dormir, cuidar el ganado, pelear con otros y decidir qué Dios adorar...) y escribieron el libro sagrado con palabras simples y esquemáticas e ignoraron el papel de la mujer, "porque no tienen forma de saber"...
Compara al campamento de los hombres con la superficie del río y a la tienda roja con la profundidad desconocida. Dice: "Si te sientas al borde de un río, verás sólo una parte de su superficie. Y sin embargo, el agua que tienes ante los ojos es prueba de profundidades desconocidas".
Lo interesante y bien logrado de este film es la contextualización, el apego a los personajes y hechos bíblicos, a los lugares, a las tradiciones, pero, principalmente, el intento de aterrizarnos en la experiencia de la vida de una mujer de época bíblica, del origen del pueblo judío (ella es la única hermana mencionada en la Biblia de quienes serían las cabezas de las "Doce tribus" de Israel) que puede vivir en Egipto, Canaan o Mesopotamia, sin depender de un hombre gracias a sus conocimientos de partera y curandera adquiridos en la tienda roja.
Puedes creer o no su historia, sus amores y sinsabores, sus ascensos y caídas épicas al estilo de "El Gladiador" o de su propio hermano José "el soñador"; cuestionar sus juicios y decisiones, incluso su sabiduría y su espíritu libre en un mundo donde la mujer era un bien negociable y destinada a procrear y servir... Incluso puedes dudar de la existencia de una tienda roja (la autora acepta que no hay evidencia de ellas en la cultura judía). Lo que es innegable es que la historia de Diná y de muchas otras mujeres ignoradas en tantos otros momentos y lugares por los que la humanidad ha transitado, necesitan ser escuchadas fuera de cualquier tienda roja y merecen ser contadas también desde el mundo femenino. 
Y cuando descubramos que ambos mundos son uno, que ni el hombre es la superficie del río ni la mujer la profundidad desconocida, no habrá justificación para decir "porque no tienen forma de saber".

sábado, 16 de septiembre de 2017

Mary Poppins, la niñera de los Banks ¿de P. L. Travers o de Walt Disney?

Mary Poppins...
Durante casi treinta años (desde 1934 hasta 1963), serían los lectores de lengua inglesa quienes disfrutarían de los exitosos primeros tres relatos -llegarían a ser ocho- sobre Mary Poppins, una niñera inglesa creada por la escritora australiana Pamela Lyndon Travers.
En 1964, le tocaría al mundo entero conocer a Mary Poppins a través de la película producida por Walt Disney. Y la mente y la imaginación de quienes la vieron se llenaría de música, alegría y escenas inolvidables. El film fue un éxito en todos sentidos. Obtuvo cinco premios Óscar, de los trece para los que fue nominada, y en 2013 fue seleccionada para su preservación en el National Film Registry por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos como "cultural, histórica o estéticamente significativa".
Travers, nacida en 1899, y Disney, 1901, crecieron en la primera década del siglo XX; la primera guerra mundial los encontró en la adolescencia, y la segunda en plena madurez. Su percepción del mundo pudo ser parecida. Además, tenían algo en común: su vocación por entretener y su tenacidad para alcanzar sus metas. Y Mary Poppins, por supuesto. Aunque no su visión de la misma. Porque, ¿dónde se unen ambas obras? En apenas seis capítulos, de los doce que conforman el primer libro.
La Mary Poppins de papel, es una niñera inglesa auténtica. Enemiga del sentimentalismo y los caprichos. Trabaja con honestidad. No disfraza la oscuridad del mundo y prepara a los niños para eventualmente enfrentar la realidad. La magia que puede percibirse como tal, podría ser producto de la fantasía de los niños, de la imaginación arrebatada ante los relatos con que la niñera los entretuviera. La Mary Poppins del cine vuela, desde el inicio, e introduce a toda la familia en un mundo mágico.
¿Qué motivó a Walt Disney a transformar al personaje del cuento inglés en una hermosa, alegre y sonriente nana americana que cautiva a todos con sus ideales y canciones, si podía crear su propia historia?
En un film reciente, “Saving Mr. Banks”, en el que los protagonistas Walt Disney y P. L. Travers negocian la cesión de derechos para llevar al cine a Mary Poppins, nos enteramos de que Disney se los había prometido a sus hijas.
Aún así, hay mucha distancia entre el primer libro “Mary Poppins” y la película. Y no son sólo las canciones, la música o los dibujos animados que son maravillosos. Sino... ¿cómo explicarlo?
Lo más obvio primero: el personaje caracterizado por Dick van Dyke, que en la película es tan importante como Mary Poppins, no existe en el libro. Tampoco existen las escenas donde Bert inventa poemas, pasea con Mary Poppins y los niños en el carrusel, ni la cacería del zorro o el baile de deshollinadores. Fueron inventadas por el equipo de Disney. Bert tampoco está en la casa del tío de Mary cuando todos “vuelan”, aunque sí podría ser quien la acompaña a tomar el té en el cuadro dibujado en la banqueta, pero sólo eso.
Y el conflicto central de la película... todo el caos provocado por el niño que quiere que el banco le devuelva su dinero para comprar pan para las palomas y que se traduce en que el papá pierde su trabajo... ¡Otra aportación de Disney!
En el libro, el niño sí le compra a la vendedora la bolsita de pan. Y no hay ningún problema. Tampoco el padre volará cometas con él.
Travers no mandó a Mary Poppins a rescatar a Mr. Banks o a su familia. Ni el señor ni la señora Banks tienen importancia; son otros los personajes interesantes en los que ella apoya sus relatos. Y podemos verlos a todos, rodeando a Bert, al inicio de la película, aunque no conoceremos sus historias si no leemos el libro de 1934. Si lo leyéramos, en cambio, podríamos descubrir lo que Walt Disney vio, con sus ojos de adulto y su corazón de niño, cuando leyó con sus hijas el texto original.

Catfight (2016) Ellas también pelean a golpes

La palabra “catfight” (título de la película americana dirigida por Onur Tukel en 2016) me lleva a una imagen casi de caricatura, de dos gatos enzarzados mordiéndose y arañándose mutuamente en un pleito sin fin. Por lo que yo lo traduciría como “Pelea de gatos”, pensando en otros tipos de enfrentamientos feroces entre animales como gallos o perros pero, como esta historia trata sobre dos mujeres y estamos en tiempos en que el “género” cuenta, resulta tentador usar el femenino “gatas”.
Pelea, lucha, combate cuerpo a cuerpo, entre dos mujeres. Que no son soldados, ni delincuentes de ningún tipo, ni luchan por salvar su vida o la de alguien más. Sino personas aparentemente normales en el medio en que cada una se desenvuelve. Sandra Oh y Anne Heche personifican a dos antiguas amigas de juventud, Verónica y Ashley, que se reencuentran después de estar distanciadas por casi veinte años.
¿Qué va a provocar que estas dos mujeres adultas se den la golpiza de sus vidas?
Aunque no sabemos ni qué tan fuerte era la relación entre ellas (una lesbiana y la otra no), ni el motivo por el que terminaron su amistad, Sandra y Anne hacen totalmente creíble la incontenible explosión de violencia. Y nos hacen esperar otro y otro estallido más, cada uno como desquite del anterior.
Lo que me lleva a pensar ¿hay en la mujer una necesidad física de usar la violencia y la hemos anulado? ¿en todo ser humano existe un monstruo escondido y que surge cuando las ofensas lo rebasan? ¿Cómo detenerlo o evitar que nos destruya?
Cuando la película inicia nos damos cuenta que ambas mujeres tienen conflictos en su propio entorno y sus parejas están inconformes con ellas. Que Verónica sea alcohólica y Ashley no logre vender sus pinturas, nos hace suponer que al momento del encuentro ambas se sienten en desventaja frente a la otra... Saben que se fallaron a sí mismas, a sus ilusiones de juventud; y allí está la última persona que debía atestiguarlo, esa ex-amiga que no han logrado eliminar de sus pensamientos y que no sólo no creyeron que volverían a ver sino que aparece como juez implacable.
Hasta aquí, Tukel logra una historia creíble, una golpiza justificable si se la ve como la olla de presión que estalla. Pero, luego ¿qué sigue?
La revancha, claro. ¿O no? ¿Hay algún otro tipo de desquite, en la vida real, que no implique darse de puñetazos y patadas? ¿Será igual de satisfactorio recurrir a la ley o planear algún tipo de venganza que destruya a la ex-amiga ahora enemiga? ¿Se pueden evitar estas explosiones a través de la razón y los valores morales? ¿Y qué decir del amor, tiene cabida en alguna parte?
Conscientemente dejo de lado tanto el contexto, importante en la película pues forma parte de la crítica (sátira) a la sociedad y los valores que la definen, como las transformaciones de las protagonistas en los cuatro años y el modo como asumen su realidad cambiante.
Después de ver una excelente caracterización, me quedo con mis preguntas iniciales.