lunes, 13 de agosto de 2012

¿Sería Hoy?


Por más temprano que Niña se levantara, siempre, al abrir la puerta, para intentar salir, se encontraba con que la bruja ya estaba sentada en medio del camino. Con sus ojos ciegos dirigidos a ella. Entre retadores y amenazantes.
Entonces Niña miraba largamente al exterior, codiciando todo lo que imaginaba del otro lado, fuera de su alcance. Y con gran pesar volvía a cerrar la puerta, sin perder la esperanza de que mañana fuera diferente, ya fuese porque ella se levantara más temprano que la bruja o que ésta desistiera.
Niña resolvió ver la televisión; como todos los días. De nada le servía espiar por la ventana, sabía que la bruja no se retiraría de su sitio hasta que ella se vistiera para dormir. Y no había truco capaz de engañarla.
Entonces buscó el sillón más cercano a la cocina. El control de canales estaba en la mesita de junto. Lo tomó con curiosidad. ¿Funcionaría hoy? Presionó el botón de encendido. La imagen nítida de una bailarina de ballet apareció en la pantalla recorriéndola en permanente movimiento como una abeja encerrada en una caja de vidrio. No se sorprendió cuando el televisor se activó de inmediato, pero tampoco la hubiera sorprendido que la tele no se hubiese encendido: No dependía de ella el que el aparato funcionase. Pero, como no se prendía por sí mismo, sabía que debía intentarlo.
Contempló un rato las imágenes que arbitrariamente aparecían en la televisión. No se atrevía a intentar cambiar de canal y mucho menos a apagarla. Sólo dios sabía qué podía ocurrir. Tal vez algún canal educativo o cultural se apoderase de la pantalla y debiera soportar inagotables sesiones de gimnasia…
Niña decidió hacer lo de costumbre. Se quitó las cómodas sandalias y subió ambas piernas al sillón. En algún lado, la casa de junto tal vez, alguien hacía ruido. Giró la cabeza en esa dirección: sí, el vecino iba a salir. ¿Lo detendría la bruja? 
Niña vio de reojo que afuera llovía. Impermeable y paraguas aguardaban en el perchero, junto a la puerta. ¿Sería ésta la oportunidad esperada? Pronto la amplia avenida se llenaría de agua y arrastraría las hojas y los residuos de basura que yacían en las banquetas. Se abrirían caminos nuevos para quien tuviese la audacia de explorarlos. Es el momento de salir, decía el conductor del programa, como si adivinara los pensamientos de Niña. Y el público coreó la broma.
Todos sabían que nadie, ni siquiera las brujas más ortodoxas, soportarían esa lluvia torrencial a la intemperie. ¿Para qué quieres el control de la televisión si no lo usas? Más risas. Úsalo, úsalo, aullaban los telespectadores detrás de la pantalla.
Úsalo, repitió Niña como un eco, con la cajita negra entre sus dedos. ¿Cuándo dejará de llover? Pensó. Y sin remordimiento, totalmente despreocupada de evadir a su perene rival, dejó sus manos a merced del control.

sábado, 11 de agosto de 2012

La buena suerte de "Pelle el Zonzo"

-La próxima vez lo haré así, mamá, -era la respuesta invariable del niño del cuento cuando su madre le indicaba cómo debió hacer las cosas para que salieran bien. 
Y en la siguiente oportunidad, Pelle cumplía su promesa. Hacía exactamente lo que se le había indicado, siguiendo cuidadosamente las instrucciones, pero sin advertir que la nueva oportunidad era diferente y que el tal consejo no era aplicable a la nueva situación.
La disposición de Pelle era ejemplar: siempre alegre y dispuesto, mandable, acomedido. De memoria increíble. Fue tal vez el antepasado de Forrest Gump, pues a las cualidades anteriores agregaba la falta de malicia y la inteligencia limitada, incapaz de hacerlo analizar las situaciones que vivía o de sintetizar sus conocimientos. 
Pero como el Forrest de la película, él también tuvo una madre ejemplar. 
Una madre que se negó a anclarse en las limitaciones del hijo y lo preparó para la vida. O que le abrió las puertas al mundo y lo arrojó en él, (que es casi igual), con la fervorosa confianza en que el hijo, el amado hijo, era tanto o más capaz que cualquier otro ser sobre el planeta para alcanzar el éxito. (Además de digno de merecerlo, por supuesto).
Y la fe no las traicionaría. Al menos no en el mundo de los relatos. 
Estas mujeres excepcionales arman a sus retoños con el arma más poderosa que existe: el amor de madre. ¿A quién le puede importar la opinión ajena, malintencionada, cruel, de seres que se saben despreciados por sus progenitores y que buscan sentirse aceptables por el procedimiento de humillar a los de condición diferente? No a un niño con una estima genuina. No a un niño amado. Aunque, o tal vez debido a eso mismo, tal niño no tenga la capacidad de discernir esperable en un chico normal.
De seguro las historias de Pelle corrían de boca en boca: ¿Ya supiste lo que hizo ahora? Sólo a Pelle se le podía ocurrir... ¡Ensartar una aguja en el heno, no en el sombrero! ¡... la mantequilla en el sombrero, jajaja!  
Y Pelle de seguro reía también junto con ellos relatando su última incompetencia o escuchando cuando otros la relataban y, a sabiendas de que volvería a equivocarse, concluían: ¡Pero fíjate bien a la próxima, Pelle...!  
Y la respuesta debió ser, sin duda: La próxima lo haré así...
 Pero la madre, ¡ah, maravillosa mujer! Imperturbable y amorosa. Sin importar cuántas y cuántas veces más su retoño equivocara el resultado, le recibía con cariñoso abrazo y  muestras de aliento. Si le veía el rostro chorreado, enlodado el pantalón o rotos los zapatos, en vez de un hastiado reproche, de seguro llenaría su corazón de cálido afecto; y como la madre de Tagore, también recordaría: que la luna llena aún con sus manchas de tinta es de lo más hermosa... 
La fe indoblegable de la madre de Pelle (o su, en ella sí, sobresaliente inteligencia) la hacía creer, aunque no se cegara ante las limitaciones del hijo, que su precioso vástago sería capaz de aprender los procedimientos correctos, si alguien  con paciencia y constancia se encargaba de enseñárselos. Y Pelle, -soñaba ella, -algún día llegará muy lejos
Y llegó (para sorpresa de la propia madre), en una carroza, acompañado por el rey y la princesa que sería su esposa... Porque Pelle era capaz de reírse de sí mismo y de aceptar con gentileza que no sabía, (igual que muchos mucho más listos que él), pero que podía aprender de cualquiera que tuviera el conocimiento. Y eso es más sabio, tal vez, o al menos más saludable.
Así que Pelle aprendió del rey y luego de su esposa, la princesa; y cuando fue su turno, fue un rey justo y sabio...
Pero no nos desviemos. Porque esta historia, de Pelle el zonzo, de reyes, princesas y campesinos, pero sin hadas, sólo es posible cuando hay una madre llena de amor y de fe capaz de infundir en un niño la fortaleza de la autoestima ¡como sólo puede hacerlo una madre de cuento!


E.B.G.T.

Diagnóstico

El ser supremo miró con dureza al ángel guardián.
-No veo ningún progreso en tu tarea. -reclamó.
-He hecho todo lo que estaba a mi alcance, -contestó intentando disculparse. -Le ayudé a resolver lo mejor posible... Digo, le acerqué recursos, amigos, y hasta alteré un poco los tiempos para que encontrara su camino...
Ambos miraron con compasión al mortal en cuestión. ¿Era normal? ¿Merecía la atención que en este momento le daban?
No tenía defectos físicos visibles, al menos ninguno notorio. Estatura y complexión promedio. Nada sobresaliente en su apariencia; nada que él creyera podría ser considerado envidiable para otros. A veces tartamudeaba, un poco, pero más parecía que arrastraba las letras en alguna palabra que una repetición específica de sonidos. En lo personal, podría decirse que se las arreglaba bastante bien. Podría...
Pero no era así.
Todo lo hacía mal de raíz. Todo. No lograba aprender nada. Y lo que aprendía, como dicen, ya no lo olvidaba; es decir, en lugar de ayudarlo le estorbaba. Si dominaba el arte de freír un huevo en un sartén normal, por ejemplo, llevaría la cuchara de latón y el aceite al sartén de teflón, a pesar de las indicaciones en contrario. Y sólo se daría cuenta cuando los utensilios de cocina estuvieran irremediablemente dañados.
Lo grave no era eso. Lo terrible consistía en que creía ser normal. Y por lo tanto, esperaba de sí mismo tener razón en lo que hacía. Con los consiguientes buenos resultados. Que, como ya se ha aclarado, no obtenía.
Ser normal, sin éxito, (o más bien, con fracaso) es la peor de las condenas inmerecidas. Y este pobre mortal no reunía suficientes cualidades para merecer este tipo de castigo.
Se arrastraba por la vida culpándose y caminando tercamente en dirección a la pared sin salida. Por su esfuerzo no quedaría, parecía querer demostrarles a quienes lo rebasaban en la carrera de los logros. Lo difícil era mantener en alto la autoestima...
Y allí era dónde la misión del ángel guardián se tambaleaba. Justo en este momento estaba siendo evaluado y cuestionado...
-¿Todo, todo?
Sabemos que no es común que el Señor Dios se meta en los asuntos humanos a detalle: traza las líneas generales y deja todo al libre albedrío. Pero este caso aparentemente reclamaba su atención.
Los ángeles tampoco tienen poder o responsabilidad sobre las acciones humanas; y a veces confunden lo de guardián y guía. 
El ángel repasó sus notas... Movía la cabeza con ligeros asentimientos o negaba murmurando por lo bajo.
-Hay algo que podría intentarse... No es precisamente una solución, pero podría funcionar.  Si agrupamos sus incompetencias bajo el nombre de un síndrome recién descubierto... 
Con entusiasmo repentino, el ángel organizó la estrategia: haría que  una investigación científica un tanto desordenada y olvidada cobrara actualidad. La difundirían en un carismático programa de televisión y el resto...
-¿Recuperará su autoestima y será feliz cuando se reconozca disfuncional? -Cuestiono la deidad.
- Eso ya no depende de mí, -sonrió el ángel con modestia, pues estaba convencido de que así sucedería. -Sólo me queda darle nombre al nuevo trastorno de conducta y esperar...


Elsa Beatriz Garza




viernes, 3 de agosto de 2012

Sombras de corazón

Cuando la sombra despertó, no supo lo que había pasado, ni dónde se encontraba, ni el tiempo que había transcurrido.
Estaba entumecida y temblaba. De su antigua fortaleza y orgullo no quedaban huellas, pero en este momento todavía lo ignoraba.
Aunque el conocido frío la envolvía, sentía que algo no era igual. Recordaba aquel urgente anhelo de fundirse y, ahora lo comprendía, en aquella fantasía estaba la raíz de su desconcierto.
Titubeó. Intentó enderezarse a pesar de lo débil que se hallaba. Algo más fuerte que su propia conciencia le demandaba resistir.
¿Resistir? ¿A qué? ¿Por qué? ¿Para qué?
Ni el mínimo destello se percibía a su alrededor. Nada con qué asociar la incertidumbre o el desaliento; la pérdida; el vacío. Nada que la incitara a sobrevivir...
¿Existía algo así, abrumadoramente luminoso, o simplemente lo había imaginado? Intuía que en la respuesta encontraría la clave para recuperarse y la motivación para decidir su comportamiento futuro. 
Por lo pronto debía averiguar si existía aquello que su memoria se negaba a rechazar, si era real, concreto y tangible,  y no una alucinación inexplicable. 
¿Fue un engaño todo lo que experimenté? Se preguntaba la sombra con incredulidad, más dispuesta a aceptar un error de sus sentidos que lo contrario: esto es, que el universo conspirara contra ella, inofensiva criatura.
Pero la violencia con que la fusión casi la había aniquilado era una evidencia irrefutable. ¿Y a propósito de qué se había generado todo aquello? ¿De qué se la culpaba? ¿De amar la verdad y pretender la belleza? Eso no podía considerarse un delito, concluyó. Debe haber otra explicación.
La sombra, abrigada entre los huecos de la caverna, respiró con suavidad. Estaba en sus espacios habituales, guarecida de riesgos y sobresaltos. Menos frágil, menos atemorizada. Somnolienta, cansada, viva. La imprecisa sensación de ser indestructible hizo vibrar levemente su corazón, al principio. Después los latidos se normalizarían; lograría arrastrarse y alimentarse. Se nutriría de los recuerdos primarios... 
Resurgiría como el ave fénix... sería invencible... audaz... 
Saldría nuevamente, decidió, segundos antes de que el sueño la cobijara protector y le impidiera ver, al menos por el momento, que la claridad del día iniciaba su implacable ronda por el firmamento.

Elsa Beatriz Garza


jueves, 2 de agosto de 2012

La aparición

Ya no lo veo. Lo he buscado en los lugares de siempre: en los vidrios de las ventanas, en los espejos, en los charcos de agua, en las superficies reflejantes. Pero nada. Parece que nuevamente ha desaparecido de mi vida. Y ahora sí para siempre.
Y no es que lo extrañe. O lo necesite. Nunca he podido entender qué hacía en mi vida. Ni siquiera quién o qué era, o qué pretendía.
Quiero pensar que volverá. Que aún le queda algo por resolver en este mundo mío al que no tiene acceso sino a través de mí.
Porque aunque no habla, (jamás ha pronunciado palabra), siento que nos comunicamos más efectivamente que si lo hiciéramos.
La primera vez que lo vi, o que creí verlo, estaba sentado afuera, en uno de los escalones de entrada al salón. El cristal de mi ventana abierta lo reflejaba con nitidez. A mis ojos de niña, parecía el personaje de un sueño: radiante, etéreo; lo miré embobada por un momento... Luego, la visión desapareció.
Volvió al día siguiente y otros más después. Sobre la misma hora. Primero el rayo de luz golpeaba el cristal y, tras el breve destello, aparecía su imagen traslúcida.
Desde mi limitada movilidad intenté localizarlo, buscaba el origen de mi ilusión, pero sin éxito. Mi compañera de banco se esforzó en vano por verlo, llegó a pensar que era una de mis bromas para distraerla de la clase... Cuando comprendí que solamente yo lo veía, dejé de contarles a los demás de sus visitas. Supuse que si fuese un ángel, un santo, o una especie de orishá y tuviera algún mensaje que darme lo haría tarde o temprano.
Con esta creencia en mente me dispuse a esperarlo. Pronto logré presentir su llegada. No había señales físicas que lo delataran, nada de cambios en la temperatura del aire, o ruidos, o movimientos anormales de las cosas a mi alrededor. Era una sensación similar a la que experimentamos segundos antes de que suene el teléfono y quien llama sea precisamente la persona que imaginábamos. 
Coincidencias, le dicen algunos. Telepatía, otros. No sé. Para mí dejó de ser un juego de ilusiones pues, con o sin mi permiso, entró a formar parte de mi vida. Bueno, no exactamente. Sería más parecido a lo que nos ocurre cuando de pronto advertimos en nuestra casa un adorno al que nunca antes le habíamos puesto atención, pero del que en adelante iremos observando cada vez más y más detalles valiosos y significativos... 
Sí, algo así. Sólo que en este caso sería más bien recíproco. Como si a mi vez, yo fuera para él la aparición que se asomara a su mundo, a su alma, a sus sueños y fantasías. No me lo puedo explicar de otra forma...
¿Ya dije que llegué a presentir cuándo se presentaría? No importaba cuánto tiempo pasara sin verlo, o que el lugar reflejante no fuese uno de aquéllos por los cuales mi fantasma acostumbrara vagar, (como la pantalla de la televisión o la computadora), una vez que yo anticipaba su presencia me bastaban unos segundos para descubrirlo en algún reflejo a mi alrededor. Y a él le tomaba otros tantos desaparecer.
No obstante el poco tiempo que se dejaba ver, alcancé a percibir sus transformaciones. A veces lucía joven, alegre, fresco; en ocasiones adelgazaba, o parecía envejecido; triste, decepcionado, cansado. Pero no en este orden, ni siquiera en orden cronológico. Un día parecería alto y corpulento y en la siguiente ocasión aparentaría quince años menos, y en la siguiente, sería todavía más joven, o mayor, canoso y encorvado. Si no fuera por la mirada vívida, intensa, que parecía querer clavarse en mis ojos, hubiera pensado que se trataba de un retrato. O de varios. Porque como ya he dicho, su apariencia no era fija ni tenía la continuidad que a nosotros nos da el desarrollo de la edad. Además de la incertidumbre de sus rasgos faciales que nunca perdieron su cualidad de fascinarme, a veces lucía atuendos ligeramente distintos, que en ocasiones intenté descifrar.
Como la gorra de los yankis, igual a la que usaba mi hermano cuando jugaba beisbol y que yo había escondido por diversión. Vérsela a él, con la visera ladeada a mi estilo, me alarmó. Creí entender que debía devolverla, pero no la encontré. Días después apareció tras un rosal, muy lejos de la gaveta en que yo la había ocultado.
Otra vez vi que en su solapa brillaba la cruz recuerdo de mi bautizo... Días antes, mientras nos arreglábamos para asistir a nuestro primer baile, vi con algo más que admiración el dije que mi amiga lucía en el cuello. Era un sencillo aderezo de turquesas; pero junto a él, mi estilizada cruz de oro lucía infantil, inadecuada. ¿Serviría para ahuyentar a algún íncubo? Riendo, cambié mi joya infantil por una gargantilla de pequeños brillantes.
En lo que a esa noche respecta, ni íncubos ni súcubos nos rondaron. Pero a partir de entonces mi alhaja ya no luciría con tanta frecuencia en mi cuello.
Esta clase de señales me sorprendieron mucho, (pero alegremente); comprendí que, sin podérmelo explicar, él había encontrado un modo de entrar a mi realidad física; de acercarse más a mí. Después la cruz reapareció y no había nada sospechoso en ella. Pensé que si la usaba podría convocarlo, pero no. Varias veces la dejé en lugares visibles para darle oportunidad de tomarla de nuevo, pero no ocurrió nada. Aparentemente ya no sentía curiosidad por la prenda.
Me esforcé por encontrar alguna constante en las mutaciones de la imagen... Si acaso la hubo, no logré descifrarla. A veces sentí que se enorgullecía de mí y pretendía imitarme, otras que algo lo había incomodado y me lo reprochaba o deseaba que lo corrigiera, muchas veces me vi como su sombra, y otras creí que él era mi proyección futura... lo que yo habría debido ser si no se interpusiesen entre nosotros dos mis circunstancias... no sé.
Hubo un tiempo en que, a pesar de las fracciones de segundo en que lográbamos contactarnos, su mirada se aferraba a mi alma...
Era como un grito de alarma, a veces. O como un saludo cariñoso, otras.
Pero nunca pasó nada. Simplemente un día advertí que ya no lo había vuelto a ver.
Lo busqué con intensidad en los espejos y en los cristales. Lo que descubrí fue mi reflejo, no el joven y alegre de la inocente niña, sino el de la mujer que hace años no juega a las muñecas. Pero de él, ni pista. Ni idea.
¿Murió, cambió de dimensión, o encontró a otra más joven que sí lo comprende?

Elsa Beatriz Garza