martes, 29 de octubre de 2019

Burbuja

BURBUJA
22 de enero de 2015

Burbuja decidió dejar todo atrás…
Tan lejos como fuera posible.
Así, una vez más, cerró los ojos y se dejó balancear suavemente por el viento. No sabía cuánto duraría aquello, pero la sola sensación de abandonarse, de dejar de resistir, de aceptar, finalmente, que la libertad le era negada o no existía, y que estaba en manos del viento, la refrescaba.
Cuando abrió los ojos, Burbuja continuaba abandonada a la suave brisa. Quienes no la conocían hubieran dicho que su expresión era de absoluta paz. Pero tal vez quienes la habían tratado antes, en los tiempos que ella ahora se esforzaba en olvidar, también hubiesen estado de acuerdo, pues no flotaba temblorosa y errabunda, ni daba giros desconcertados. Ahora poseía una cadencia envidiable, magistral.
Cierto que a ella esas cosas jamás la habían preocupado; como prioridad, claro. Y en este momento tampoco le interesaban. Prefería seguir experimentando esta sensación de ausencia de sí misma, de vaciedad, de íntimo aislamiento, el mayor tiempo posible... Tal vez no sirviera para nada esta nueva actitud, pero ¿a quién le importaba?
Burbuja cerró los ojos nuevamente, y sonrió en su interior. -¿Dónde estaré cuando los abra? –se dijo juguetona.
Una Chispa de luz, enamorada, se le prendió al pasar. -No preguntes…, no averigües… déjate llevar… -le susurró al oído, dulcemente. -Yo no he de abandonarte nunca -prometió seductora.
Pero Burbuja no escuchaba. ¿Cómo hacerlo? Cada ráfaga entrañaba aventurarse por espacios que le habían sido vedados y ahora parecían a su alcance. Sólo debía mantenerse vacía, ligera, e inadvertida.
Cuando la desbandada, cuando el río de burbujas salió al vacío, Burbuja se supo especial: magnífica, redonda, grácil. Y flotó confundida con el resto de la camada. Ahora se había apartado, voluntariamente, consciente de su insignificancia. Ofuscada, luchando contra el sinsentido que el orgullo de la comunidad había ocultado y que su falta de fe hacía cada vez más evidente. Creer, sí. Pero ¿en qué? O no creer, pero ¿por qué? Asirse del viento, o desasirse. Fundirse finalmente y desaparecer con alegría o rebelarse…
Un nuevo golpe de brisa la impulsó suavemente.
Todo quedaba atrás.

-Debe quedar atrás, es necesario –se justificó nuevamente, sin comprender, tampoco ahora, cómo ese distanciamiento podría liberarla de sí misma.

domingo, 27 de octubre de 2019

Alonso Quijano: "Yo fui loco y ya soy cuerdo"

La primera vez que leí "el Quijote", me refiero al texto publicado en 1605 en la España en ese tiempo gobernada por la Casa de Austria, (los descendientes de Juana La Loca y de Felipe El Hermoso, es decir por la dinastía de los Habsburgo que iniciara con Carlos I de España y V de Alemania (nieto de los Reyes Católicos), y estuviera integrada después por Felipe II El Prudente; Felipe III El Piadoso; Felipe IV El Grande y Carlos II El Hechizado), lo único que sabía, o creía saber, era que esta obra era la más importante novela de todos los tiempos, escrita en el español del Siglo de Oro.

Trataba de Don Quijote de la Mancha, un personaje que me era familiar pues lo había visto representado en pinturas y figuras decorativas que sus dueños apreciaban con orgullo. Como si tener un objeto creado por algún artista de talento que se hubiese inspirado en el caballero manchego les significara la pertenencia a algún club intelectual elitista y no simplemente haber leído tan magnífica obra, ya no digo siquiera comprenderla.

El personaje en cuestión invariablemente aparecía como una figura extremadamente delgada, en armadura y con una lanza al estilo europeo, no americano; en ocasiones montado sobre un caballo igualmente fantástico por su aparente agotamiento, y acompañado o no -según visión del artista- por un hombre más bien grueso, bajito, de piernas cortas y rostro con aire de picardía. (Sancho Panza)

Algo me hacía creer que Alonso Quijano, la creación de Miguel de Cervantes Saavedra, representaba la esencia idealista del ser humano que yace en nuestro interior y es, en cierto modo, nuestra fortaleza. Eso me motivaba a leerla y anhelaba la oportunidad de conseguir el libro.

Había escuchado con preocupación, que la lectura se dificultaba por estar escrita en "castellano antiguo", pero en la secundaria habíamos leído fragmentos del Cid Campeador en un español que también torcía las s haciéndolas parecer f y usaba las f en palabras donde ahora usamos h muda, o indistintamente usaba la v como u -o viceversa, no recuerdo bien- e imaginaba que con esa información y un buen diccionario para las palabras muy raras lograría mi objetivo.

Creía conocer de memoria la oración con que inicia la novela: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..." así que me confundió mucho encontrar un montón de páginas previas con versos cortados, descripciones raras y agradecimientos a mecenas; y además enterarme de que no era un libro ¡sino dos! los que constituían la obra. El primero "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha" y el segundo, publicado diez años después, o sea en 1615, "El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha", por suerte "ambos libros" estaban incluidos en el libro que me prestaron en la biblioteca.

Debo reconocer que me pasé directo al verdadero inicio del libro y comencé a leer: "En un lugar de la Mancha..."

No he dicho todavía que yo no sabía que era La Mancha, ¿verdad? Pues ése era el menor de mis problemas... Había muchísimas cosas más de las que no tenía ni idea qué podrían ser: adarga, salpicón, sayas de velarte, calzas de velludo... sólo por mencionar algunas del primer párrafo. Salvé esos obstáculos con sencillez, determinación y, supongo, un poco de imaginación. Eso quiere decir que me pasé por alto párrafos y párrafos, y me detuve sólo en pasajes medianamente claros y comprensibles que se centraban principalmente en la acción. Aún así, allá por 1965, a los trece años, me sentía orgullosa de mi logro.

De esa primera lectura, en la que no llegué a apreciar las características de la obra, ni a advertir la autoría de Cide Hamete Benengeli o reflexionar en la profundidad de su contenido, recuerdo dos cosas fundamentalmente.

Una, la que me sostuvo todo el libro, fueron las sorprendentes historias intercaladas, que no le ocurren a don Quijote, como "El curioso impertinente", o "El capitán cautivo". Ésas tenían más sentido, me parecían más atractivas, que las proezas del "Caballero de la triste figura" como también se le llama. Le daban aire de realidad al resto del texto.

La segunda, la crueldad con que El Quijote es tratado en ambos libros. Crueldad incomprensible para mí en esa época y que aún ahora me resulta difícil de aceptar como recurso para provocar risa. Sufrí con sus aventuras, me indigné con los duques, lloré al no entender cómo, justo antes de morir, abomina de sus ideales de caballería y acepta que "yo fui loco y ya soy cuerdo" y que "ya no soy don Quijote de la Mancha sino Alonso Quijano a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno".

Como si fuera una hazaña...



sábado, 26 de octubre de 2019

El arrobamiento de María Kodama

O debiera decir ¿embeleso?
La presencia de Borges, en la vida de María Kodama, se remonta a su niñez.
Su primer recuerdo relacionado con el escritor se origina a los cinco años, tras escuchar la lectura en inglés de dos poemas que él escribió en 1934 y dedica a una mujer casada, (Two English Poems) uno de los versos llama su atención. A la pregunta ¿con qué puedo retenerte? del enamorado sin esperanzas, el poema concluye: "Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; estoy tratando de sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota. "
Y esta expresión, el hambre de mi corazón, la intriga. Y le da nombre a algo que ella desconoce pero que intuye, entre romántica y realista, que alguna vez podría sentir, como el poeta.
¿Sólo eso? A esa edad, sí, seguramente.
Habría otras lecturas y otras inquietudes en la vida de María Kodama que la harían desear encaminarse a la literatura y al arte, incluso un poco antes.
Su interés por la lectura surgiría a los cuatro años, una noche en que cuando, como de costumbre, escuchaba con los ojos cerrados para imaginar mejor lo que su abuela le leía, abrió los ojos mientras ella hablaba y descubrió que en el libro no había imágenes. Quiso saber dónde estaban y qué podría hacer para verlas todo el tiempo y ya no sólo con la imaginación... Un año después ya leía "Alicia en el país de las maravillas".
Su padre Yosaburo Kodama fue una influencia decisiva en esos primeros años. La formó en los valores de la cultura japonesa: sentido del honor, del deber y la responsabilidad. De él recibió también una educación cultural poco convencional: la llevaba a museos, conferencias, le relataba historias de Oriente y le enseñó a descubrir la belleza que podría consistir en "detener -para la eternidad- la brisa del mar en el movimiento de los pliegues de una túnica" húmeda, que se adhiere al cuerpo incompleto y sin cabeza de la escultura de la Victoria alada de Samotracia. "Y a usted quién le ha dicho que la belleza tiene cabeza", será el concepto que la acompañará a partir de entonces.
A los diez años encontrará por segunda vez la literatura de Borges, al descubrir el cuento que inicia con: Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche... . Y lee hasta el final "Las ruinas circulares", sin entender ni una palabra, pero atrapada en la intensidad de la narración. Esa emoción increíble la hace reflexionar en que "entender es otra cosa, primero hay que sentir, después entender" aunque esto implique posteriores lecturas.
Y María seguirá leyendo, y escribiendo, al grado de que para 1949 se antoja inevitable que la futura estudiante de Letras asista a una conferencia del gran escritor. Este tercer acercamiento a Borges será positivo y fundamental para la joven de doce años: será como un bálsamo. Ella ha sido educada en la libertad pero siente que su timidez podría impedirle dedicarse a la enseñanza. Por ello, aunque no comprende gran cosa de lo que Borges dice con su voz apenas audible, ver a aquel señor, aún más tímido que ella, enfrentado a una sala llena de gente la hace reflexionar: Si él puedeyo voy a poder enseñar. El terror y la angustia desaparecen y llega la paz a su vida.
María continuará decidida su formación intelectual. Y no será difícil para Borges reconocer las afinidades, que a ella la deslumbran en él, cuando por primera vez estén frente a frente. Esto permitirá que desde ese primer encuentro entre la joven de 16 años y el escritor de 54 inicie, con cautela pero también con energía, una relación perdurable.
-¿Y no quiere estudiar anglosajón conmigo? -le propuso Borges en algún momento de la conversación. "-Anglosajón antiguo, del siglo X" -aclararía después. Y, para tranquilizarla, agregaría: -Pero yo también tengo que estudiarlo, vamos a compartir la dificultad.
María Kodama acepta con entusiasmo el reto. Quiso conocerlo porque las obras suyas la hicieron sentir una hermandad en el misterio. Intuye que tienen sensibilidades parecidas, y descubrirá después que son muchos los puntos de encuentro: "comparten amor por lo que permite la apertura del hombre y marginan todo lo que es rótulo, todo lo que limita y empobrece." Y primero será estudiante junto a Borges, y después asistente y compañera de viajes. En uno de ellos, tal vez el primero, a Islandia en 1971, reconocerán "El amor que nos habitaba mucho antes de que usted me lo dijera, mucho antes de que yo tuviera conciencia de mis sentimientos".
Para Borges, ésta será la relación más estrecha y feliz en los últimos quince años de su vida. En alguna ocasión le confía a Bioy Casares que está enamorado de Kodama.
"Él era la mitad de mi alma" dirá ella más de una vez. Y agregará: "La vida con Borges estaba llena de magia, no era un hombre cerebral, era muy sensible".
Cuando viajaban, Borges le contaba su experiencia en los países que había conocido en su juventud y a través de su impresionante cultura le revelaba los paisajes de una manera que ella nunca podría haber imaginado...
Ella le leía (Borges perdió la vista a los 56 años), él le dictaba, ella le dibujaba con palabras el mundo que los rodeaba, describiendo los paisajes como pinturas que Borges recordaba, aunque admite que en muchos de los lugares que visitaron la ciega era ella...
Se casarán en abril 26 de 1986.
Ese mismo año fallecerá Jorge Luis Borges.
A treinta y dos años de su muerte, María Kodama expresa en esta dedicatoria que su amor por Borges sigue vivo.
"Borges, mi amor for ever and ever and a day".

jueves, 24 de octubre de 2019

Los Límites de Borges

El conocido y respetado escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), en el prólogo a su libro Obra Poética publicado en Emecé Editores (Buenos Aires, 1975) en el que reunía los poemarios escritos hasta esa fecha, enumera las "tres suertes (que) puede correr un libro de versos: puede ser adjudicado al olvido, puede no dejar una sola línea pero sí una imagen total del hombre que lo hizo, puede legar a las antologías unos pocos poemas."
Y en el siguiente párrafo expresa un deseo.
"Si el tercero fuera mi caso yo querría sobrevivir en el Poema conjetural, en el Poema de los dones, en Everness, en El Golem y en Límites".
Estos poemas forman parte de sus libros: El Hacedor (1960) y El otro, el mismo (1964). Desconozco si en los siguientes años agregara, quitara o cambiara su selección, pues siguió publicando todavía diez años más, pero en distintos momentos y entrevistas se referirá a ellos con especial preferencia. Vale la pena leerlos todos. 
Compartiré en esta ocasión las dos versiones de Límites. Una aparece en El Hacedor y la otra en El otro, el mismo. Creo que Borges se refería al segundo, ¿o a los dos juntos? A mí me encanta el primero.

LÍMITES
El Hacedor (1960)

Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar.
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.

De Inscripciones, de Julio Platero Haedo
(Montevideo, 1923).





LÍMITES
El otro, el mismo (1964)

De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio, tiempo y Borges ya me dejan.



lunes, 14 de octubre de 2019

¿Elena Garro es Mariana?


¿Elena Garro es Mariana?

Si dejamos de lado que Elena Garro, es la autora de Testimonios sobre Mariana, que la escribió en 1964 ya concluida su relación con Octavio Paz, y que tras hacerle algunos cambios la publicó en 1981 y obtuvo con ella el premio Juan Grijalbo, y si además desconocemos la vida íntima, personal o profesional de la autora e igualmente ignoramos cuál fue su fuente de inspiración, entonces podremos abordar sin prejuicios la lectura de esta obra.
Sólo que lo anterior es prácticamente imposible.
Y Testimonios sobre Mariana se apoya precisamente en ello. Fue escrita con esa intención de confundirnos, de crear el caos, de hacer señalamientos despiadados sobre Augusto, el esposo de Mariana, contando con que el lector los trasladaría al ex-esposo laureado y a la propia autora, y tomaría partido sin cuestionar, o al menos tomar distancia para identificar lo verdadero dentro de la ficción, que es lo que domina en esta historia.
Pues, apoyándonos en palabras de la propia Elena expresadas en 1982 en una carta a Emmanuel Carballo, nos enteramos de que:
Creo que debo aclararte que Mariana no es una autobiografía (y definitivamente no lo es) y continúa:
Si piensas en que en Mariana aparecen personajes vivos te equivocas. Aunque es verdad que tomé rasgos de algunas personas vivas y difuntas para crear a un solo personaje”.
Y un poco más adelante, agrega:
Creo que el personaje Mariana no es tampoco víctima de nadie sino de su propio ahistoricismo. En ese sentido puedes muy bien decir que la pequeña burguesa Mariana es Elena Garro”.. 
Luego, ella, la autora, se reconoce como el modelo en que se inspiró para la protagonista. Además de que, al justificarse con:
Cada quién puede fabricar personajes de ficción con personas realesno sólo admite lo ficticio en los personajes, sino también en los sucesos narrados por ellos, pues en otra parte de la citada carta, refiriéndose al poema “Pasado en claro” escrito por su ex-esposo apunta:
El poeta mitifica y Paz quiso exorcizarme diabolizándome. Lo han hecho todos los poetas. Para eso sirve la creación poética.”
De seguro, y con toda conciencia, en éste y otros de sus escritos la escritora diabolizó a Paz para, con la misma intención que le atribuye a él, exorcisarlo.
Pero hay algo más. Elena Garro logra, en esta obra, estar presente en todo momento. Y no solo a través de cómo los narradores perciben a Mariana, sino en cada uno de ellos. Así, Vicente, Gabrielle y André son Elena, no Mariana. La Garro exterioriza un anhelo propio específico, diferente en cada caso, y se los asigna con maestría. Amamos, nos indignamos y compadecemos a Mariana, tanto como a los narradores, impotentes testigos de su inexorable destino.
Augusto queda fuera de esta condición. Él simboliza su contraparte: el sistema opresor que, según los narradores nulifica, sin importar a costa de qué, cualquier esfuerzo de Mariana por escapar, en la búsqueda de sí misma, hacia la libertad, la felicidad o el amor.
Y aunque Elena Garro podría salvarla sin demérito de la maldad de Augusto, opta por desvanecerla “en el olvido que ella ha alcanzado plenamente” se duele Gabrielle , “su diminuta imagen ha desaparecidolamenta Vicente mientras sostiene la última fotografía de Mariana,además, no me gusta revelar mi secreto...” concluirá André, seguro de que ella lo espera apacible en el tiempo.

sábado, 12 de octubre de 2019

Los testimonios de Elena Garro sobre Mariana



Para leer “Testimonios sobre Mariana” no necesitas saber (y más bien deberías ignorar) quién es Elena Garro; o que escribió esta obra en 1965, ya concluida su relación con Octavio Paz; o que la publicó en 1981 y obtendría con ella, entre otros, el premio Juan Grijalbo. Tampoco se requiere ningún conocimiento sobre la vida íntima, personal o profesional de la autora. Podemos dejar de lado, incluso, la fuente de inspiración para intentar entrar, sin prejuicios, a su lectura.  
Lectura en la que, con una fuerza descriptiva extraordinaria que estará presente en todo el texto, encontraremos una maraña de emociones reprimidas, dependencias extrañas, acciones o pasividades incomprensibles, afectos apasionados... todo justificado en el miedo, más bien pánico, que envuelve la vida de Mariana y que es provocado calculada y perversamente por el esposo, según los tres testimonios que conforman el libro y que son a favor de Mariana:
Vicente la ama con desesperación y desesperanza. Gabrielle da el enfoque femenino y corrobora la opresiva vida de su amiga a quién ella no puede ayudar sin perder su trabajo y André vivirá con el recuerdo de ella persiguiéndole por más de diez años.
Los tres testigos, independientemente de la magnitud de su devoción hacia Mariana, resultan totalmente impotentes para rescatarla de la relación destructiva en la que ella se encuentra atrapada, en gran parte debido a que es la propia Mariana quién les exige la inacción, algunas veces abiertamente, por miedo y otras por su conducta incoherente, que no intenta justificar. 
Ni Vicente, ni Gabrielle o André, logran conocer a Mariana o sus propósitos, pues ella continuamente los desconcierta con sus silencios y repentinas demandas. En cambio a Augusto lo perciben con absoluta claridad como cruel, vengativo, obsesionado con destruirla, sin justificar este profundo odio con alguna acción provocada por la esposa a quién él no se cansa de vejar y denigrar. Lo sorprendente es que todo el universo que rodea al matrimonio, excepto ellos tres, se deja engañar por Augusto y se unen a él y aprueban y aplauden sus decisiones.
¿Qué pretendía la autora con este texto?
Creo que quería crear indignación, antes que nada, hacia la figura del esposo brillante y exitoso que no respetaba la individualidad de su mujer y no le permitía desarrollarse a su vez con brillo propio.
Al empezar la narración con un matrimonio ya en destrucción, Elena Garro no nos permite saber las afinidades en las que se basó la unión de los protagonistas y, por tanto, tampoco nos enteramos de las deslealtades que la destruyeron.
Es muy extraño que a pesar de que Testimonios sobre Mariana parezca querer retratarla, en realidad nos la oculta. La autora se cuida mucho de mostrarla directamente. Son sus amigos quienes la compadecen e intentan justificarla y es a través de ellos que nos llegan los juicios negativos de quienes no la aprecian. No hay testimonios directos de la otra parte. Ni siquiera hechos neutrales.
La narración, no obstante, tiene sus méritos y atractivos. Tanto en el planteamiento, como en la creación de imágenes, en el lenguaje y la construcción de la historia, como en los juegos temporales se percibe la maestría de la autora. Aunque no queda muy claro qué pasó con Mariana, en parte debido a que ella es contradictoria; los mismos narradores están sorprendidos por lo que ignoran pero suponen, imaginan, creen que...
Sin saber quién era Elena, ni atribuir como fuente de su inspiración su vida, resulta interesante su esfuerzo en esta historia en que la autora a todas luces no pretende encubrirse como el personaje y juega a desdoblarse en observador y sujeto observado con resultado un tanto ingenuo. Ella, la autora, se percibe (y recrea) a sí misma al tiempo que encarna al observador, -uno solo, desde tres ángulos distintos-, quien la idealiza al extremo de elevarla a categoría de dios abandonado por los suyos. Sin que esto signifique que Mariana, el personaje, no quede invicta. Y en esto radica la belleza y la ingenuidad que contradice el texto.
Es difícil leer “Testimonios sobre Mariana” sin caer en las trampas preparadas por "la Garro" que desde el inicio te obligan a tomar partido: O estás a favor de Mariana y de inmediato la asumes como una deidad en cautiverio a la que nadie puede ayudar a liberarse de sus cadenas, o intentas infructuosamente encontrar una justificación menos cruel para entender el odio desmedido del esposo y la sociedad que no solamente lo apoya incondicionalmente sino que aplaude sus brutales acciones. Pues para la escritora, ya se sabe, escapar con felicidad de su aprisionamiento no es opción.